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Protestas sociales

La crisis despierta al movimiento vecinal

Asamblea del 15-M en el barrio barcelonés de Sants.

Durante la Transición, e incluso antes, resguardados en locales clandestinos, fueron los movimientos que contribuyeron a cambiar los barrios batallando por las infraestructuras y los equipamientos que no acababan de llegar. Fue la resistencia vecinal que, en los ochenta, contribuyó a crear modelos de ciudad más igualitarios. Una década después, ya en los noventa, comenzaron a perder infuencia, empuje y, sobre todo, base social. 

Aunque tímidamente, el activismo en los barrios, coinciden las personas consultadas para este reportaje, rebrota con la crisis, el repunte del paro o el drama de los que pierden sus casas porque no pueden hacer frente a la hipoteca. Y los tentáculos del 15-M, sobre todo en las grandes ciudades, tienen algo que ver en resurgir. 

"Hay analogías entre ambos momentos, pero en los setenta las condiciones eran mucho más precarias. En esa época, en la periferia de las grandes ciudades, surgió un proletariado urbano que luchaba por derechos básicos. Aquel era un contexto de ascenso del movimiento vecinal, hoy de lo que se trata es de defender esos derechos y servicios conquistados", analiza Jaime Pastor, politólogo de la UNED. Por su parte, Ibán Díaz, profesor de Geografía Social en la Universidad de Sevilla, cree que, salvo algunas "honrosas" excepciones, la mayor parte de las asociaciones de barrio "están muy envejecidas y se han vuelto inevitablemente más conservadoras". A su juicio, los movimientos vecinales que tuvieron su apogeo en los ochenta "han sufrido un lento e irreversible declive". "En los barrios obreros se está viviendo un drama importante que va a ir a peor, el desempleo prolongado está privando a una parte de la población de poder cubrir sus necesidades básicas. La única forma de afrontar esto para las clases populares es de forma colectiva generando redes de solidaridad y apoyo mutuo", amplía. 

La vivienda aparece como elemento que une ambas épocas. Antes se luchaba por tenerla. Ahora, por mantenerla con dignidad. En Valencia, la unión del movimiento vecinal contra la especulación urbanística ha tenido en los últimos años en El Cabanyal su centro de gravedad. El barrio marinero está amenazado desde finales de los noventa por el plan de la alcaldesa Rita Barberá de demoler 1.600 casas de alto valor histórico para prolongar la avenida de Blasco Ibáñez hasta el mar. 

Sentados en el suelo y con las manos en alto, los vecinos de este barrio no dudaron en plantarse delante de las excavadoras para evitar que se cumpliera la orden de demoler algunas casas de la calle San Pedro, situada en una zona incluida en el Conjunto Histórico Protegido salvaguardado por una orden del Ministerio de Cultura, entonces liderado por Ángelez González-Sinde. Era la primavera de 2010. Y en medio de ese tumulto estaba la diputada de Compromís Mónica Oltra, que ensalza la “lucha” de las gentes de El Cabanyal como uno de los mayores exponentes del movimiento vecinal en Valencia. “Llevan décadas movilizándose para que no partan su barrio por la mitad. Son un símbolo de resistencia contra la barbarie urbanística”, señala. Sin embargo, como ejemplos de rebelión ciudadana frente a los que ven la vivienda como un bien de explotación urbanística más que como un derecho, Oltra destaca también el caso de los vecinos que se movilizaron para evitar que la construcción de tres edificios de 20 alturas –uno de ellos para uso hotelero– tapase la luz del Jardín Botánico de Valencia. 

Vivienda y 15-M 

Vivienda y 15-M son los elementos que también contribuyeron a revitalizar la resistencia vecinal en Sevilla. "Las asambleas del 15-M han permitido tener coordinados grupos de personas de una parte importante de los barrios de la ciudad. Esto ha dado sus frutos más evidentes en el movimiento por la vivienda de Sevilla, que es uno de los más amplios y cohesionados de Andalucía, con una base real en los barrios", asegura el geógrafo Ibán Díaz. En Madrid ha ocurrido algo parecido. La Oficina de Vivienda que surgió del 15-M, en colaboración con la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, lidera la lucha antidesahucios en la capital. Han parado decenas de desalojos y han creado una red de ayuda a personas afectadas que lleva meses funcionando. Además, en las asambleas populares de los diferentes barrios de la capital, se han ido formando comisiones y grupos de trabajo para defender este derecho. 

El 15-M deja huella en la lucha por derechos fundamentales

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En Barcelona, la ola del 15-M fue a romper en barrios donde ya había un tejido asociativo fuerte. Cuando se alejó de Plaça Catalunya, el sentir de los indignados se instaló principalmente en Sants, la Barceloneta, Clot, Poble Nou o Poble Sec. Lo cuenta la activista catalana Gala Pin. A su juicio, el 15-M aportó al movimiento vecinal clásico, más centrado en acciones concretas, "una visión global de barrio más acorde con la garantía de derechos y con un modelo de justicia social". Como ejemplo de esta unión, Gala rescata Can Batlló, un espacio ocupado en el barrio de Sants y en el que convergen las asociaciones de vecinos y las asambleas de barrio con personas más vinculadas al movimiento okupa y a la cultura catalana de base. "Era una vieja reivindicación de los vecinos. Le dimos un ultimátum al Ayuntamiento. Si no nos lo daba, lo ocuparíamos. Y así fue", concluye. 

Aunque cree que las nuevas formas de resistencia vecinal "han descendido mucho" desde la explosión inicial, el profesor de Historia Contemporánea de la Autónoma de Barcelona Xavier Domènech, coincide en que el 15-M llevó a los barrios de la capital catalana un nuevo aire. "Surgieron iniciativas que depasan al movimiento vecinal clásico, que rescatan el cooperativismo o la ilusión de crear otro mundo", señala este docente. 

Muchos de los que mueven ahora los hilos del movimiento vecinal no han vivido la crudeza de la clandestinidad o los ajustes de la Transición. Algunos son emigrantes, pero sus lugares de origen están mucho más lejos de los pueblos andaluces o extremeños de los que provenían aquellos vecinos que lograron convertir en barrios dignos los lodazales que se encontraron al llegar a la periferia de las grandes ciudades. El reto, coinciden expertos y activistas, pasa ahora por la integración de ambas generaciones políticas. Por que unos quieran aprender y otros se dejen enseñar. Sin desconfianza.  

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