Lo que reveló el apagón

Gente en corrillos en las plazas, chavales siempre con la guitarra a mano, de fondo la banda sonora de Paquita Salas, “con el mundo por montera maneja la ciudad”. Los vídeos costumbristas del gran apagón español se han hecho tan virales que te los envían amigos de Argentina o Estados Unidos como subrayándolos. Imágenes que confirman a la vez lo que se piensa de nosotros fuera, pueblo alegre y despreocupado, y lo que todos tememos estarnos perdiendo en proporción inversa al tiempo de uso de nuestras pantallas.

Es una estampa recortada de lo que ocurrió ese día en este país, pero es tan real como todas las otras. Mientras entendíamos que no se había congelado el streaming, que no habían saltado los plomos, que no, no era en el edificio; en España, como cada día aunque no pensemos en ello, convivían la mala y la buena fortuna, la incomodidad y el relajo. Personas en sillas de ruedas atrapadas en edificios altos, enfermos pendiendo de un respirador, comedores escolares donde no hay ni para preparar un bocata, trabajadores liberados a plena hora del vermut en diario, todo estaba sucediendo al mismo tiempo. Todos son los retales que compusieron un día que no creo que hayamos acabado de asimilar.

Viví como vive tanta gente de continuo: tomando por bueno, por la verdad, lo que dicen unos y otros, con la desprotección, la desnudez, de ir por el mundo sin contacto con un medio de comunicación

Yo, como tantos de los que perdieron durante toda la jornada todo uso de sus móviles de mil y pico euros, me fui apareciendo en los sitios donde estaban los míos: la casa de mi familia, el cole de mi hijo. La única certeza con la que bajé a hacer el reconocimiento de mis alrededores fue una alerta que alcanzó a entrar en la pantalla: el apagón era generalizado. Durante la siguiente hora caminé por la ciudad pensando, porque es lo que se decía en cada esquina, que estábamos así en España, Portugal, Francia y Alemania. Hasta que entré en un bazar a oscuras a buscar un par de transistores y pilas de sobra, porque tengo uno en casa pero no se me ocurrió sacarlo, viví como vive tanta gente de continuo: tomando por bueno, por la verdad, lo que dicen unos y otros, con la desprotección, la desnudez, de ir por el mundo sin contacto con un medio de comunicación.

En ese rato, en el que sí llegué a pensar que podía ser un ataque, me hipnotizaba ver las terrazas llenas con litros de cerveza corriendo. La flema zamorana se ríe de la flema británica, comentaría después con una amiga obsesionada también con este hecho sociológico; una amiga que con su ojo médico se fue fijando en que la gente se las bajaba a palo seco. Luego sabríamos que, como el apagón, eso también fue un hecho generalizado, parte de esas escenas virales del desenfado y el buen vivir español. Todo eso también ocurrió a la vez: el país solidario y cívico y disfrutón y el país sin cultura de emergencias, donde todavía seguimos pronunciando que “esto no puede pasar aquí”, como si las calamidades fueran cosa de otros.

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