Diplomacia trumpista: “O me besas el culo o te corto el cuello” Jesús Maraña

Están pasando tantas cosas, tan importantes y tan rápidamente, que me obsesiona aprender lo suficiente. Evitar que se nos pase por alto, aturdidos por la avalancha de noticias cada vez más escandalosas, todo lo que la actualidad nos revela.
Trump nos está recordando el carácter transformador de la política. Frente a esa idea, tan extendida en las últimas décadas, de la impotencia de la política supuestamente rodeada de constricciones que le impedían tomar decisiones, Trump nos muestra día a día lo contrario. La política sigue siendo poder, y en cierta medida El Poder. Poco están importando las advertencias de grandes sectores económicos, o el descalabro de las bolsas. La posibilidad de tomar decisiones y cambiar el mundo sigue siendo algo muy propio –aunque no sea en exclusiva– de quienes ostentan responsabilidades políticas. La política vuelve así a exhibir su poder de transformar el mundo, tras décadas de estar opacada tras una cortina de humo que no era sino una excusa para asumir y exigir responsabilidades a quienes las tienen.
Cuando apenas ya nadie recordaba que el mundo lo mueven las ideas –¿qué, si no, son las religiones?–, ahora Trump nos muestra cómo es capaz de ganarse a las clases populares con un discurso lleno de trampas y contra sus intereses
Lo hacen, además, contando un relato. Cuando apenas ya nadie recordaba que el mundo lo mueven las ideas –¿qué, si no, son las religiones?–, ahora el presidente de EEUU nos muestra cómo es capaz de ganarse a las clases populares con un discurso lleno de trampas y contra sus intereses, pero que da respuesta a esa sensación de exclusión que llevan décadas acumulando. Los convence así de que ha llegado su hora, que no es otra que la de la revancha, sin ninguna evidencia de que haya ni un atisbo de realidad en su promesa. Su vecino Milei no tiene problema en decirle a la masas que han de sufrir para después recuperarse. En efecto, ideas y emociones como materia prima de la política y el poder. Nunca dejó de ser así, pero se nos había olvidado.
Por si esto fuera poco, Trump y los suyos han vuelto a poner de moda la ideología. Frente a esa supuesta indiferencia entre políticas de izquierdas y de derechas que ganó adeptos a partir de los 90 y en una parte de lo que llevamos de siglo, Trump nos muestra cómo los valores reaccionarios han sido capaces de entender el mundo actual lo suficientemente bien como para que más de 77 millones de estadounidenses le hayan dado su apoyo.
Desconfíen de quienes expliquen el trumpismo y los movimientos políticos neorreaccionarios intentando descalificarlos cuando los acusan de una cierta “locura”. No, no se trata de ninguna enfermedad mental. La Fundación Heritage lleva años trabajando en ese ideario, que pueden encontrar aquí. Se trata de una ideología, plagada de valores –sí, recuerden que valores los hay para bien y para mal–, que incluye una forma de ver el mundo y el camino de llegar a él. Una visión que, bajo el pretexto de una cierta libertad, ha decidido cambiar las reglas que consideran que les impiden ejercer todo el poder, sea éste político o económico.
Somos muchos los que pensamos que le va a salir mal, y que parte del problema es su error en la comprensión del mundo, como explica Thomas Friedman en este artículo. Pero da igual. Ha sabido dar respuesta al desasosiego, el miedo y la exclusión que sienten muchos norteamericanos. Y con esto nos muestra el poder de las ideas, la fuerza de las emociones y la capacidad transformadora de la política. Tomemos nota.
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