El retroceso del revólver contra el feminismo

Veinticinco de noviembre, día contra la violencia machista. Desde el año 2003, 1.285 mujeres asesinadas precisamente por eso, por ser mujeres, a las que hay que sumar  decenas de miles víctimas de violencias, físicas o psicológicas. 

El de la violencia machista es uno de esos asuntos (escasos, pero no inexistentes) en que la legislación va por delante de la sociedad. Los casos de violencias y asesinatos se suceden cuando se cumplen 20 años de la Ley contra la Violencia de Género, una norma aprobada por el Gobierno de Zapatero, cuyo primer párrafo de la exposición de motivos era un antes y un después en la concepción de la violencia machista: “La violencia de género no es un problema que afecte al ámbito privado. Al contrario, se manifiesta como el símbolo más brutal de la desigualdad existente en nuestra sociedad. Se trata de una violencia que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión.”

Una norma de visión amplia que instauró un sistema integral basado en tres pilares: la prevención, la protección y recuperación de la víctima, y la persecución del delito. No obstante, la falta de medios, la complejidad de este tipo de violencia y lo enraizada que está en la sociedad, hace que su balance, 20 años después, presente luces y sombras. No se suele mencionar que son decenas de miles las mujeres que han sido protegidas y no pocas las que han conseguido salir de la espiral de violencia en que han estado insertas. Pero esto no oculta que las agresiones siguen ahí y según la última Macroencuesta de violencia contra la mujer,(que data de 2019!!) sólo el 8% de quienes la sufren acuden a una comisaría a denunciar. ¿Qué está fallando?

El acuerdo obtenido en la Ley contra la Violencia de Género y el Pacto de Estado se antojan hoy más difíciles por la negativa de la ultraderecha a hablar de esa violencia como específica contra las mujeres

Por otro lado, y para completar lo que la ley establecía con una visión de política pública más amplia, en el año 2017 se aprobó, sin ningún voto en contra, el Pacto de Estado contra la Violencia de Género, dotado de 1.000 millones de euros, hoy en proceso de actualización y renovación. ¿Será posible hoy volver a alcanzar un acuerdo de todos los grupos? Existen dudas más que razonables.

El acuerdo obtenido en la Ley contra la Violencia de Género y el Pacto de Estado se antojan hoy más difíciles por la negativa de la ultraderecha a hablar de esa violencia como específica contra las mujeres, y su estrategia decidida a cuestionarla. No olvidemos que, desde su irrupción en las instituciones, es imposible siquiera aprobar las declaraciones institucionales por unanimidad que solían publicar ayuntamientos, parlamentos autonómicos y el propio Congreso de los Diputados. Esto se quedaría en el plano de lo formal si no fuera porque va acompañado de una estrategia antifeminista por parte de la ultraderecha, que en España adquiere un perfil tradicionalista en defensa de la familia, de un único modelo de familia, aquel en el que ellas quedaban relegadas al ámbito doméstico y sometidas a un patriarcado en el que todo cabía, incluída la agresión.

Este movimiento viene acompañado de una cierta reacción social, fundamentalmente de varones –aunque no sólo–, a quienes el avance del feminismo ha generado una distorsión de roles, una crisis de identidad, una ausencia de referentes. En esta reacción, se pueden diferenciar dos tipos de actitudes. Por un lado, quienes consideran que el feminismo ha llegado demasiado lejos y buscan un regreso a los roles tradicionales en los que entienden perfectamente qué se espera de ellos. Se trata de aquellos que ven en las propuestas de los Vox y Alvises de turno un discurso reconfortante. Pero existen también, en el otro lado, personas en búsqueda de nuevos roles, fundamentalmente nuevas masculinidades, que viven en un ejercicio de revisión constante de posibles actitudes machistas que buscan prever o eliminar y que incluso manifiestan temor a relacionarse con mujeres; generalmente con chicas jóvenes y adolescentes. “Todos somos hijos del patriarcado y hemos de revisar nuestra conducta constantemente para no reproducirlo”, dicen algunos de ellos, la gran mayoría jóvenes. 

El feminismo debe entender lo que está ocurriendo en estos sectores y dar una respuesta en aras de relaciones libres de miedos. En cierta medida, esta reacción es el típico retroceso del revólver: cuando se avanza mucho en algunos aspectos sociales, siempre hay una reacción en contra. Gestionarla es clave para consolidar el avance dando respuesta a la reacción que surja. Todo esto teniendo hoy más presente que nunca la célebre cita de Simone de Beauvoir: “No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”.

Claro: ninguno de los derechos que configuran las sociedades democráticas tienen garantizada su existencia a perpetuidad; los de las mujeres, mucho menos. Para conquistarlos fue y es preciso luchar; y para sostenerlos, garantizarlos en la práctica y profundizar en ellos, porque lo que no avanza, acaba retrocediendo.

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