Cantar al Cristo de los Gitanos Luis Arroyo

Queda lejos ya el carnaval, pero cada tanto me asalta un vídeo que se hizo viral entonces, y me ha vuelto a ocurrir con el fin del trimestre escolar. Dos hombres con pelucas feas y largas caminan detrás de una estructura amarilla titulada ‘Mamis en la valla del cole’ mientras se desgañitan: “¡Ten cuidao'! ¡Ponte bien en la fila! ¡Os vais a caer al charco! ¡Cómetelo to'! ¡No te juntes con ese, que la semana pasada estaba malo!”
El humor que se burla de las injusticias no es gracioso, es crueldad. El humor, como la rabia, siempre p'arriba. Reírse de los que por la razón que sea lo tienen más difícil es lo que ha hecho gran parte del humor confeccionado por hombres y por eso muchísimas personas, cuando no había más oferta, dudábamos incluso de tener sentido del ídem. El vídeo de las ‘Mamis en la valla del cole’ me perturba y me persigue porque condensa todo lo que está mal sobre la concepción de tantísimos hombres (y de una parte de la sociedad que los trasciende) sobre lo que significa tener hijos y sobre el papel de cada uno y una en ese cometido.
Una ve ese vídeo y sabe que el número de mujeres que deciden no tener hijos o deciden tenerlos solas no dejará de crecer. Imagínate estar con alguien que te ve así. Si ya es cada vez más difícil el emparejamiento heterosexual —ellas más independientes y feministas, ellos más cafres y misóginos—, que una mujer encuentre a un hombre que considere apto para criar hijos juntos es el auténtico abismo.
El humor que se burla de las injusticias no es gracioso, es crueldad. El humor, como la rabia, siempre p'arriba
Hay más padres en las puertas de los coles que cuando éramos pequeños, no es tanto esfuerzo dejar al niño en el centro camino al trabajo, y además es algo que se ve: ¡oh, qué padrazos son los padres modernos! Hay casi los mismos pocos padres que entonces en las piscinas municipales los lunes y miércoles de natación: prepara mochila, cambia a niño, espera a niño, ducha a niño, viste a niño, coge la mochila, repeat. Las tardes de diario siguen siendo de las madres (son las que siguen cogiéndose más reducciones de jornada y excedencias o renuncian a puestos más demandantes porque quieren o porque saben que el que tienen al lado ni lo contempla). Los domingos, día oficial de la figuración, vuelan los balones amenazantes sobre las cabezas en los parques: han aparecido los padres y nos tenemos que enterar.
Todo esto lo dicen todos los estudios y estadísticas disponibles, todo esto lo sabemos, todo esto es más viejo que el mundo, pero hasta que no entras en el mundo crianza no eres consciente de lo real que es y del impacto social, económico y de salud que tiene. Hace dos años que comparto puerta de inglés, pabellón de baloncesto, ducha comunitaria de piscina, cuentacuentos, teatro, parques y calles con mujeres que, en diferentes situaciones sentimentales y circunstancias, llevan el peso, son el cerebro de la vida de sus hijos. Lo sé por repetición, lo sé porque la frase “corriendo, como siempre” suena en mi mente con una voz de mujer que es la de tantas.
Hay avances, sí, aunque la palabra me parece muy ambiciosa. El avance real es tan mínimo que cualquier cosita decente que hace un padre se celebra socialmente: mira cómo ayuda, mira lo hace él. Como si eso no fuera lo natural, lo justo. La prueba de lo que pasa de verdad en las casas día a día (quién va a contar que el marido aprovechó la baja de paternidad para entrenar un triatlón) es lo que pasa después de tantas separaciones: hijos con las madres y padres que arrastran los pies hasta para la visita. Muchas mujeres quieren ahorrarse temporadas y deciden criar directamente solas. La misoginia organizada en internet no soporta esa figura, como no la habría soportado antes la misoginia organizada en una mesa de bar. Cambiar todo esto requiere una intención tan profunda, tan de base, tan sistémica que no albergo al respecto ninguna esperanza. A veces veo a niñas, jamás niños, tirando por carritos de nenucos y pañaleras cuando apenas han dejado los suyos y siento la misma desazón que cuando oigo a los del vídeo de marras burlarse del esfuerzo, la preocupación genuina y el amor inconmensurable de las madres.
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