Defensa europea: Juntos, mejor, y si fuera necesario, más

Al fin, esta semana el presidente del Gobierno comparecerá ante el Congreso de los Diputados para dar cuenta del debate y las acciones que prepara la UE para hacer frente a la nueva situación geopolítica. “Preparación 2030”, han conseguido España e Italia que se titule el documento, en lugar de “Rearmar Europa”, conscientes de las grietas que este tema puede acarrear en sus respectivos países. El CIS de marzo dice que el 57,8% de la población española cree que la Unión Europea no tendría suficiente capacidad defensiva ante un ataque de terceros países frente a un 31% que cree que sí (un 35% de los votantes del Psoe y casi un 40% de los de Sumar). No obstante, un 75% de los encuestados dicen que Europa debería aumentar su capacidad de defensa. Si bien el porcentaje baja entre las izquierdas, se mantiene en un 76,3% entre los votantes del Psoe y un 52,3% entre los de Sumar. El conjunto de cifras nos dicen que la percepción no es la misma entre votantes de izquierdas y de derechas, pero que de una manera bastante transversal hay miedo e inseguridad. De ahí la apuesta, bastante generalizada, por un ejército europeo, que en este momento respaldan un 67,8% de los encuestados. A excepción de los votantes de Bildu y del BNG, todos por encima del 60%. Los más partidarios, los votantes del PNV (86,4%) y del Psoe (76,2%).

Si se miran los datos en el conjunto de Europa, la situación es similar, aunque con notables diferencias entre países, en función, entre otros factores, de su cercanía a la frontera rusa. Este estudio de Le Gran Continent ofrece datos interesantes: El 55% de los europeos temen la irrupción de un conflicto armado en suelo europeo, oscilando entre el 74% de Rumanía y el 39% de Italia. El 70%, prácticamente igual que en España, están a favor de una defensa común independiente de EEUU y «los europeos nunca han sido tan favorables a la puesta en común de su capacidad militar y de defensa. Los europeos parecen tener mucha más confianza en una «defensa europea» basada en una «armada común» que en una «armada nacional» para garantizar la seguridad de su país: 60 % frente a 19 %. En cuanto a la OTAN, hoy en día solo inspira confianza a una pequeña minoría: el 14 %.»

En la cuestión clave del incremento de gasto en defensa, el 43% considera que «es urgente pasar al 5 % del PIB de la Unión invertido en defensa para protegerse de las amenazas militares externas», frente al 34 % que, por el contrario, considera que «hay otros gastos más urgentes que la defensa». Este es el elemento con mayores diferencias entre los distintos países. Polonia es, por mucho, el país más favorable a fuertes inversiones en defensa: el 62%. Por el contrario, los italianos, que se distinguen fuertemente en este punto, responden en su gran mayoría (62 %) que «hay otros gastos más urgentes». En todos los demás países, la opción de aumentar el gasto en defensa reúne entre el 43 % y el 50 % de los ciudadanos.» Se entiende así mejor la postura de Meloni reacia a hablar de rearme europeo, ¿verdad?

Con este panorama en la opinión pública, la sociedad necesita entender de forma clara y detallada qué es lo que se propone y a qué coste. En primer lugar, convendría que en el debate público se empezara a diferenciar entre seguridad y defensa. La seguridad engloba a la defensa pero va más allá, porque incluye todos aquellos elementos que nos hagan sentir o estar inseguros. Si acudimos a la RAE, no deja lugar a dudas, definiendo la seguridad como “estado de ausencia de peligros y de condiciones que puedan provocar daño físico, psicológico o material en los individuos y en la sociedad en general.” 

La seguridad engloba a la defensa pero va más allá, porque incluye todos aquellos elementos que nos hagan sentir o estar inseguros

¿Cuáles son los peligros y condiciones que pueden provocar daño físico, psicológico o material? El primero y más evidente lo hemos padecido hace unos meses: 225 vidas anegadas bajo las aguas de una DANA especialmente virulenta por los efectos del cambio climático. De ahí que la crisis climática lleve años figurando en los informes de seguridad nacional y siga siendo la primera de las amenazas.

Por otro lado, y como bien pudimos comprobar en la pandemia o tras la invasión de Ucrania por parte de Putin, la externalización de algunas manufacturas o la dependencia territorial de materias primas nos hacen especialmente inseguros. Piénsese en la ausencia de mascarillas durante la pandemia o la dependencia de fuentes de energía fósiles de países como Rusia, EEUU o los Emiratos Árabes. Si de seguridad se trata, por tanto, hay que afrontar estos retos: lucha contra el cambio climático, transición ecológica, cambio de modelo energético, reindustrialización limpia y todo lo que ello conlleva.

Todo esto, sin olvidar el ámbito en el que España –como otros países– está siendo continuamente atacada, que no es otro que el de los ciberataques. La inversión en tecnología e innovación en la materia es, por tanto, clave para nuestra seguridad. 

Enmarcado el asunto de la seguridad, no se puede rehuir el debate sobre la defensa. En efecto, en la “Primera estrategia industrial europea de defensa para mejorar la preparación y la seguridad de Europa” se puede leer:“animar a los países de la UE a invertir más, mejor, juntos y con perspectiva europea”. El Libro Blanco de la Defensa Europea, presentado esta semana, incide en la misma línea: prioridad absoluta a incremento del gasto en defensa. ¿Y si cambiamos el orden?

Parece de sentido común empezar por plantear una estrategia unitaria, un catálogo de objetivos abordado desde un esquema de reflexión, directrices y mando únicos; o sea, hacerlo juntos. Porque es falso, como intentan hacernos creer los neorreaccionarios de uno y otro lado del Atlántico, que Europa carezca hoy de recursos tecnológicos y científicos para afrontar cualquier amenaza armada; solo que dichos recursos están muy divididos y a menudo son incompatibles: distintos sistemas de armas, varios desarrollos paralelos en aviones de combate, submarinos o carros de combate y blindados; en resumen, un esfuerzo industrial fraccionado y poco operativo si lo contemplamos en un plano general, al margen de los intereses de cada Estado. Por el contrario, la colaboración ha conducido a éxitos como el de Airbus en el ámbito de la aviación comercial o el desarrollo del avión europeo de combate, al que ahora habrá que aferrarse porque el cazabombardero de última generación estadounidense, el F-35, pone su operatividad en manos de sus fabricantes norteamericanos.

Y si, tras hacerlo juntos y mejor, se constatara la necesidad de invertir más, habrá que identificar con claridad en qué aspectos en concreto y cómo se va a pagar. De los 800.000 millones que la Comisión dice que hay que gastar de más en defensa, sólo 150.000 son deuda mancomunada. El resto van a cargo de los presupuestos de cada Estado. ¿De dónde sale esta inversión, a qué habrá que renunciar? ¿Se va a usar este dinero en engrosar las compras de material militar a los Estados Unidos de Trump, que representan una amenaza real para Europa, su economía, y el orden internacional en su conjunto?

Es posible que en los centros de estrategia militar, en los ministerios de Defensa o en los despachos de la Comisión estas preguntas ya tengan respuesta y las cuentas ya estén hechas. Si es así, necesitamos conocerlo

Un giro del calibre que se está planteando no puede hacerse sin que la ciudadanía lo entienda y acompañe, a riesgo de, paradójicamente, hacer frente a las amenazas que vienen de fuera aumentando las que vienen creciendo internamente cada vez que se abren las urnas.

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