Plaza Pública
Al servicio de la gente
Prometo, para volver a poner las instituciones al servicio de la gente. Con esta promesa tomamos posesión del cargo de diputados y diputadas en la Asamblea de Madrid hace ya año y medio, mientras la bancada de enfrente nos abucheaba como hooligans.
Este recibimiento tan “cordial” dejaba claro que nos consideraban intrusos. Sin embargo cada vez que hacemos alguna referencia a que la gente corriente está en las instituciones, nos echan en cara que nosotros y nosotras no somos la gente, que nos arrogamos algo que no nos pertenece y que somos representantes igual que ellos y que, de hecho, el Partido Popular o el Partido Socialista representan a más “gente” que Podemos, por lo que, concluyen ellos, “son más gente” que nosotras.
Con ese mismo razonamiento sobre el significado de la representación y de los límites de la democracia representativa ya que estamos, llegan a la conclusión y nos lo vociferan en los medios, que no podemos estar a la vez en la calle y en las instituciones.
Así que, dada la intoxicación que existe entre representación y límites de la democracia representativa, vamos a intentar poner un poco de orden.
En primer lugar, cuando decimos que hoy hay gente corriente en las instituciones, no nos estamos apropiando nada, estamos marcando un hecho que muestra una diferencia: entre una forma de hacer política que se ha convertido en sí misma en una forma de ganarse la vida, (en el mejor de los casos, incluso para los que procedían de otros lugares), y una forma de servir con tu propia profesión, trayectoria y sabiduría durante un tiempo a la ciudadanía.
Cuando expresamos que hay gente corriente haciendo cosas extraordinarias en las instituciones, lo decimos porque vivimos una situación excepcional en la que la democracia nos ha sido arrebatada a las mayorías sociales, lo que nos ha llevado a dar un paso extraordinario, que ha dejado enfrente de la bancada del Partido Popular a profesionales e integrantes de las Mareas Verde y Blanca, de Juventud Sin Futuro, Bomberos Quemados, abogados de la lucha por la vivienda, abogadas y escritoras pro derechos humanos y un largo etcétera.
Lo decimos también porque somos gente corriente literalmente, algunos y algunas, somos gente que lo estudió todo en la escuela pública, cuando si no hubiese tenido esa opción universal, sencillamente se habría quedado atrás como le sucede a miles de jóvenes hoy, y que sabe que estar en esa bancada es un éxito perdido del sistema, mientras los que tiene enfrente lo consideran una anomalía, casi se les oye pensar “yo te no te he pagado los estudios para que ahora me hagas esto”… como si los impuestos fueran direccionales y exclusivos de aquellos que resultan ser además en proporción los que menos pagan.
Lo decimos, también, porque no hemos venido a las instituciones para hacer una carrera política, hemos venido para recuperar las libertades y los derechos perdidos, una escuela pública de calidad, unas sanidad y justicia universales, una gestión y administración transparentes y participadas, que dejen de estar empapadas de corrupción.
En definitiva recuperar la calidad democrática y la soberanía perdida. Y por eso nuestra promesa está encaminada a devolver las instituciones al servicio de la “gente”.
Porque hoy esas instituciones se han convertido en elementos muy poco útiles para la ciudadanía. La realidad es que a día de hoy en los Parlamentos no se parlamenta realmente, que el control al gobierno no es efectivo. La realidad es que las propuestas de la ciudadanía son recomendaciones no vinculantes. La realidad es que las demandas de la sociedad civil, de los sindicatos o los movimientos sociales no son devueltas en forma de políticas públicas. La realidad es que las instituciones a día de hoy no sirven a quien compone el Parlamento, y por extensión a la ciudadanía, que es su principal argumento sobre la democracia representativa, si no a quien gobierna.
Y por explicar nuestra experiencia y esta realidad, que es lo responsable, nos acusan estos días de deslegitimar las instituciones, cuando es más que obvio que a las instituciones las ha deslegitimizado la corrupción y el uso abusivo de la mayoría absoluta para transformarlas y ponerlas al servicio de unos pocos y en contra de casi todos.
Pero tranquilidad, no vamos a tomar el Palacio de Invierno. Decidimos colectivamente entrar en esa realidad, cambiarla y plantear una alternativa desde dentro, que transforme reglamentos, estatutos, rigidez y abusos, devolviendo la utilidad a las instituciones.
Pero este proceso es lento, y no es efectivo si solo se hace desde dentro. Es complementario y necesita la fuerza transformadora de un pueblo politizado, que participe y se corresponsabilice. Que ha permanecido convenientemente alejado de las instituciones. Y que está despertando cansado de que lo pisoteen.
Por eso los poderosos pretenden instalar una elección forzosa en la falsa dicotomía de la calle o las instituciones, ¡como si fuesen contrarias! –tal y como ellos lo conciben…– y no complementarias. Pues verán, en el primer Rodea el Congreso algunos estábamos en la calle viendo el comportamiento extraño y provocador, desde el primer momento, de unas personas que portaban unas banderas rojas sin más simbología, de los que todo el mundo comentaba la pinta de policías infiltrados que tenían. Epicentro “justo y casual” donde empezaron los disturbios y de los que luego oímos aquello de “que soy compañero…” en uno más de los muchos intentos de criminalizar la protesta y justificar los drásticos recortes de libertades y derechos que se impondrían con la Ley Mordaza.
Y también estábamos en el segundo, en el que en consenso con las organizaciones, Bomberos Quemados se encargó de hacer un cordón con la idea de separar al personal de las UIP’s de los posibles infiltrados, demostrando así que los disturbios eran premeditados, lo que por cierto quedó completamente claro.
Y también estuvimos en el tercero, algunos y algunas se acercaron en señal de apoyo y después tuvieron que marchar a cumplir sus obligaciones en el interior del Congreso y otros y otras de otros Parlamentos y Ayuntamientos nos quedamos sin más alharacas, donde siempre hemos estado: formando parte de la protesta pacífica, símbolo también de salud democrática.
Ojalá el proceso de transformación social que estalló en el 15M, del que somos una de las consecuencias, nos conduzca a que un día nos juntemos en las calles simplemente para compartir o celebrar la colectividad, porque todo haya cambiado y no haya peores motivos. Pero mientras tanto le pese a quien le pese, somos parte de un movimiento mucho más grande que nosotros y nosotras y no vamos a abandonar la calle, como ya hicieron otros antaño. Ejerceremos nuestro derecho a la protesta pacífica, nuestros derechos de reunión y manifestación, siempre con respeto a la autonomía y los contrapesos de los movimientos sociales y la sociedad civil, siempre que consideremos oportuno.
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Elena Sevillano es diputada por Podemos en la Asamblea de Madrid y consejera ciudadana en funciones
del área de Sociedad Civil
Víctor Rey es sociólogo y miembro de Juntas Podemos