El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
Razones para un shock
Iñigo Errejón no es ni el primero ni –mucho me temo– último acusado y denunciado por acoso y/o violencia machista. En las últimas horas han corrido ríos de tinta preguntándose por sus posibles adicciones, su comportamiento, el lado oscuro de su personalidad, hasta dónde quién sabía qué y qué se debió hacer, o lo absurdo de una carta de despedida en la que se autoinculpa acusando al neoliberalismo. No, no es el neoliberalismo sino el machismo, como explica aquí Maria Eugenia Rodríguez Palop, o si se prefiere, el Poder, así, con mayúsculas, ejercido según los testimonios en forma de dominación.
Entre las palabras más usadas en las informaciones al respecto y en los comentarios de la izquierda, sobresale una: shock. Estado de shock. Entre la sorpresa, el espanto y la incredulidad, se buscan explicaciones a algo que, en el fondo, es bastante sencillo de entender. ¿Por qué, entonces, tanto “shock”? Aquí van algunos motivos que pueden ayudar a entender la perplejidad con la que se está viviendo este asunto y, previsiblemente, con el que se vivirá la onda expansiva que vaya provocando en los próximos días.
El primero y más importante es entender que todo esto es un disparo a la línea de flotación de lo más importante que tienen los políticos, en especial los políticos que llegaron abanderando la nueva política: su credibilidad. Tiene algo de injusto, pero a ellos y ellas les penalizan mucho más que a otros líderes los comportamientos machistas o corruptos porque llegaron enarbolando esas banderas. Esa fue su propuesta de valor, y la que cae acribillada ante este caso y otros similares.
Los males que la izquierda suele acertadamente diagnosticar no escapan a sus referentes. Si así se entendiera, las organizaciones progresistas se habrían dotado de mecanismos de prevención, detección y gestión de fenómenos de corrupción, de acoso y violencia de género
Pero hay más razones que explican el shock. Comportamientos machistas existen a izquierdas y derechas, contradicciones en los de arriba y en los de abajo, y casi nadie pasaría la prueba del algodón de la pureza (que cada cual se lo piense). Sin embargo se da, sobre todo en la izquierda, y en especial en la izquierda de la izquierda de la izquierda, una tendencia a pensar que sus referentes, por el hecho de serlo, levitan como santidades; que un migrante por el hecho de ser migrante no puede ser mala persona; que un gay por el hecho de ser gay no puede ser un abusador; que el dirigente de una organización social en tanto que dirige una organización para el bien no puede ser un corrupto o un agresor, etc.
Los males que la izquierda suele acertadamente diagnosticar no escapan a sus referentes. Si así se entendiera, las organizaciones progresistas –partidos políticos, sindicatos, organizaciones sociales…– se habrían dotado de mecanismos de prevención, detección y gestión de fenómenos de corrupción, de acoso y violencia de género, etc. mucho más exigentes y eficaces que los de otras organizaciones. Es imposible no acordarse de aquello de La superioridad moral de la izquierda que escribió Sánchez-Cuenca. No, Sr. Urtasun, no vale decir que los protocolos no funcionaron. ¿Por qué no funcionaron? ¿Han funcionado alguna vez? ¿Y en las instituciones? ¿Funcionan estos mecanismos? ¿Por qué hay mujeres que prefieren hablar en una red social en lugar de hacerlo por los procedimientos establecidos? La conmoción del caso Errejón debería ser un acicate para revisar estos protocolos y dar respuestas a estos interrogantes.
Finalmente, un tercer aspecto contribuye a la perplejidad. La gestión que los dirigentes de Sumar están haciendo de este asunto carece de rigor, credibilidad, firmeza y responsabilidad. Un espacio complejo como este, en un momento de recomposición, no puede fallar ante un caso así. Y lo está haciendo estrepitosamente. La izquierda no socialista se deshace como un azucarillo y pone en riesgo futuras mayorías, abriendo el paso a la derecha y la ultraderecha. Paradójicamente, quizá el caso Errejón sea lo que evite las tentaciones de un posible adelanto electoral y aboque a agotar los cuatro años de legislatura.
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