Ni tan mal para Sánchez Luis Arroyo

“He tenido tiempo para leer”. “He conocido a mis vecinos”. “Me he replanteado el ritmo de vida que llevamos”. Escuché todo esto el día del apagón. A amigos, conocidos y gente en redes sociales. Como si nos hubiesen descubierto un mundo maravilloso que no sabíamos que existía.
Recuerdo volver de la redacción con Madrid sumida en calma. Grupos de personas hablando por la calle, más gente de lo habitual paseando a sus perros, terrazas llenas de gente tomándose unas latas, compradas en las pocas tiendas de comestibles que quedaban abiertas… Estábamos presentes, pero el hechizo duró poco.
Con la llegada de la electricidad, volvimos a enfrascarnos en nuestros teléfonos móviles y a alejarnos del de al lado. Como en la pandemia, tampoco salimos mejores. Romantizamos durante 24 horas, o quizás 48, la falta de tecnología porque sabíamos que era algo efímero y emocionante que pasaría de un momento a otro.
Pero, ¿qué nos impide dejar el móvil y centrarnos en un libro cuando no hay un apagón? ¿O no sacarlo del bolso cuando estamos en una cena con amigos? ¿O salir al parque sin más objetivo que disfrutar del paseo? ¿O estar más presentes en el mundo real y dejar de lado las pantallas?
¿Qué nos impide dejar el móvil cuando no hay un apagón? Se llama adicción. Y la que tenemos hacia las pantallas está socialmente aceptada. Es un error criminalizar la tecnología y romantizar un apagón
Se llama adicción. Y la que tenemos hacia las pantallas está socialmente aceptada. Aunque cada vez hay más iniciativas que fomentan la desconexión digital, no se toman medidas reales. Como sociedad, somos conscientes del problema, pero no hacemos nada ni tenemos herramientas para intentar paliarla.
Ya no sabemos orientarnos sin GPS, leer un artículo completo nos cuesta un mundo, si no está en nuestro feed de Instagram no recordamos algo que hemos vivido y cada vez somos menos creativos porque se lo preguntamos todo a ChatGPT. Hay gente, incluso, que es capaz de pagar una cantidad importante de dinero para que la obliguen a leer sin distracciones en un retiro. ¿A dónde hemos llegado?
Es un error criminalizar la tecnología y romantizar un apagón mientras cerramos los ojos ante el problema real. Nos fijamos en el dedo que señala la luna en lugar de plantearnos cómo podemos hacer un uso controlado y consciente de estos dispositivos, pensados para engancharnos. Ahí es donde debe estar el debate político y social. Y sin cursilerías baratas, por favor.
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