Ignacio Ellacuría, teólogo y filósofo de la liberación Juan José Tamayo
Guerra larga, clases medias, fracasos a corto
Dicen que en España no le hacemos mucho caso a los asuntos de política internacional, pero esta semana no va a quedar otra. Y no sólo porque Madrid vaya a ser sede de la Cumbre de la OTAN, sino porque en los mismos días se reunirán otras tres cumbres; las de la UE, los BRICS y el G-7.
El día que Putin invadió Ucrania apenas se intuían las consecuencias que iban a desencadenarse. Al coste humano en vidas y destrucción había que sumar el desafío que suponía reaccionar frente al terror. En un primer momento las respuestas tuvieron lecturas positivas: Europa reaccionaba unida y se crecía ante la dificultad. Eran las semanas en que se hablaba de guerra relámpago y en las que los análisis señalaban que con la superioridad militar de Rusia la contienda sería breve y contundente. Han pasado cuatro meses y, paradójicamente, la debilidad del ejército ruso está poniendo en más aprietos a Europa que si hubiera exhibido poderío. Una guerra que se prevé larga ha desatado a nivel mundial múltiples crisis: la alimentaria, la energética, y a resultas en buena medida de las dos, la inflacionaria.
El Gobierno de España acaba de emitir una señal clara: la guerra será larga. Lo ha hecho aprobando un nuevo paquete de medidas que se extenderá hasta final de año, sin descartar nuevas iniciativas en función de cómo se desarrollen los acontecimientos.
Si bien es cierto que antes de empezar la guerra ya estábamos en un camino inflacionario, ésta lo ha acelerado enormemente. Tanto, que las sociedades occidentales viven con angustia el fin del verano con cifras de inflación que rondan el 9% y comprometen la anhelada recuperación económica tras la pandemia. En este contexto es donde hay que entender el nuevo paquete de medidas anunciado por el Gobierno. A falta de mayor concreción y de conocer cómo queda la aprobación del impuesto a las energéticas, esas medidas van destinadas a los sectores más vulnerables –200 euros a familias con ingresos por debajo de 14.000 e incremento del 15% de las pensiones no contributivas– y por vez primera se hace una señal también a las clases medias con la rebaja de los bonos de transporte a partir de septiembre. ¿Será suficiente para estos amplios sectores de la sociedad, acostumbrados a la estabilidad y esperanzados con la recuperación económica, que hoy ven cómo sus ahorros merman para hacer frente a los gastos del día a día? Este Gobierno, que indudablemente ha tenido en sus políticas la prioridad de proteger a los más desfavorecidos, no puede olvidar que en una situación como la actual necesita proteger también a las clases medias que dan estabilidad a la sociedad. Ahí puede estar la clave de su éxito. Ahora bien, ¿Cómo se hace una cosa sin renunciar a la otra? Solo hay un camino: la política fiscal. De ahí la importancia del impuesto a las energéticas, cuyos beneficios se han disparado precisamente por la situación creada y que por ello son las que más pueden y deben contribuir. Tampoco tienen por qué ser las únicas ni debería ser ésta una medida planteada con ánimo de meterles el dedo en el ojo, sino porque es de justicia. Se trata de entender que estamos en una economía de guerra en la que los estados necesitan recaudar para proteger a su gente. Y ojalá se aproveche la situación para, más allá de reformas puntuales, acometer los cambios estructurales pendientes. El del mercado energético es uno de los más obvios.
La invasión de Ucrania ha acabado desatando una tormenta perfecta que nos hace incurrir en fracasos y contradicciones a corto, desafía a las clases medias (a las de más abajo, por supuesto, también), y nos obliga a prepararnos para largo
Siendo estas medidas importantes, no pueden entenderse solo en el contexto español. Esta guerra está teniendo consecuencias globales y no escaparemos a ninguna de ellas (aquí un buen repaso). Un ejemplo es la crisis energética. Sabíamos que Rusia tenía el grifo del gas, parte del petróleo y algo del carbón. Conocíamos el nivel de dependencia que esto dibujaba en Europa –en Alemania, sin ir más lejos, el 66% del gas que consumían antes de iniciarse la guerra procedía de Rusia–, pero apenas intuíamos el escaso margen de reacción que íbamos a tener. A cuatro meses de empezar la guerra, y con cierres parciales de suministros –es decir, puede ser mucho peor–, Europa empieza a plantearse la posibilidad de restricciones, y lo que es más grave: la vuelta a quemar carbón e incrementar el uso del gas, en contra de todos los planes para acelerar la transición energética que haga frente al cambio climático que provoca los cambios en la tierra que a su vez generan pobreza, escasez de alimentos, migraciones masivas, etc. El círculo vicioso se acelera, Europa retrocede en la práctica en sus compromisos y objetivos de abandonar los combustibles fósiles y entra en flagrantes contradicciones entre lo que dice querer ser y lo que es. El clima, es decir, las condiciones sobre las que se desarrolla la vida en el planeta, es otra de las grandes víctimas de la guerra y provoca reacciones en cadena. Sin ir más lejos, problemas en la producción de alimentos.
Hace semanas que somos conscientes de que la crisis alimentaria derivada de las dificultades para acceder al cereal ucraniano va a hacer estragos. En Europa, incremento de precios y la consabida inflación; en África hambrunas y muertes. En el conjunto del globo, movimientos migratorios masivos. Por si fuera poco, el incremento de temperaturas y las últimas olas de calor han arruinado buena parte de la cosecha de cereal. En España, en función de las zonas, entre un 20 y un 40%. Este es solo un ejemplo, hay más. La invasión de Ucrania ha acabado desatando una tormenta perfecta que nos hace incurrir en fracasos y contradicciones a corto, desafía a las clases medias (a las de más abajo, por supuesto, también), y nos obliga a prepararnos para largo.
Estos son los desafíos a los que tienen que hacer frente la Cumbre de la OTAN, la reunión del G-7 y las cumbres de la UE y BRICS que se reúnen esta próxima semana. Máxima tensión internacional en uno de esos momentos en que se mueven las placas tectónicas del planeta.
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