Vacaciones eternas

Salvad la memoria de los soldados

Cementerio de Colleville-Sur-Mer, en Francia.

Eva Orúe | Sara Gutiérrez

Es una de las escenas de apertura más famosas de la historia del cine…

En la película de Steven Spielberg, James Francis Ryan, veterano de la Segunda Guerra Mundial, visita el Cementerio Estadounidense de Normandía en Colleville-sur-Mer. Ryan, acompañado por su familia, se acerca a la tumba de John H. Miller, el hombre que encabezó la misión lanzada para buscarlo… El presidente de Estados Unidos había decidido que tres hermanos muertos en combate durante la Segunda Guerra Mundial eran suficientes y quería salvar al cuarto.

Este camposanto se sitúa en una depresión que mira hacia la Playa de Omaha, uno de los escenarios (los otros fueron, por sus nombres en clave, Sword Beach, Juno Beach, Gold Beach y Utah Beach) del Desembarco de Normandía, cuyo 75 aniversario acabamos de conmemorar. No fue la primera opción, antes hubo un cementerio temporal (Saint Mère Eglise) que se habilitó en plena contienda, y hubo que esperar al término del conflicto para construir el que ahora visitamos. A este segundo emplazamiento llegaron los restos de la mitad de los aproximadamente 20.000 soldados estadounidenses enterrados en el original; el resto, fueron repatriados para recibir sepultura en su tierra natal.

 

Cementerio de Colleville-Sur-Mer, en la Normandía francesa. | Courtesy of ABMC

La página Chemins de memoire (Caminos de memoria), del Ministerio de Defensa francés, da los detalles: como otros cementerios estadounidenses en países extranjeros este, que acoge a caídos en la Segunda Guerra Mundial, está gestionado por la Comisión Americana de Monumentos de Guerra (ABMC, American Battle Monuments Commission). Francia cedió a Estados Unidos la concesión a perpetuidad de territorio, libre de tasas e impuestos.

Es un espacio hermoso, tiene la playa a un paso. Cuando llegas a él, por un instante, te puedes abstraer del hecho de que lo que significa, de lo que es. Por un instante…

Pero casi de inmediato, las estelas de mármol blanco de Italia en forma de cruz latina o de estrella de David, que miran hacia América te devuelven a la realidad del lugar: en esas 70 hectáreas se alinean 9.386 tumbas, entre ellas las de cuatro mujeres (tres afroamericanas pertenecientes a un batallón postal integrado en su totalidad por negras, y una cuarta, blanca, voluntaria de la Cruz Roja) y dos hijos del presidente Theodore Roosevelt (Quentin, piloto, fue derribado en julio de 1918; Theodore Jr. Murió de un ataque al corazón un mes después de llegar a Normandía el Día D).

 

Cementerio de Colleville-sur-Mer, Francia. | Moira Dillon (Unsplash)

El memorial del cementerio es una columnata en cuyo centro se eleva una estatua de bronce que simboliza a la juventud estadounidense. "Mine eyes have seen the glory of the coming of the Lord", "Mis ojos han visto la gloria de la venida del Señor", leemos en el pedestal. Cerca, al este de la arcada, en el jardín de los desaparecidos, se homenajea a 1.557 soldados que murieron ahogados o no pudieron ser identificados.

 

Jardín de los desaparecidos en el cementerio de Colleville-sur-Mer, Francia. | Courtesy of ABMC

La visita a los cementerios militares estadounidenses genera una extraña sensación. Evocar los acontecimientos que propiciaron su aparición es inevitable, como lo es pensar en el miedo y el valor de los que allí yacen. A quienes esto escriben lo que más les impresiona es esa uniformidad de aires marciales, apenas rota por flores y visitas, un ejército blanco que se alza desde el sueño y evoca la disciplina de los batallones.

El tratamiento que debían recibir los restos de los caídos en combate, sobre todo cuando la muerte se producía en suelo extranjero, ha sido siempre un quebradero de cabeza. ¿Cómo honrar su memoria? Tras la Primera Guerra Mundial el debate se encendió sobre todo en Gran Bretaña y en Estados Unidos, donde se acusó a las autoridades de no tratar a los soldados con la dignidad y el respeto que su sacrificio (forzoso, hay que añadir) merecía.

En EEUU la polémica se quiso zanjar con la creación, en 1923, de la ABMC que inauguró siete cementerios en Francia y Bélgica, uno por cada área donde el ejército estadounidense había actuado. Sus responsables optaron por organizar los enterramientos sin distinción de rango, raza o credo, y se propusieron, además, evitar que los familiares de los fallecidos levantaran monumentos particulares o pusieran signos específicos, leyendas personalizadas, que establecieran diferencias entre los caídos en un mismo combate. Una decisión que no a todos satisface, algunos consideran que deshumaniza a los muertos, que quedan así relegados a la condición de carne de cañón casi anónima, productos de guerra salidos directamente de la línea de montaje.

 

Cementerio de Colleville-Sur-Mer en la Normandía francesa. | Courtesy of ABMC

La fórmula elegida, y seguimos hablado de la Primera Guerra Mundial (por lo tanto, de los cementerios de Meuse-Argonne, St. Mihiel o Chateau-Thierry), fue erigir un monumento central, un espacio donde se recopilaran los nombres de los desaparecidos y una extensión de sepulturas amplia y marcial. Ese modelo, llevado a la práctica por el arquitecto Paul Cret, supuso la creación de un patrón menos monumental que otros posibles, pero cuya austera eficacia sigue emocionando. Hay algo que no se les puede negar: la apertura de estos camposantos propició la visualización de la magnitud del sacrificio realizado por hombres que cruzaron el Atlántico para encontrar la muerte.

 

Cementerio de Colleville-Sur-Mer. | Courtesy of ABMC

(Entre paréntesis. Cret murió en 1945, un año después del desembarco de Normandía. Y hay quien asegura que si su trabajo, no solo en los camposantos, no ha merecido un mayor reconocimiento es porque ejerció gran influencia sobre Albert Speer, el arquitecto nazi.)

El templo del fondo

El templo del fondo

Han pasado los años, y el Cementerio de la Playa de Omaha sigue siendo un lugar de memoria muy especial. No es el único de la zona, hay más americanos y los hay también británicos, incluso alemanes, pero Colleville-sur-Mer tiene la virtud de condensar la tragedia.

Hasta allí siguen acercándose llegar familiares de los fallecidos, estudiosos de los episodios bélicos que dieron sangrienta fama a estas tierras, visitantes curiosos o agradecidos. La gratitud es un sentimiento duradero: una asociación francesa, Les fleurs de la mémoire (Las flores de la memoria), se ocupa de que, en ausencia de parientes, los soldados no dejen de recibir ofrendas de reconocimiento. El 98 % de las tumbas están apadrinadas por hombres y mujeres a los que se pide que por lo menos una vez al mes lleven flores a los caídos, y que las depositen en el suelo, no encima o pegadas a la estela.

En este 2019 hemos conmemorado, queda escrito, los 75 años del Desembarco, ocurrido el 6 de junio de 1944. La próxima gran cita es en 2044, el centenario. En esa fecha aún lejana, a diferencia de lo ocurrido hace algunas semanas, ningún superviviente podrá dar testimonio de lo vivido. Pero, será entonces cuando se abra la cápsula del tiempo que se conserva a la derecha de la entrada del cementerio, en su interior se guardan artículos de prensa de la época y una carta que Eisenhower dirigió a las generaciones futuras, que serán ya generaciones presentes. La tarea de la memoria es interminable.

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