Qué ven mis ojos
No lo llames negociación si es un chantaje
“Es al revés de como lo han contado: son ellos los que se juntan y crían a un dios con el que asustar a los demás”
Es por la inoperancia. Es por la corrupción. Es por el clasismo. Es por engañarnos. Es por la soberbia. Es por la hipocresía. Es por la ley mordaza. Es por una reforma laboral propia de un país de negreros. Es por vuestra lucha a muerte contra la Sanidad y la Educación públicas. Es por los paraísos fiscales. Es por los desahucios. Es porque vuestra condición para que el paro baje sea que los trabajadores se hundan. Es por el dinero negro, las comisiones y la financiación ilegal. Es porque aunque lo llaméis invertir, se llama sobornar.
Es porque habéis obligado a emigrar a medio país. Es por nombrar ministros del Interior que van a rezar al Valle de los Caídos. Es por nombrar ministras de Empleo y Seguridad Social que mientras piden moderación y sacrificios, cobran una dieta de alojamiento aunque tienen casa en Madrid. Es por haber metido en el Congreso y el Senado a los integristas religiosos que no quieren ni ver en Roma. Es porque lo que guardaban vuestros tesoreros no era una recaudación, era un botín. Es porque no se le puede pedir a los otros que naden a contracorriente de las mareas que han apoyado. Esas son algunas de las razones por las que nadie quiere pactar nada con vosotros, excepto aquellos que son otra astilla del mismo palo: ése que habéis metido en la rueda de la democracia.
Darle la vuelta a todo eso no es fácil, porque cualquiera puede ver que pesa demasiado para hacerlo solos; pero es verdad que contáis con mucha ayuda, gente que arrima el hombro a derecha e izquierda; altavoces por todas las esquinas; militantes, voluntarios y cazadores de recompensas. Sin embargo, la verdad no es una cuestión de número, así que da igual cuántos la nieguen, la escondan o la tergiversen. Ahora mismo son legión, eso hay que reconocerlo, entre los que la manipulan y quienes los aplauden, los que propagan el miedo y los que saben que dejarse asustar siempre es más cómodo que levantarse y mirar debajo de la cama. Eso sí, no deberían llamar negociación a lo que no es más que un chantaje: o yo o nadie; o ellos o la ruina; o ganamos nosotros o perderemos todos.
Algunos hasta han convencido a medio país de que celebrar unas terceras elecciones sería una tragedia. Otros, de que es una irresponsabilidad digna de saboteadores plantear una alternativa parlamentaria a un PP que tiene a decenas de altos cargos en la cárcel o de camino a ella y está a punto de sentarse en el banquillo de los acusados por borrar los discos de los ordenadores que tal vez los incriminaban–si es que la Fiscalía de Madrid, que ha recurrido el auto, no lo evita–, como esos delincuentes que se queman con ácido las yemas de los dedos para borrar sus huellas. Incluso hay quienes culpan a los socialistas de no llevar a hombros y en procesión a La Moncloa a los mismos que habían venido a bajar del pedestal. A veces, lo que como argumento no tiene un pase, funciona como sermón. Por eso la Justicia va vendada y la fe es ciega.
Mientras tanto, se produce un hecho que en cualquier otro país o en este mismo pero con otros protagonistas, sería un escándalo: el destierro a las sombras de un partido que tiene millones de votos y setenta y un escaños en las Cortes, al que han decidido arrinconar todos a una, como si fuese la estatua de cera de una infanta caída en desgracia. La justificación es que no combate a los independentistas con los que ellos se alían a la hora de poner al mando del Parlamento a la ministra que, entre otras cosas, dejó tan bien resuelto el problema que habían creado en Iberia quienes planeaban desvalijarla, que en 2013 la compañía contaba con veintitrés mil empleados, hoy le quedan dieciséis mil y anuncia otro ERE. Eso en España, donde este año se espera recibir a setenta millones de turistas.
Pero ellos van a lo suyo y otros que han pasado de cuarto poder a segunda voz los secundan. Y si eso falla, les echan en cara haber cobrado subvenciones de la misma Venezuela a la que ellos le vendieron armas, material antidisturbios y lanchas para patrullar las costas, de la misma "nación amiga", como la calificó el ministro de Defensa de este Gobierno. Y si no, siempre les queda calificarlos de amigos de los terroristas con los que ellos también negociaron en su momento lo que les dejó aquella banda de criminales. Pero ellos son así. No tienen límites, sólo fronteras y alambradas de espino. Son extremistas de centro. No debaten con sus adversarios, los excomulgan. Cómo se van a comparar con Adolfo Suárez, si él legalizó al PCE y ellos han ilegalizado de forma tácita a Podemos y por extensión a sus votantes.
En ese terreno, además, ellos y sus correveidiles tiran de un recurso clásico: la idea de que todos los políticos son iguales, así que para qué cambiar nada. El modo en que se pretende equiparar algún asunto sin duda poco ejemplar, como recibir dinero de otras instituciones siendo profesor universitario o no pagar los impuestos a un asistente doméstico, con la sucesión de escándalos, fraudes, abusos de poder, malversaciones y saqueo generalizado de las cajas fuertes institucionales por parte del Partido Popular, da vergüenza ajena. Porque la propia, al parecer, ni se plantean tenerla Rajoy y los suyos, como se ve a la luz de las recientes declaraciones de su vicepresidenta, que para ir preparándole el terreno a su jefe por si al final decide no ir a la investidura a que lo embistan, se vuelve de cemento y proclama que aunque la Constitución les obligue a aceptar el mandato del rey, si les viene en gana se lo van a saltar a la torera, antepondrán “la coherencia política a la jurídica”. Igual que Mas, entonces, con la única diferencia de que a éste y sus correligionarios les para los pies el Tribunal Constitucional.
La buena compañía, se titula la antología de la obra de Luis García Montero que acaba de aparecer en la editorial Renacimiento. El libro está lleno de tesoros, y tiene una definición magnífica de la intransigencia, ese arte que practica cierta "sórdida gente triste, / gente esquiva que nunca ha salido de sí. / No recorren el mundo, no se pierden, / no han sentido en su piel la luz de una frontera / que nos salva del dulce cuchillo de lo nuestro (…)". Gente que no sabe acordar nada porque no quiere alianzas sino servidumbres; porque no defiende derechos sino privilegios. Gente con la que nadie quiere mezclarse, ni que lo relacionen. Y es todo por su culpa. Si están tan solos es porque no le han tendido la mano a nadie. Si están tan solos es porque se lo han ganado a pulso. Y porque tienen que comprender que la única manera de desbloquear la puerta será cederle el paso a otros, no prohibírselo. La única forma de hacernos creer que van a cambiar es cambiándose por otros. Es el famoso factor humano, porque como dice García Montero en otro de sus poemas, "a veces una piel / pudiera ser la única razón del optimismo."