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2024, el año en que los jueces entraron de lleno en la batalla política

Nacido en los 50

'Spain is different (one more time)'

El Gran Wyoming

Como fan que me declaro por la presente de mi compañera de página Raquel Martos, sólo me gustaría hacerle un pequeño ruego, y es que no se me adelante a la hora de escoger los temas de los que escribe, porque estoy empezando a sospechar que tiene en su mesilla de noche un muñeco de cera con mi relaxing body, que ya acusa levemente cual diosa de la fertilidad cierta expansión innecesaria en la zona abdominal, que no es producto de la excesiva ingesta, sino de una protesta contra los modos de tantos personajes públicos que moldean su figura como si el cuerpo fuese de propiedad exclusiva y no algo ajeno, aunque próximo, a nuestro sistema nervioso central, que es lo que en realidad somos.

No utilizaría mi compañera dicha figura con fines sicalípticos, sino para extraer con artes de la nigromancia, la magia negra, o la acupuntura en las órbitas oculares, lo que siento cuando leo determinados titulares y me digo con satisfacción: “Mira tú quién me ha solucionado la columna de esta semana”. A través de esas maniobras de dudoso componente ético, alcanza Raquel Martos a interpretar mis intenciones y las hace propias dejándome como única salida la del rector de la Universidad Rey Juan Carlos, que muy en consonancia con sus afines políticos se comporta como ellos a la hora de ejercer su cargo y, aunque resulte complejo, deja su ejemplarizante puesto a la altura del betún, con una jeta que ya quisieran para sí boxeadores que en la edad del retiro evidencian en su rostro lo traumático del ejercicio de su profesión.

Pues, a pesar de esta admiración que digo profesar por mi compañera y de llegar tarde al análisis de las declaraciones que hiciera la infanta Cristina a la salida de la Audiencia, me gustaría hacer una puntualización con la intención de aportar algo al debate de la reacción que dicha frase ha puesto en la arena para mayor descarga de nuestros indignados ciudadanos.

Creo que debemos agradecer a doña Cristina su esfuerzo en conseguir que cuando los ciudadanos se caguen en algo lo hagan con razón, y no por pérdida del sentido común, consecuencia de la impotencia y el hastío que provocan tanta impunidad, tanto descaro y tanta artimaña delictiva. En su defensa habría que decir que es normal que la infanta se indignara por todo lo que allí escuchó, porque realmente es para cabrearse cómo se comportan nuestros próceres, pero me da la impresión de que, como se sentaba al fondo de la sala en una esquina, creía que hablaban de otra Cristina, que aquello no iba con ella. Esa confusión es frecuente en cerebros que no están acostumbrados al uso corriente que hacen de ellos el resto de los mortales para sobrevivir, esa ingenuidad que caracteriza a los encéfalos sin estrenar. Claro, al escuchar el cúmulo de cosas que decían de aquella Cristina, la mujer se enfadaría pensando que con personajes de esa catadura es difícil que un país funcione.

Por eso creo que no se equivoca la infanta al afirmar: “Qué ganas tengo de que acabe esto para no volver a pisar este país”. Esa sentencia recoge un sentimiento que comparte la inmensa mayoría de los españoles sensatos. Casi todos firmarían la frase en cuestión, pero, en su caso, carece de sentido tal aseveración, porque es gracias a esa peculiaridad que tiene este país que otorga determinado grado de impunidad a los facinerosos de postín, la razón por la que podrá abandonarlo cuando le dé la gana si, como se prevé, sale indemne a pesar del cúmulo de circunstancias alevosas que tuvo que escuchar en su contra durante el juicio sin saber que ella era ella. Doña Cristina ignora que en otro país cualquiera de la Unión Europea no lo tendría tan fácil.

En un país normal, cosa que nunca hemos sido, la acusación no estaría de su lado enfrentándose al juez, al que acusa en sus escritos de estar prevaricando por sentar en el banquillo a la infanta por la única razón de “ser quien es”.

Tampoco lo tendría, si no fuera porque este país es único, la protección del propio Ministerio de Hacienda, que sería la parte perjudicada y que elaboró un insólito informe de exculpación según el cual doña Cristina sería una ciudadana ejemplar, a pesar de llevar adelante prácticas que a otros les supondrían una condena de hecho, notificada por correo desde el ministerio de Hacienda contra la que es casi imposible recurrir. Dicho informe fue contestado por los técnicos del ministerio (Gestha), que entendían que “la Agencia Tributaria elige a su capricho a las personas que habrán de responder por los delitos, excluyendo inexplicablemente a otras”. En el mismo escrito protestaban porque la abogacía del Estado, en lugar de defender los intereses del mismo, manifestó con sorna que eso de que “Hacienda somos todos” no era más que un eslogan publicitario sin la menor validez jurídica. Chúpate esa.

Claro que, como las cosas se olvidan, no tenemos presente que el señor Montoro ejerce con chulería su cargo porque es consciente de que puede hacer desde su puesto lo que quiera con quien quiera. Despidió a más de trescientos funcionarios de ese ministerio sustituyéndolos por otros que, según él, eran de su confianza. ¿De su confianza?¿Qué es eso de funcionarios técnicos de confianza? Dicho así, parece que ha montado una organización a su servicio, pero claro, eso es mucho decir. Esta criba espectacular y de difícil justificación incluyó a personas que llevaban adelante la investigación de grandes fraudes de corporaciones que, al parecer, no han vuelto a tener problemas. Estos funcionarios pagaron con su cese el hecho de meter las narices donde, precisamente, les llamaba su olfato profesional en cumplimiento de su cometido. El jefe de la unidad protestó y también fue cesado. "¿Alguno más tiene algo que decir?" debió de proclamar Montoro con los brazos en jarras.

Esa es una cuestión en la que no se entra y que siempre queda enmascarada por las grandilocuentes noticias de los futbolistas defraudadores que cumplen la misión de propaganda de que aquí no se escapa nadie. Bombas de humo. Se ha creado un sistema por el cual eso que antes se llamaban multinacionales ya no pagan un duro. Ese es el quid de la cuestión. Irlanda ha vuelto a sacar pecho contra la UE para evitar cobrar de estas empresas lo que debería con tal de que se instalen allí. Resulta impresentable a la vez que insolidario este comportamiento, porque esa minucia que se llevan los irlandeses se fabrica a costa de hundir a otros países como España con la connivencia de su Gobierno, que se niega a perseguir esa delincuencia fiscal responsable de la ruina que padecemos mientras pequeñas y medianas empresas españolas han cerrado en número de cientos de miles y no han tenido la menor exención por parte del ministerio a pesar de declararse en quiebra. Con ellos son implacables.

Los informes que salen al respecto indican que sólo con que estas empresas ahora llamadas transnacionales tributaran lo que les corresponde no harían falta recortes en sanidad, ni educación, ni hubiéramos padecido esto que llaman crisis y que, como sabemos, no es tal sino un nuevo modelo en el cual son los trabajadores, los que dependen de una nómina, los que cargan de manera inevitable y exclusiva con los tributos que hay que aportar al Estado. Los otros, los que generan miles de millones de euros de beneficios, si quieren se escaquean. Solo tienen que afincarse allí donde esas cosas no se cobran, aunque no desarrollen actividad alguna en el lugar donde tienen declarada la residencia.

Así, la infanta se equivoca porque suponemos que con esa afirmación de “no volver a poner un pie en este país” no quiere decir que se vaya a quitar de en medio, sino que va a emigrar, pero alguien debería contarle que eso, precisamente, hace que sigamos siendo differents, esa distinción que hace la administración del Estado entre unos ciudadanos y otros, la beneficia. Es decir, que si, como parece, no se ha enterado o, como ella afirmó ante el juez, no recuerda nada de lo que ha hecho en los últimos años, tal cosa implicaría que no tiene propósito de la enmienda sobre hechos de los que no parece haberse enterado que han ocurrido y de los cuales ha sido pieza fundamental, corriendo el riesgo de continuar con esas prácticas donde quiera que fuere y en cualquiera de esos países a los que está deseando llegar, con una justicia y un ministro que no va a ser tan condescendiente y arbitrario, lo puede pasar mal.

En fin, para qué les voy a contar. No voy a decir que estamos curados de espanto porque el día que eso ocurra la victoria será total. Permaneceremos en esta pequeña aldea gala llamando a las cosas por su nombre y manteniendo la conciencia de que esos delincuentes de alto rango que nos llevan a la ruina han conseguido poner a sus aliados al frente del timón que guía los destinos de la patria. Allá los que les votan con su conciencia. Yo tengo la mía.

El Gobierno mantiene a la infanta Cristina como presidenta de honor de la Comisión española de la Unesco

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Oración del día: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

Mientras ese día llega pillad lo que tengáis a mano: pollo, pavo, cochino o pularda. Regadlo todo con vino y pasadlo bien.

Un abrazo.

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