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La saca de la inmoralidad

Una de las cosas que está haciendo más llevadero el confinamiento a los vecinos de Shanghái es la solidaridad entre quienes no se conocen de nada. En los grandes bloques de viviendas, en la zona alta de la ciudad, los vecinos han creado grupos de WeChat, su WhatsApp chino, para compartir información, para preguntarse cómo van, si están bien, si alguien ha dado positivo y para intercambiarse cosas. Son casi 20 días recluidos y, para muchos de ellos, cosas como la leche, el pan o una cerveza empiezan a ser artículos de lujo. No pueden comprar, no pueden salir, no pueden hacer pedidos online y cada uno va tirando de sus reservas. El trueque, en pleno siglo XXI y en una de las ciudades más modernas del planeta, ha vuelto así, como única forma de subsistencia. 

La cultura china fomenta la colectividad: si tú, que perteneces a mi círculo, tienes un problema, yo también tengo un problema. No se contempla vivir de espaldas a lo que le pasa a mi vecino de puerta. No es una cuestión tanto de política, de generar una conciencia común, como de entender cómo hay que vivir en comunidad. Afrontan un desafío enorme y saben que sólo juntos podrán salir de ésta. 

Igualito, igualito a lo que pensaron en su momento Luis Medina y su socio, Alberto Luceño. En lo peor de la pandemia, cuando todos estábamos asustados, asimilando lo que estaba ocurriendo, contando a nuestros muertos, sin poder despedirnos de ellos, estos dos tipos andaban maquinando cómo forrarse, contando comisiones y engañando a quien pudieran, incluso entre ellos. “Pa la saca”, así se jactaban, en mensajes que se cruzaron aquellos días por email, de la mordida que le habían sacado al Ayuntamiento tras cerrar un contrato para traer algo parecido a unas mascarillas y algo parecido a unos guantes. Ese día murieron en Madrid 211 personas. 211 familias que no pudieron despedirles. Y, mientras, ellos se frotaban las manos pensando en cómo gastarían todo ese dinero. Mira que hay formas y formas de invertir ese dineral, pero cuando la neurona te da para lo que te da, supongo que un rolex, coches de lujo o un yate, es lo máximo a lo que puedes aspirar. Tu felicidad se mide en los millones que te gastas, cuanto más superficial e innecesario sea el gasto, pues mejor. Es de traca, sobre todo porque la avaricia era tan inmoral que ni siquiera en ese momento, con un país paralizado y sin saber cómo acabaría todo eso, se guardaron cierta lealtad entre ellos. Uno le engañó al otro. Y llegados a este punto, fíjense, este detalle ni me extraña. 

Aquellos días muchos pensábamos que de esta saldríamos mejores. Que todo lo que nos estaba pasando nos ayudaría a reflexionar, a parar y ver un poco más allá de nuestras propias necesidades. Algunos, está claro, no estaban en esas. Estaban en seguir engordando su cuenta bancaria a costa de lo que fuera, de una pandemia, de miles de muertos y de la necesidad de unos sanitarios de protegerse para seguir salvando vidas, quizás, en algún momento, también la suya. Pero es que ni siquiera cuando supieron que el material era de mala calidad, la conciencia, esa de la que está claro que carecen, les pesó lo más mínimo. Saber que los que estaban en primera línea de la pandemia estaban indefensos porque ellos se habían gastado el dinero y lo habían metido en “la saca” no les pesó. Les importó una mierda, así de claro. 

Muchos pensábamos que de esta saldríamos mejores. Que todo lo que nos estaba pasando nos ayudaría a reflexionar, a parar y ver un poco más allá de nuestras propias necesidades. Algunos, está claro, no estaban en esas.

Lo peor de esto es que les sigamos llamando empresarios a estas alturas de la película. Visto lo visto, de empresarios tienen bien poco. Los empresarios buscan generar un beneficio produciendo un bien o dando un servicio. Ellos no. Los empresarios crean empleo, generan riqueza no sólo para ellos sino también para la comunidad en la que viven o trabajan. Ellos no. Estos dos tipos sólo buscaron estafar, cuanto más mejor, y aprovechándose de una situación de desesperación en un momento muy complejo. Me los imagino intercambiando llamadas, mensajes… Carcajeándose con el pelotazo que acababan de dar, sin salir de casa, porque claro, ellos también estaban confinados. 

Yo propongo que como es Viernes Santo, viernes de penitencia, estos dos señores podrían tomar el ejemplo de China y practicar el trueque. Que cambien su yate, sus relojes y coches de lujo por todo eso que no pudieron dar a los sanitarios en lo peor de la pandemia. Que se vayan a un centro de salud o a un hospital y pregunten qué necesitan. Con esos seis millones pueden darles la vida a muchos de ellos, esa que les importó bien poco mientras metían su dinero en la saca. 

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