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¿En qué transición estamos?

Después del resultado de las elecciones del 20 de diciembre, con la quiebra de mayorías y el voto repartido, se invoca una vez más el espíritu de la Transición para favorecer el diálogo y los acuerdos. Y una vez más se juega con el ejemplo español, el camino conciliador para conseguir la democracia, sin precisar bien qué ocurrió en aquellos años de difíciles tensiones, conquistas y derrotas.

Más que una mirada objetiva a la historia de la Transición, en España se han forzado por lo general dos interpretaciones sesgadas. La versión oficial sacralizó un tiempo perfecto, monárquico, protagonizado por verdaderos padres de la patria. Después llegó una lectura contraria, demasiado simple desde el punto de vista histórico e intelectual, en la que todos los responsables del cambio fueron unos traidores. Los partidarios del orden establecido tuvieron mucho interés en defender la primera opción, apostando por el contrasentido de una Transición perpetua. Los cansados del bipartidismo y de la corrupción institucional se sintieron atraídos en los últimos años por el camino del descrédito absoluto.

En muy pocas ocasiones se atendió con objetividad a un tiempo en el que las élites económicas del franquismo tuvieron la necesidad de cambiar para perpetuarse después de la muerte del dictador y para entrar de lleno en los negocios del capitalismo europeo. No hubo batalla real entre la dictadura y la democracia. Hubo tensiones entre dos ideas de democracia: una que se ponía al servicio de las élites económicas de siempre y otra que buscaba la transformación social y la igualdad.

Más que una traición, ocurrió que las élites económicas vencieron a los movimientos sociales que a lo largo de muchos años de clandestinidad habían luchado por una democracia social. Eran más más fuertes. Y contaron con la ayuda indispensable del miedo a un golpe de Estado. Pero no es bueno olvidar que para perpetuarse, las familias del dinero franquista necesitaron renunciar a bastantes privilegios. No fue poco lo que conquistó la sociedad española progresista.

Con la llegada de la crisis y el debilitamiento de las organizaciones sociales, las élites económicas vieron la oportunidad de recuperar los privilegios perdidos. Los agitadores de izquierdas no son los que han roto con la Transición. Son las élites económicas del neoliberalismo las que recuperaron su prepotencia franquista al verse con las manos libres para desmantelar los derechos laborales y sociales.

Los lectores de este periódico hemos leído la noticia de que el Fondo de Población de la ONU confirma que han vuelto a España los índices de desigualdad de los años 80. De eso estamos hablando. Los lectores de este periódico también nos hemos acostumbrado a leer noticias sobre la impunidad real de las grandes familias, empresas y multinacionales que manipulan precios, falsifican la competencia, estafan, trafican con obras de arte y evitan pagar impuestos de forma legal o con cuentas secretas en paraísos fiscales.

Conviene recordar estas cosas en la situación política actual que vive España. Más que entender el acuerdo con espíritu de ingenua bondad navideña, necesitamos preguntarnos en qué Transición estamos. ¿Acuerdos o desacuerdos para que las élites económicas mantengan sus privilegios? ¿Acuerdos para recuperar los derechos laborales y sociales perdidos y empezar así una nueva democracia?

La situación es paradójica. Parece que la realidad política aboca al desacuerdo y a nuevas elecciones, mientras la realidad social permite aprovechar la ocasión para democratizar por fin la economía española. La avaricia del gran capitalismo ha sido tanta y la corrupción de algunos políticos tan grave que el malestar social ha quebrado el paisaje parlamentario que permitía su prepotencia. El mundo del dinero está asustado, el invento de Ciudadanos no ha salido tan bien como esperaban. Están en la obligación a hacer de nuevo concesiones.

Votar sin miedo

La izquierda podría conseguir que estas concesiones fuesen ahora más profundas y para siempre. ¿Pero lo permite la realidad política? Nada más saberse los resultados, Pablo Iglesias propuso líneas rojas para llegar a acuerdos con el PSOE. El referéndum sobre la autodeterminación de Cataluña levantó un verdadero griterío en la cúpula socialista. Es una línea roja que le viene bien a las dos formaciones. El PSOE oculta así el verdadero problema de una parte decisiva de la cúpula: modificar su relación con las élites económicas que gobiernan en España y en Europa. Podemos, consciente de que ahora recoge el nuevo voto social, el mismo que Felipe González arrastró en el 82, parece interesado en forzar unas nuevas elecciones y suplantar al PSOE en la política nacional.

Son posturas a corto plazo, coyunturales, que pueden volverse en contra de sus protagonistas. El PSOE tal vez demuestre su definitiva inutilidad a la hora de responder a los problemas españoles (incluida la organización territorial). Podemos corre el peligro de sustituir al PSOE en todo…, hasta en su felipismo. No es que todo el mundo vea en eso un peligro. Pero yo sí.

Un acuerdo es difícil, está lleno de problemas, nos aboca a la incertidumbre. Pero me parece la única posibilidad de que las élites económicas no vuelvan a salirse con la suya.

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