Memoria histórica

Carmen Lafuente, otra flor en el jardín de las Trece Rosas

Carmen Lafuente

La vida de Carmen Lafuente Rubio no fue fácil. Desde su nacimiento en el seno de una familia humilde en Madrid el 21 de febrero de 1922, Lafuente pasó su infancia entre el aroma socialista que desprendía la primera Casa del Pueblo de la capital. Sin embargo, en 1939, con la Guerra Civil finiquitada, una denuncia de un vecino marcó su vida para siempre. Su padre, Mariano Lafuente, militante socialista, fue encarcelado y posteriormente fusilado. Aunque nunca se encontraron sus restos, los hijos de Carmen están convencidos que, como tantos otros, su abuelo fue ejecutado en el Cementerio del Este, actualmente Cementerio de la Almudena. 

Carmen, que por aquel entonces tenía 17 años y militaba en la Unión de Muchachas –organización feminista de las Juventudes Socialistas de España (JSE)–, y su madre, Paula Rubio, fueron condenadas a veinte años. "Auxilio a la rebelión" fue el delito que le imputaron, aunque la muchacha no sabía qué significaban esas palabras que manchaban su expediente. A partir de ese momento, Carmen comenzaría a descubrir, siendo todavía menor de edad, el horror de las cárceles franquistas. Su sufrimiento, que la marcaría tanto física como psicológicamente, comenzó en la cárcel de Ventas, en la capital, donde compartió módulo con alguna de las Trece Rosas asesinadas en el mismo cementerio en el que ella perdió, un tiempo antes, a su padre.

Sin embargo, Carmen no fue la rosa número 14. A pesar de su relación en el presidio con alguna de las trece muchachas –Carmen Barrero Aguado, Martina Barroso García, Blanca Brisac Vázquez, Pilar Bueno Ibáñez, Julia Conesa Conesa, Adelina García Casillas, Elena Gil Olaya, Virtudes González García, Ana López Gallego, Joaquina López Laffite, Dionisia Manzanero Salas, Victoria Muñoz García y Luisa Rodríguez de la Fuente–, el decimocuarto puesto corresponde, tal y como cuenta el periodista y escritor Carlos Fonseca, a Antonia Torres Yela, una muchacha que gracias a un error mecanográfico al redactar su nombre en la orden de ejecución –Antonio en lugar de Antonia– consiguió salvar su vida aquella madrugada del 5 de agosto de 1939. Sin embargo, fue fusilada unos meses después, cuando las autoridades franquistas se dieron cuenta del fallo.

Volviendo a la historia de Carmen, ella y su madre serían trasladadas al penal de mujeres de Saturrarán, en el País Vasco, después de unos años en el presidio de la capital. Seis años de reclusión en los que las múltiples palizas recibidas la dejaron sorda de uno de sus oídos. Mariano, su hijo mayor, cuenta a infoLibre que Lafuente rebajó su condena gracias a su condición de maestra auxiliar. Tras su salida, comienza a ayudar a la familia Egaña en un caserío del municipio de Deba, en la provincia de Gipuzkoa. "Nunca fue la chacha", aclara Mariano en conversación con este diario. Unas labores que compaginaba con un puesto de trabajo en una fábrica de plásticos.

La historia de Carmen y Pablo

Años después, madre e hija regresan a Madrid, siempre con el miedo a que sus ideales vuelvan a terminar entre barrotes y presas hacinadas como animales. Es allí, en su ciudad natal, donde Carmen se enamora de Pablo, un joven que también se movía, de forma clandestina, por los círculos socialistas de la capital. En concreto, militaba en las Juventudes Socialistas Unificadas, siendo, según cuenta su hijo, el secretario de agitación y propaganda. De la unión de esa humildad y lucha que caracterizaba a la pareja nacieron Mariano, Enrique y Javier, sus tres hijos. Los cinco vivieron entre los madrileños barrios de Bilbao y San Blas.

Sin embargo, Pablo se ve obligado a emigrar a Alemania en 1960, como tantos otros españoles, en busca de oportunidades económicas. Un país al que Carmen tuvo muy complicado viajar. "Por sus antecedentes penales no le daban el pasaporte. Sin embargo, un sacerdote, que era familiar de unos vecinos que teníamos en San Blas, consiguió que le dieran un pasaporte para que pudiese ir a ver a mi padre", cuenta Mariano, el hijo mayor. Con la llegada de la democracia, el matrimonio volvió a afiliarse, ahora sin ningún temor, a su partido, al PSOE. Pablo y Carmen pasaron los últimos años de su vida en una casita que tenían en Alicante. 

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"Una mujer cariñosa pero endurecida"

Lafuente permaneció muy activa hasta los 90 años. Gran lectora de libros, quiso satisfacer su hambre de conocimiento acudiendo en Alicante al "colegio de mayores", según cuenta a este diario Antonia Graells, compañera de partido y amiga de Carmen y la familia. Las matemáticas las llevaba bien. El valenciano, algo peor. Sin embargo, acudía al "cole", como ella decía, con una sonrisa y ganas de aprender. Sin embargo, su avanzada edad y la lejanía de sus hijos, que residían en Madrid, hicieron que Lafuente regresase hace aproximadamente un año a la capital. La ciudad que la vio nacer en 1922 y marchitarse el pasado martes entre mensajes de algunos dirigentes socialistas. 

La pasada madrugada Carmen se convirtió en ceniza. Sin embargo, su recuerdo –"una mujer cariñosa cuyo alma se endureció después de todos los avatares vividos en la cárcel", en palabras de Mariano– permanece vivo en unos hijos "orgullosos" de sus "padres y aquella generación que, aunque padecieron lo que padecieron, dejaron a las futuras generaciones lo que ellos tuvieron pero les arrebataron: democracia". Otra rostro más de los miles que lucharon en este país por la libertad. Otra flor, en el jardín de las Trece Rosas

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