Creadores de rodríguez
El agosto cervantino de Alberto Conejero
En la casa de Alberto Conejero se acumulan los altares. El dramaturgo, uno de los exponentes de una nueva generación de autores teatrales, reserva uno para Montgomery Clift, otro para el Cervantes de Rinconete y Cortadillo, otro para La Odisea, otro para Ovidio. No es idolatría, es trabajo.
La estantería a rebosar de biografías y artículos sobre el actor dio como fruto la obra Cliff (acantilado), estrenada la pasada temporada en la sala madrileña La Pensión de las Pulgas. El rincón físico que ahora ocupa en su casa el autor de El Quijote, repleto de literatura secundaria sobre los pillos de las Novelas ejemplares, tendrá que servir para parir una versión de Rinconete y Cortadillo. El de La Odisea compondrá la mitad de Proyecto Homero, una nueva obra de La Joven Compañía que unirá una versión de Homero realizada por el entrevistado y una de La Ilíada hecha por Guillem Clúa. El de Ovidio, algo vacío aún, servirá para estrenar en julio El arte de amar, fusión del texto homónimo y de Remedios de amor.
Los "pequeños templetes" que se van acumulando en torno a Conejero son síntoma de una gran carga de trabajo. Cada una de las obras de este autor van dejando la huella física de la investigación previa a la escritura. Ya le pasó con La piedra oscura, una obra sobre Rafael Rodríguez Rapún, gran amor de Federico García Lorca, dirigida por Pablo Messiez. Estrenada en el Centro Dramático Nacional el pasado enero, se repondrá en el mismo teatro en septiembre debido a su éxito (acaba de ganar el premio Ceres del festival de Mérida a mejor dramaturgia). Que fuera inmediatamente señalada como una de las mejores obras de la temporada ha permitido a su autor "salir de cierta invisibilidad". "Aunque sigo en el en el mismo sitio creativo, sigo en el off", precisa. Cliff se repondrá en la sala del teatro alternativo madrileño Nave 73.
Escena de 'La piedra oscura'. / marcosGpunto (CDN)
Ahora es la de Rinconete y Cortadillo la que crece y crece, a medida que se acerca la fecha de entrega a la compañía Sexpeare, que la estrenará la próxima temporada. Es un encargo, y aún así intenta "ser, más que un huésped, un habitante" de la obra. Para ello, debía acercarse a Cervantes "desde un lugar desprejuiciado": "Vas buscando como un zahorí cómo interpela la obra a tu vida. Lo intuí en las primeras lecturas. Nos explica como país. Hay doble moral, amiguismo, papeles, sobres, trama Púnica...".
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Conejero habla deprisa ("lo siento, es la timidez"), y su ritmo se enfrenta al de un Madrid cada vez más vacío. "En agosto parece que todo se adormila, y tú estás revolucionado por dentro. Dispongo de mayor libertad horaria y estoy enfebrecido", explica. Es la escritura: "Me hace inmensamente feliz. Uno es una esponja, todo parece relacionado con ella". Tan poseído por esa fiebre del escritor estaba que se ha pasado sus únicos días de vacaciones, en Barcelona, pegado a Cervantes. Hasta en la playa.
Otra cosa es la disciplina. Conejero, que combina la escritura con la enseñanza, trata de imponerse unas horas al día delante del ordenador. "La escritura tiene algo de mantener el ritmo. En realidad, uno es escritor en la medida en que uno supera los estímulos que le alejan de la escritura", explica. Sus vías de escape son también las letras. Este verano lee la poesía de Katherine Mansfield y la de Vicente Aleixandre, a quien está "regresando". Los versos se han convertido, de hecho, en una escapada del teatro (aunque Beckett se ha empeñado en quedarse en las lecturas estivales).
Pero la poesía es también ahora otra vía de creación. Acaba de terminar su primer poemario y anda buscando editorial (o premio) para que vea la luz. Hace dos años volvió a conectar con esta forma de escritura, "después de los poemas de adolescencia del muchacho que soñaba con ser escritor". "He encontrado esquinas de mi voz que en el teatro no estaban", confiesa. Se averigua un nuevo altar en casa de Alberto Conejero.