Buzón de Voz
Investidura fallida (II): el comodín Rivera
Cuando se conoce de antemano el final de una historia, lo único que puede mantener el interés es el hilo argumental o las sorpresas en el desarrollo de la trama. El descontado fracaso de Mariano Rajoy en su primer intento de investidura ha desvelado este miércoles que estamos mucho más cerca de unas terceras elecciones de lo que podíamos pensar hace unas horas. Pedro Sánchez se ha esforzado mucho para confirmar definitivamente que su 'no' es un 'no' incondicional y definitivo. Rajoy ha captado el mensaje, pero no sólo por la contundencia de Sánchez, sino también por la insistencia de Albert Rivera, su presunto socio para la gobernabilidad, a la hora de remarcar que no se fía de Rajoy y que en realidad habría preferido "otro gobierno y otro presidente". (En un debate repleto de citas relacionadas con la Guerra Civil, a Rivera le encaja aquel dicho popular que caló en el frente de Guadalajara: "italiano que huye, vale para otra guerra").
Si algo han confirmado las réplicas y contrarréplicas de este miércoles es que Rajoy y Sánchez no pueden entenderse o no les interesa hacerlo, pero también han desvelado que a Rajoy le pone más nervioso Rivera que el mismísimo Pablo Iglesias. Con este último se ha demostrado capaz de sacar lo mejor de la retranca que le caracteriza, mientras con el líder de Ciudadanos se comporta con una autocontención sólo comparable a la visible irritación que le provocaba la fundadora de UPyD, Rosa Díez. Habrá que comprender que no es para menos: Rivera lanzó antes del debate el aperitivo de que no confiaba en Rajoy, a quien considera un mal menor en comparación con el regreso a las urnas, y remató la faena este miércoles repitiendo por activa y por pasiva que habría preferido "un nuevo presidente con un nuevo Gobierno". Lo cual es como si el novio dijera unas palabras en la boda enfatizando que habría deseado "otra familia y otra novia". Lo normal en cualquier pueblo de la España profunda sería que ese novio acabara en el pilón.
Y tampoco cabe descartar que ese sea el destino final del líder de Ciudadanos, o que al menos esa sea la factura que Rajoy pretende cobrarse tras aceptar un pacto que le ha servido para llegar a la investidura con 170 votos a favor, pero no para garantizarse la formación de gobierno, y sin embargo le ha obligado a firmar compromisos (incómodos) contra la (indefinida) corrupción o a reconocer los recortes ejecutados al Estado de bienestar, aunque lo haya hecho con eufemismos: "Es cierto que algunas partidas presupuestarias tuvieron que reducirse".
Rivera llegó al debate autoproclamándose por segunda vez como llave de la gobernabilidad, pero sale de él componiendo la figura del arrepentido. Ha acusado tantas veces a PSOE y Podemos de hacer de "comentaristas del verano" mientras Ciudadanos "trabajaba", que el exceso ha sonado como la voz de ese oficinista que mueve papeles de un lado a otro para contentar al jefe sin arriesgar nada. Resultaba algo patético escuchar a Rivera vendiendo reformas que Rajoy no sólo no citaba, sino que apuntaba la obviedad de que son imposibles de aprobar sin el apoyo de otras fuerzas políticas.
Presiones y prioridades
Investidura fallida, acto primero
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La suma de esas obviedades recitadas por Rivera y Rajoy da que pensar. Si el primero presume de un gran Pacto por la Educación y el segundo define como gran objetivo del mismo "aumentar los conocimientos de la gente", es legítimo pensar que ninguno de los dos habla en serio. Que simplemente están disputándose el espacio del centro-derecha con una mezcla de guiños y abrazos perfectamente increíble. Y que el oso de ese abrazo es Rajoy, que ha pasado de la notoria desgana del martes al despliegue irónico del miércoles con el único objeto de visibilizar que a él no lo mueve nadie mientras él sí logra mover a algunos. Hasta Navidad o más acá. Hasta el 18 de diciembre, porque es seguro que Rajoy se prestará a reformar lo que haga falta con tal de no cargar con el cabreo de miles o millones de españoles tras haber forzado la amenaza de tercera cita electoral para el 25 de diciembre, entre villancico y villancico. De hecho el mayor esfuerzo de Rajoy este miércoles ha consistido (como se preveía) en señalar a Sánchez como responsable de esa hipotética convocatoria.
Estaba cantado que este primer acto de la investidura fallida de Rajoy acabaría con un 'no' contundente. El debate ha venido a agitar además la impresión de que van creciendo las voces que consideran más prioritario recuperar el fuelle del bipartidismo que la urgencia de formar gobierno. Desde la tribuna del Congreso se han citado las presiones del Ibex, de los "editoriales de Cebrián", de "los socios europeos", de "los inversores internacionales"... Pero tanto Rajoy como Sánchez han actuado como si pensaran que unas terceras elecciones perjudicarían más a los representantes de la "nueva política" que a ellos mismos. El presidente en funciones se relame con el cálculo de fagocitar a un comodín-Rivera que aparenta apuntarse a un bombardeo con tal de ocupar pantalla, y el secretario general del PSOE se ha puesto el traje de héroe de la resistencia frente a poderes fácticos externos o internos. De hecho acierta de pleno cuando responde a Rajoy: "Si cediéramos a sus presiones, sería la legislatura del chantaje".
Queda por comprobar, a partir del viernes y, sobre todo, a partir del 25-S, si Sánchez da el paso (casi obligado) de intentar una alternativa de cuyo posible fracaso no es fácil tampoco salir ileso. Pero Sánchez parece haber bebido la misma pócima de tacticismo político que sostiene en pie a Rajoy: resistir es ganar.