Todos los policías son unos policías Joaquín Jesús Sánchez

Al igual que, como periodista, reconozco el valor y relevancia informativa de algunos de los wasaps entre José Luis Ábalos y Pedro Sánchez, también percibo (y mucho) disfrute entre quienes se acercan a ellos con un morbo excesivo.
Con un placer impúdico de ver cómo una persona pública, a la que todos conocemos, se expresa en la intimidad. El puro cotilleo de verle desenmascarado. Sin filtros. Como un rey desnudo mientras el pueblo goza observando por la mirilla y poniendo el oído detrás de la puerta.
Porque en esta polémica hay mucho de esto. Por ahora, no son un “Luis, sé fuerte" de Rajoy a Bárcenas. Ni de momento se aprecia delito más allá de la constatación de la cercanía con Ábalos una vez salió del Gobierno, su interés por el rescate de Air Europa o su forma implacable (y cuestionable) de controlar las críticas internas del partido.
Aun así, los wasaps han sido el tema de la semana. Son importantes, pero, ¿tanto como para que los políticos de todos los partidos se hayan pronunciado sobre ellos de una u otra forma? ¿Tanto como para que todo se mezcle y que ya nadie sepa muy bien qué es lo crucial y grave y qué lo accesorio en el caso Koldo?
Estos días, el debate político se ha parecido más al ambiente en un plató de un programa de prensa rosa que uno de actualidad. Lo constataba, apesadumbrado, el expresidente Felipe González el martes en la presentación del Laboratorio de Oportunidades en el Círculo de Bellas Artes. “La política se ha convertido en un Sálvame”, decía.
Al igual que reconozco el valor y relevancia informativa de algunos de los wasaps entre Ábalos y Sánchez, también percibo disfrute entre quienes se acercan a ellos con un morbo excesivo
Voy más allá. Creo que es peor que Sálvame. Ahora, La familia de la tele. Porque, sobre todo, lo que se está comentando es la forma de valorar, en términos coloquiales, y con una persona de su estricta confianza, a Emiliano García Page, Javier Lambán, Margarita Robles o Pablo Iglesias. Básicamente, lo que hace habitualmente un jefe o compañero en cualquier entorno laboral dentro y fuera de la política.
Mientras el debate público se sigue banalizando con estas cosas, percibo entre la gente de mi generación un doble fenómeno curioso. Por un lado, una necesidad constante de compartir momentos íntimos y privados en redes sociales. Y por otro, un exceso de celo con las cosas que se dejan por escrito, incluso entre gente de confianza.
Muchos tienen el modo WhatsApp efímero en el que los mensajes se borran a los pocos días. Otros solo mandan audios o fotos para ser escuchados o visionados una sola vez. Puede que sea porque en este mundo digital nadie se libra ya de que se reenvíen, filtren o publiquen mensajes que no deberían salir tan fácilmente del ámbito privado.
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