Elecciones europeas

La abstención podría afectar por primera vez más al PP que a la izquierda

Miguel Arias Cañete, durante mitin en el teatro Góngora de Córdoba el pasado 14 de mayo.

Quizá en otras elecciones el dato pase más inadvertido. Pero no en las europeas. Es la participación. Una angustia creciente para los partidos porque creciente ha sido la abstención en todos los comicios celebrados en la Unión desde sus primeros comicios, en 1979. En aquel año, la participación media comunitaria alcanzó el 62%. En la última convocatoria, en 2009, se quedó en el 43%. En una semana, se comprobará si la curva descendente seguida en la UE, y en España, se prolonga o se registra un punto de inflexión. Y si movilizan y despiertan a los ciudadanos los últimos coletazos de la campaña, como el cara a cara en TVE entre Elena Valenciano y Miguel Arias Cañete y sus posteriores declaraciones machistas.

Pero la abstención no es inocente ni carece de motivaciones. Según los expertos, una baja concurrencia a las urnas ha perjudicado en España tradicionalmente a la izquierda, si bien en los últimos años se está viendo que la desmovilización afecta también a la derecha, y es probable que en los comicios del 25-M perjudique más al PP, pues los votantes desencantados con el Gobierno quizá opten por quedarse en casa, mientras que los desengañados con el PSOE pueden repartirse entre la abstención y la apuesta por otras formaciones.

El sistema electoral, de circunscripción única, podría favorecer a priori una mayor afluencia ya que los votantes de partidos pequeños saben que su voto no se pierde, pero a juicio de los investigadores, el hecho de que las europeas susciten menos interés entre los ciudadanos neutraliza el posible efecto de participación. 

01. ¿DE QUÉ COLOR ES LA ABSTENCIÓN?

Joan Font, doctor en Ciencias Políticas y Sociología e investigador del Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA) del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), advierte de que estudiar la participación electoral es un campo complicado, porque no hay una bolsa de abstencionistas estable en el tiempo. Sin embargo, diversos estudios han venido arrojando un retrato robot aproximado del censo. En torno a un 10% de los electores españoles son "abstencionistas fijos", que no acuden a las urnas en ninguna circunstancia. De este 10%, una "minoría" no vota porque está muy politizada y no cree en el sistema, y el resto no lo hace porque no siente ningún interés por los comicios o tienen problemas vitales más acuciantes. 

¿Y el otro 90%? Según Font, "entre un 40-45%" son electores que siempre emiten su voto, bien porque sienten fidelidad a su partido o bien porque creen que participar en unas elecciones "es un deber cívico". La bolsa restante, el otro 40-45%, vota o no en función de la convocatoria, "son electores que entran y salen". 

Hecha esta disección, ¿a quién perjudica más la abstención? Pues hay que distinguir distintas etapas, pero sí existe un "claro sesgo ideológico", según avisa Belén Barreiro, expresidenta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), creadora del instituto demoscópico MyWord y una de las principales estudiosas de la participación electoral. Desde los años ochenta hasta 2004, el grueso de la abstención se concentra en la izquierda. Primero, por la "decepción sucesiva con los Gobiernos socialistas" de Felipe González, por su "incoherencia ideológica". Y segundo, por la querencia de José María Aznar hacia "asuntos más transversales" –cuestión territorial, terrorismo...–, que no son patrimonio de la izquierda o de la derecha. En 2004 y 2008, en las generales que ganó José Luis Rodríguez Zapatero gracias, en parte, a la movilización de la izquierda, el signo de la abstención "se equilibra". En 2011, la balanza se vuelve a descabalar: más votantes progresistas se quedan en casa.

Ahora las tornas habrían cambiado. Barreiro señala los últimos barómetros del CIS, en los que se palpa la "decepción" de los votantes del PP con la gestión del Gobierno de la crisis o el estallido de casos de corrupción. "En las europeas, el castigo al bipartidismo se va a traducir en una mayor abstención en la derecha y en la fragmentación de la izquierda", señala. Tendría su lógica, a su juicio: una vez que se pierde la confianza en un partido, el "paso natural siguiente" es no acudir a las urnas, antes de apostar por otra fuerza política. El partido de Mariano Rajoy, según los sondeos del CIS, goza de una mayor fidelidad de voto, algo insólito, porque históricamente ha disfrutado de un suelo de electores muy sólido. Además, en la derecha el PP tiene menos competidores que el PSOE por su izquierda.

Barreiro cree que en esta ocasión la abstención no se deslizará tanto contra la izquierda porque ahora "hay más interés por la política que antes", y la izquierda sí está más movilizada, así que es más "difícil" que esos votantes progresistas no participen. "O votarán en blanco o se inclinarán por otros partidos, como IU, Podemos o Primavera Europea [la coalición de Equo, Compromís y Chunta Aragonesista]. De modo que sí, el PP se verá más afectado por la abstención. Dicho lo cual, es mejor para una formación que se te vayan electores a la abstención a que se echen en brazos de otras fuerzas". 

Por tanto, como resume Font, "no hay un patrón ideológico universal", no se puede adjudicar de forma simplista la abstención a PP o a PSOE. Es cierto que en buena parte de la democracia ha dañado más las expectativas electorales de los socialistas, pero luego se equilibró (2004 y 2008), después se volvió a inclinar en su contra y ahora todo indica a que la derecha es la que puede no movilizarse para estas europeas. Barreiro añade que los votantes conservadores "pueden sentirse menos comprometidos con el proyecto europeo". 

Barreiro sostiene que, a PP y PSOE, el 25-M incluso les conviene una abstención alta, como lo demostró, en su opinión, el cara a cara televisado entre Miguel Arias Cañete y Elena Valenciano, en el que abordaron temas de política nacional, en el que el debate fue "muy ideológico", destinado a movilizar a su "núcleo duro de votantes". "Ellos saben que no van a poder conquistar muchos más votos que los de sus fieles. Así que les beneficia tener un 30% de los votos válidos en vez de un porcentaje menor, que tendrían con los mismos votantes y una mayor participación". En 2004 y 2009, en los comicios de una mayor abstención de toda la historia de España (54,86% y 55,1%), la concentración de sufragios de PSOE y PP fue altísima, del 84,67% y del 80,9%, respectivamente. Entre medias se hallaría el 83,81% de las generales de 2008. 

02. ELECCIONES DE SEGUNDO... O INCLUSO DE TERCER ORDEN

Basta mirar los datos de las 26 elecciones de ámbito estatal celebradas en España desde 1977 (11 legislativas, nueve municipales y seis europeas). La media de participación en España en las generales es del 73,46%. El pico lo encontramos en octubre de 1982, la cita en la que arrasó González: 79,97%. Es, de hecho, el porcentaje más alto registrado en los 26 comicios. En las generales de marzo de 1979 hallamos la cota más baja, 68,04%, seguido del 68,94% de noviembre de 2011. O sea, que en las legislativas, fluctúa entre en el 68% y el 80%. 

En las locales, la media de participación está en el 65,71%, a caballo entre dos extremos: el 69,87% de mayo de 1995 y el 62,51% de abril de 1979. O sea, siempre por encima del 60% y por debajo del 70%. 

El 55,91% es la media de participación de las europeas. El tope lo marcaron los primeros comicios celebrados en España, los que siguieron su adhesión a la Unión, los de 1987: 68,52%. El registro más bajo, el de 2009, un 44,9%. Un salto de casi 24 puntos. Y a la baja desde 1999. 

Más aún, las únicas convocatorias en las que la abstención se situó por encima del 40% son europeas: las de 1994 (40,86%), 1989 (45,29%), 2004 (54,86%) y 2009 (55,1%).

Con estos tres escalones tan claros, Font conviene, como otros autores, que habría que definir las europeas más como elecciones "de tercer orden", tras generales y municipales y autonómicas. Suscitan menos interés, no se ve tan clara la "utilidad del voto, no se deciden gobiernos, no hay representatividad ni modelo fiscal", recuerda Barreiro, y eso hace que los ciudadanos se desenganchen y acudan a las urnas sólo los votantes más fieles a los partidos o los "más comprometidos". Además, se ha aceptado que estos comicios sirvan para "castigar al Gobierno de turno", para sacarle "tarjeta amarilla", en palabras de Font, porque "los votantes tienen la sensación de que sale gratis, de que su partido no pierde el poder real". 

Mark N. Franklin, profesor invitado del Massachussetts Institute of Technology (MIT) y experto en comicios europeos, subraya que en este tipo de elecciones ni los partidos ni sus candidatos "se centran en los auténticos temas en cuestión", en la gobernanza de la UE, sino más bien ven estos comicios como una "oportunidad" para refrescar el voto de sus electores. O sea, que se convierten en "cuasi referendos de los partidos nacionales y, en particular, de los partidos en el Gobierno". Así lo han planteado, de hecho, PP y PSOE, como un plebiscito a la gestión de Rajoy. 

03. LOS FACTORES QUE INFLUYEN

Font y Barreiro, en sus respectivos análisis, recuerdan cómo en países como Estados Unidos sí tiene importancia la adscripción de clase (el estatus socioeconómico) en el voto. Dicho de forma simple: las capas sociales más pobres suelen acudir menos a las urnas, porque además allí es obligatorio inscribirse antes en el censo para poder votar. 

En España, en cambio, según los estudios de la expresidenta del CIS, el nivel de renta no influye tanto, "no hay sesgo de clase". Si no, no se entenderían porcentajes del 60% y 70% de participación. Lo mismo ocurre con el nivel educativo, no afecta. Ambos elementos, sin embargo, sí pesan en lo que se denomina "participación no convencional": protestas, manifestaciones... En esas ocasiones sí se movilizan más clases medias y altas y de mayor nivel formativo. Font matiza esa visión: cree que en determinadas zonas, de mayores ingresos, "la participación tiende a ser algo más alta". 

Los dos expertos sí están de acuerdo, porque así lo sanciona la doctrina, en asegurar que los jóvenes son más abstencionistas. "La progresión es lineal –ilustra Barreiro–. A mayor edad, mayor inclinación al voto, salvo cuando llegamos a la tercera edad". Font señala cómo los españoles "se desenchufan cada vez más tarde de la política" (antes, a los 60 años, ahora, avanzados los 70), dada la mejora de las condiciones de vida y el alargamiento de la misma esperanza de vida.

¿Y el clima de desencanto que certifican todos los sondeos? El investigador del IESA pide diferenciar entre la mala percepción de la situación política y la polarización entre las dos grandes fuerzas, PSOE y PP. Así, recuerda, en 1993 y en 1996 el ambiente político era pésimo, con un desafecto por las nubes, pero también con una tensión muy elevada. Ahora se cumple la primera parte (el desengaño), pero no la segunda (máximo enfrentamiento de socialistas y conservadores), justo por la caída del bipartidismo. 

04. EL SISTEMA ELECTORAL

En las europeas, no hay distritos provinciales. La circunscripción es única, todo el Estado, de forma que todos los votos cuentan para conseguir un escaño que, si las cosas no cambian sustancialmente, tendrá un coste de unos 250.000 votos. Esa arquitectura, en principio, debería "mitigar la probabilidad del voto útil o estratégico", que un votante potencial de IU decida inclinarse por el PSOE, aunque la alta abstención que se registra en estos comicios "neutraliza ese efecto", en opinión de Barreiro. Font también cree que el llamamiento al voto útil se desvanece si el distrito es nacional, pero "es una hipótesis casi imposible de demostrar porque no es la única variable en juego y no hay por tanto trabajos fiables al respecto". El PSOE, por si acaso, no ha perdido ocasión para intentar robar sufragios a IU.

¿En qué medida afecta una mayor o menor participación a los pequeños partidos, que sí sufren castigo en las generales, por el tamaño del distrito (la provincia)? Para los dos analistas, en la medida en que tienen electores más fieles, les puede ir bien incluso con una abstención alta. Pero Font pone por delante dos matices, porque a las formaciones muy nuevas –como Podemos, Primavera Europea, Vox o el Movimiento RED–, "si hay mucha desmovilización, se habla poco de política y los electores no llegan a conocerlos", y porque tampoco percibe "demasiado entusiasmo" en partidos minoritarios pero ya consolidados, caso de IU y UPyD. 

Barreiro añade que el marco institucional sí puede fomentar o mermar la participación. "Ayuda que se permita votar en dos días, que pongas colegios electorales en residencias, que amplíes las jornadas, un mayor tejido asociativo... Esas reglas, aplicadas aisladamente, tienen poco efecto, pero si se suman, sí. Los sistemas políticos tienen la capacidad de fomentar la participación. Y no digamos ya si obligan al voto". Este es el caso de cuatro países de la UE: Bélgica, Luxemburgo, Chipre y Grecia

05. ¿Y EL VOTO BLANCO Y NULO?

El voto en blanco, como convienen los expertos, tiene un claro componente de protesta. Traduciría el mensaje de "quiero ejercer mi derecho a votar, pero no hay ningún partido que me convenza" o "no me gustan los partidos, pero no quiero renunciar a participar", como resumen los investigadores Joan Font (IESA-CSIC), Eva Anduiza (Universitat Autònoma de Barcelona) y Mónica Méndez (CIS). Los votos blancos se consideran sufragios válidos, por lo que se utiliza para calcular la cuantía que debe superar una candidatura para entrar en el reparto de escaños: a más votos en blanco, más papeletas son necesarias para lograr representación. 

En España, el voto blanco ha oscilado entre el 0,03% de las municipales de 1979 al 2,59% de las locales de 2011, las celebradas al calor del estallido del 15-M. Los siguientes comicios, las generales de noviembre, vieron descender esa cifra hasta el 1,37%. Para Font, es previsible que el blanco alcance un porcentaje bajo este 25-M, puesto que hay pocos incentivos para acudir a las urnas, y por eso "pocos se tomarán la molestia de ir y encima dejar el sobre sin papeleta". 

El voto nulo suele interpretarse de forma distinta: como desconocimiento a la hora de votar, como errores involuntarios o como actos esporádicos de expresividad de los electores al dejar mensajes en sus papeletas. Salvo que una fuerza política haga campaña por él –como ha hecho la izquierda abertzale en varias ocasiones–, no se hace una traducción en términos políticos. Si aumentara mucho, sí cabría hacer una lectura de protesta, siempre y cuando –recuerdan Font, Anduiza y Méndez–, hubiera una consigna previa. En España. el nulo ha fluctuado entre el 0,11% (municipales de 1983) y el 1,95% (generales de 1982). En las locales de mayo de 2011, repuntó hasta el 1,69%, cayendo hasta el 1,29% en las legislativas del 20-N. 

06.LA EXPERIENCIA COMPARADA

El estudio de Franklin del pasado abril, ¿Por qué votar en unas elecciones sin un aparente objetivo?, compendia el comportamiento de la participación en la Unión desde 1979. Primero, concluye cómo en general en las europeas se movilizan o los fieles de los partidos nacionales o, en una menor proporción, los que les quieren castigar. Segundo, cómo la experiencia de no votar en unos comicios a la Eurocámara ya forma el hábito de no votar en las siguientes convocatoriasno votar.

Tercero, cómo la abstención va por países. Y aquí establece cinco grupos: aquellos que tienen voto obligatorio –donde la participación lógicamente es muy alta–; aquellos donde la participación apenas ha experimentado cambios a lo largo del tiempo (Dinamarca, Francia, Alemania, Irlanda, Holanda y Reino Unido); Austria, Finlandia y Suecia (donde la afluencia a las urnas se desplomó tras las primeras elecciones a las que fueron llamados, tras su adhesión); los Estados poscomunistas –nuevas democracias donde la participación y el arraigo a los partidos es muy bajo– y un último grupo, el de España y Portugal, donde la abstención ha crecido espectacularmente a lo largo del tiempo. 

Franklin subraya que la "infrarrepresentación" de sectores como jóvenes, sectores con niveles educativos más bajos o peores niveles de renta, "puede haber tenido ya consecuencias reales en la respuesta de la UE a la crisis". La razón es que estos grupos tenderían más hacia la izquierda, y es un hecho que los recortes y las políticas de austeridad han sido "apoyadas por la derecha y rechazadas por la izquierda". "Es cierto que el Parlamento Europeo apenas ha jugado un papel en la respuesta a la crisis, dando pie a la creencia de un déficit democrático muy real en la UE", pero una razón por la que la Eurocámara ha estado ausente de estos debates ha sido, precisamente, su escoramiento a la derecha. "Un Parlamento más representativo podría haber tenido mucho más que decir sobre la austeridad impuesta a los más pobres y los más jóvenes", remacha.

Este autor achaca la baja participación también a las disfunciones de las instituciones europeas. A ese desinterés palpable se ha respondido concediendo más poder a la Eurocámara –la que salga de las elecciones del próximo domingo será la que tenga más competencias–, pero no se ha hecho lo suficiente, cree, para "clarificar" a los votantes ese salto. Sí ha sido acertado que por primera vez los ciudadanos puedan elegir al presidente de la Comisión Europea –a semejanza de las elecciones nacionales–, pero el problema radica en que los partidos nacionales, a su juicio, no han insistido demasiado en este cambio cualitativo. Y eso hará, pronostica, que la abstención no se contenga el 25-M. La contestación, en apenas siete días.  

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