Verso Libre
El mundo del trabajo
Las movilizaciones convocadas esta semana por los sindicatos intentan situar la reivindicación laboral en el centro de los debates políticos. Se trata de un esfuerzo difícil, pero imprescindible. Pensar el trabajo es pensar la democracia.
En el poema inicial de Campos de Castilla, Antonio Machado dio prioridad a su orgullo laboral en unos versos inolvidables: “A mi trabajo acudo; con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimento y el lecho en donde yago”. La alusión al trabajo en su “Retrato” contenía una declaración ética que marcó también el sentido de su poesía. El civismo republicano de los versos no se identificaba con la torre de marfil, ni con la profecía de los dioses, ni con la marginalidad dorada de los bohemios, sino con la palabra del ciudadano que acude a su trabajo.
El mundo laboral es el ámbito en el que se juega la realización personal de los individuos. Me parece significativo señalar que esta realización personal es inseparable de la forma en la que cada uno nos integramos en la sociedad. Así que ganarse la vida tiene aspectos públicos y privados. No se trata sólo de tener la suerte de llegar a fin de mes gracias a un salario, sino de que la labor diaria sea el medio de vivir una vocación y de participar en la organización de una sociedad. No es lo mismo tener un puesto de trabajo que tener un oficio. No deberíamos olvidar este fin último pese a las urgencias de unas realidades marcadas por la explotación y el difícil paisaje laboral.
Pensar en el trabajo es pensar en la democracia porque el orgullo de tener un trabajo decente y un oficio es el factor más importante a la hora de generar sentimientos de ciudadanía. Pensar en el trabajo es pensar en la democracia porque tener un salario digno es el mejor síntoma de una buena producción y distribución de la riqueza. Pensar en el trabajo es pensar en la democracia porque en las condiciones laborales se plasman las brechas de la injusticia y la desigualdad por motivos género. Pensar en el trabajo es pensar en la democracia porque la política sólo resulta creíble cuando se funde con la vida cotidiana de la gente.
Y para evitar bromas simpáticas sobre el derecho a la pereza, no olvidemos que el tiempo de ocio es un aspecto más del mundo del trabajo.
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Así que el peso de los trabajadores es indispensable en una verdadera regeneración de la democracia. De ahí también la dificultad de llevar las reivindicaciones del trabajo al centro de los debates políticos. Vivimos en un mundo que ha identificado su globalización con un proceso degradador de la democracia. Es el mundo que identifica la libertad con las manos libres del dinero a la hora de fijar las reglas de la vida y del Estado. Cuando se sustituye la producción por la especulación a la hora de generar riqueza, resulta muy difícil mantener el peso de los trabajadores en la organización social. Eso tiene consecuencias políticas inmediatas. Los ciudadanos somos hoy becarios del sistema electoral. Cubrimos los huecos de la plantilla, pero sin derechos ni sueldo democrático.
Y después, claro, están las condiciones de cada país. Las sucesivas reformas laborales que la inercia neoliberal ha impuesto en España dejan casi sin campo de estudio a los profesores de Derecho del Trabajo. ¿Qué derechos quedan? Defender el trabajo decente y el salario digno resulta muy complicado cuando se acaba con los convenios laborales, se facilita el despido libre y se utiliza el código penal para poner en duda el derecho a la huelga.
La situación actual hace muy difícil la labor de los sindicatos, pero las dificultades están siempre allí donde se juegan las cuestiones decisivas. Es una tarea de todos encontrar la manera de volver a situar el mundo del trabajo en el centro de los debates políticos. Corresponde a los sindicatos pensar en sus posibles errores y comprometerse con el futuro de nuestro presente. Corresponde a los revolucionarios de pacotilla comprender que la zambomba de sus críticas a los sindicatos es el villancico que más le gusta oír al poder.