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Leonardo Padura: "A la miseria no se le puede pedir virtud"

Leonardo Padura durante la clausura del Festival CiBRA de Toledo.

Desde que en el año 2015 el nombre de Leonardo Padura saltó a la prensa nacional como Premio Princesa de Asturias, su reconocimiento en nuestro país no ha dejado de crecer.

Leonardo Padura ha regresado hace unas semanas a su barrio, Mantilla, a su ciudad, La Habana, a su país, Cuba. De su viaje europeo se trae un rastreo sobre su apellido en las tierras de Vitoria, la atención, la devoción y el aplauso del público español y un Premio literario: el del Festival CiBRA de Toledo, Festival del cine y la palabra. El sábado 9 de noviembre, Padura recogía este premio a su trayectoria como novelista, guionista, periodista, a la vez que nuestro Mario Conde cinematográfico, es decir, el actor Jorge Perugorría, era galardonado con el Premio Toledo de Cine, en la gala de clausura del CiBRA, junto con otros artistas de la talla de Luz Casal, Julieta Serrano, Paz Vega, Irene Escolar, Eduard Fernández o Antonio Mercero.

En primer lugar, enhorabuena. He leído que su nuevo libro, Ir a La Habana, está en el ranking de los libros más leídos, en este caso entre las novedades de no ficción.

Para mi sorpresa así ha sido. Porque no es una novela, no es un ensayo de divulgación científica, ni siquiera una guía de viajes, sino una mirada muy personal de mi relación con la ciudad en que nací, vivo y escribo. Es un libro con una estructura muy peculiar, porque incluye ensayo (de cierta forma también autobiografía), literatura y periodismo. Y que en un mercado tan difícil, dominado por un tipo de literatura hecha para vender, ese producto saque la cabeza y se haga visible, me provoca una enorme satisfacción. Nada, que hay que confiar en los lectores.

Siempre que he escrito una reseña sobre alguna de sus novelas he insistido en que La Habana es un personaje más, junto al resto de nombres que tenemos asociados a su obra: El Flaco Carlos, el Conejo, Josefina, Mario Conde, Tamara, Yarini… En Ir a La Habana, la ciudad pasa a ser protagonista absoluta.

Claro, quería hace años escribir el libro de mi ciudad, la mía, la que yo veo y escribo, la que habité y habito. No puedo separar mi trabajo literario de mi pertenencia cultural y física. Y ese contexto es La Habana, por la que se mueven mis personajes, en las que viven muchas de sus experiencias, la ciudad que incluso me da la lengua en la que escribo, ese idioma habanero que, por ejemplo, caracteriza la expresión de un personaje como Conde. Si en todos mis libros La Habana es una presencia, pues ya necesitaba explicarme a mí mismo hasta dónde funciona esa relación, y me senté a escribir este libro. Ahí está mi Habana.

Dice Padura que “cualquier disciplina pautada por códigos de conducta o pensamiento le han mantenido alejado de cualquier militancia fraternal, partidista o religiosa”. Yo creo saber que no renunciaría nunca a varias militancias: a sus amigos, a su casa de Mantilla, a su Lucía y a sus lectores. ¿Cómo han sido esos encuentros con lectores en esta última visita a España, que lo ha llevado por varias ciudades?

Es importante confiar en los lectores. Pero, además, querer a los lectores. Y eso no significa que uno les haga concesiones, al contrario, debes respetar su inteligencia y retarla, para que hagan su labor de completar eso que tu propones y que ellos componen: el verdadero libro. La experiencia de esa relación, en España, ha sido cada vez más gratificante, pero también porque ha sido una labor de años. Recuerdo que en 1997, cuando presenté por primera vez un libro acá en España, que fue la novela Máscaras y en Barcelona, tuve al mejor de los presentadores posibles: nafa más y nada menos que Manuel Vázquez Montalbán… y a la presentación del libro fueron 16 personas. Catorce para oír a Manolo, dos para comprar mi libro. Ahora, en cambio, voy por media España con auditorios llenos y no puedo sentir más que orgullo por lo logrado (con el inmenso apoyo de mis editores de Tusquets) y gratitud hacia esos lectores que son cada vez más fieles, cada vez más numerosos.

En los lectores de Padura se han instalado palabras como: “pertenencia, sueños, esperanzas, generación, diáspora, Alguien, escuálido y conmovedor”. En este libro se añade una nueva: “ajenitud”.

Ah, la ajenitud… Es que extrañamiento me parecía una palabra demasiado bretchiana, teatral. Distancia solo me daba un sentido más bien físico. Y que algo que ha sido tan propio empiece a tener otros códigos, a expresarse con otros sentidos, pues empieza a hacerlo ajeno. Y eso es lo que, lamentablemente, me está ocurriendo con esa ciudad que me pertenece, que es tan escuálida y conmovedora, de donde se han ido a la diáspora tantos amigos y compatriotas con sus sueños y esperanzas, en la que vemos la derrota de mi generación y siempre porque Alguien decidió muchas cosas sin contar con nosotros, al menos no conmigo.

En la gala de clausura del Festival CiBRA de Toledo dijo que los tres kilos que pesaba la estatuilla tendría que restarlos a la comida que se iba a llevar a su casa de regreso a su país. Sabemos de los últimos apagones, sabemos que La Habana llora, porque así lo ha publicado usted. Sabemos que la gente “se va”, como se fue Ramses y como se está yendo tanta gente. Supongo que la situación geopolítica actual no mejorará esta circunstancia.

No, las perspectivas no son esperanzadoras. Creo que la situación económica del país ha llegado a unos niveles en que solo un milagro podría revertirla, porque aplicando una y otra vez las mismas medidas y políticas, con las mismas intenciones que ha fracasado en su capacidad de generar riqueza, con más retórica de cambios que con cambios reales, pues no será posible superar una crisis que ya es casi eterna y que es el principal motor de esa emigración indetenible que compromete incluso el posible futuro del país por la pérdida de fuerza de trabajo y, sobre todo, de inteligencia. Y lo que ocurre a nuestro alrededor también influye y mucho. Las políticas norteamericanas contra el gobierno tienen efecto. Trump las potenció, Biden no las cambió y ahora vuelve Trump y… que Dios no agarre confesados.

En Ir a La Habana me emocionó especialmente la reflexión que se hace sobre “la fealdad de la pobreza”.

Porque es así. A la miseria no se le puede pedir virtud. A la pobreza es imposible exigirle belleza. Y a mi alrededor, en mi ciudad, crece la miseria que genera la existencia de miserables, y se extiende la pobreza con su fealdad: edificios en ruinas, calles llenas de furnias, basureros enormes en las esquinas, salideros de albañales… y gente agredida por su pobreza económica, lo que las hace irremediablemente más feas. Qué dolor, qué pena.

Leonardo Padura: "Estoy en esa etapa de no saber a dónde voy"

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Ir a La Habana es un libro hermoso. Lo es por la cubierta, por las fotografías de Carlos T. Cairo, por una edición mimada de Tusquets. Pero lo es también por la selección de textos, por ese recorrido literario y sentimental de tantas horas de tantos años de lectura de Padura. Yo me emociono… ¿Cuándo nos va a volver a contar otra historia?

Ya estoy contando otra historia. También habanera, también de mi generación, de la pobreza, de la pérdida de esperanzas, de la frustración, pero también una historia sobre la amistad, el amor (y el desamor, claro), en una coyuntura muy actual, pero mirando la evolución de unas vidas (mis contemporáneos) a lo largo de seis, siete décadas de vida. Es una novela que espero terminar pronto, un libro muy revulsivo, cuya frase final será: esta es la crónica de una derrota. Imaginen lo que se dice antes para llegar a esa conclusión.

* Sonia Asensio es profesora de Literatura.

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