Ignacio Ellacuría, teólogo y filósofo de la liberación Juan José Tamayo
Manual de resistencia para un buen ataque
Para entender el sorprendente adelanto de elecciones generales anunciado este lunes por Pedro Sánchez (ver aquí), conviene releer su Manual de resistencia, especialmente el capítulo 3 —el que narra su periplo por España luchando contra viento y barones por la recuperación de la Secretaría General—, para comprobar que, en su concepción de la acción política, a veces sólo puedes defenderte atacando. De nuevo el baloncesto como inspiración estratégica. Nadie, ni el propio Feijóo, contemplaba un resultado electoral como el que se ha encontrado el PP este domingo. Ha sido tan abultado y contundente que cabría esperar una disculpa de González Pons, de Ayuso y del jefe de ambos: ¿algo que añadir a ese “riesgo de pucherazo” que propagaron? Qué rostro. Cuánta irresponsabilidad. Trumpismo en versión castiza.
La decisión de Sánchez es audaz, es arriesgada, y sólo su resultado final indicará si pasará a la historia política como una genialidad o una temeridad (Esperanza Aguirre, gran seguidora de la corriente filosófica de los sexadores de pollos, lo expresaba de forma más gráfica: “a cojón visto, macho seguro”). Pero a esta hora del lunes ya resulta indiscutible que ha logrado lo que no consiguieron ni él mismo ni su partido durante toda la campaña del 28-M: cambiar la conversación pública y marcar la iniciativa. Por más que Sánchez insistía en anunciar medidas de carácter económico, social, laboral o cultural (tantas que quizás llegaron a confundirse con promesas electoralistas en lugar de decisiones reflejadas en el BOE), el hilo conductor impuesto por las derechas políticas y mediáticas empezó resucitando a ETA y terminó poniendo en solfa la solvencia del sistema electoral español por los casos localizados de compraventa de votos por correo (ver aquí).
La convocatoria anticipada de elecciones generales corta de raíz lo que iba a llenar portadas y telediarios en las próximas semanas y meses: quién tuvo la culpa de la derrota, qué cabezas hay que cortar como ideólogos estratégicos, qué condiciones exige Podemos a Yolanda Díaz para llegar a un acuerdo de cara a diciembre, cuánto tiene que equivocarse Tezanos para devolver al CIS el crédito que merece… y unas cuántas preguntas más, algunas llenas de lógica y otras forzadas.
El anuncio de Sánchez pilla con el pie cambiado a la amplísima nómina de vencedores del 28-M, que calculaban disfrutar las mieles del éxito hasta el otoño. Una victoria cuyos elementos clave pueden resumirse así: el PP ha ganado en votos en el total de las municipales, gracias fundamentalmente al hundimiento absoluto de Ciudadanos; el PSOE pierde 1,2 puntos de apoyo en ese mismo voto municipal, con una distancia de unos 700.000 por debajo del PP, que son los votantes socialistas que se calcula que se han quedado en casa, desmovilizados, desmotivados o irritados; el contundente cambio de color en el mapa de poder de las comunidades autónomas en liza, más allá de mayorías absolutas como las de Madrid, tiene relación directa con el citado desastre de Ciudadanos, la fortaleza de Vox pendiente de trasladar de las últimas generales a ayuntamientos y autonomías y, por último, con el hecho comprobable de que Unidas Podemos y los acuerdos a la izquierda del PSOE se han quedado en no pocos territorios a unas décimas del 5% imprescindible para obtener representación (ver aquí).
Lo lamentable es que se demuestre por enésima vez que en España existe un sistema político-económico-mediático-judicial para el que todo vale con tal de mantener o recuperar el poder ejecutivo y el legislativo
No son estas conclusiones (insisto, comprobables) las que restan mérito a la indiscutible victoria de las derechas este 28-M (lean aquí a Daniel Basteiro). En mi opinión, lo lamentable es que se demuestra por enésima vez que en España existe un sistema político-económico-mediático-judicial (otros lo llaman ‘Estado profundo’) para el que todo vale con tal de mantener o recuperar el poder ejecutivo y el legislativo. Lo diré de otro modo, por más que a uno le cueste ampliar la caterva de insultos y difamaciones que recibe en las redes (o en los comentarios) desde la valentía del anonimato: se puede ser progresista o conservador, socialdemócrata o comunista, neoliberal o ecosocialista… pero ante todo se tiene que ser demócrata. Y España sigue padeciendo a amplios sectores de la derecha que demuestran alergia a la democracia, y prefieren utilizar el bulo, la desinformación o la calumnia para liquidar al adversario, por lo civil, por lo penal o por lo electoral. Sólo así se entiende el desparpajo con el que seguimos asistiendo a técnicas antisistema por parte de las principales fuerzas del espectro conservador: ETA está viva, el sistema electoral no es fiable y el Poder Judicial no se renueva porque no nos da la gana. Ahí lo dejo.
Pedro Sánchez, ante la evidencia de que se avecinaban meses a la defensiva bajo el relato victorioso del 28-M para el PP y Vox, ha tirado por la calle del medio, que es la mejor avenida en democracia: la de las urnas. ¿Quieren derogar el sanchismo? Aquí me tienen. Discutamos, de paso, si este país prefiere seguir hablando de un terrorismo derrotado, de unas okupaciones hiperexageradas, de un apocalipsis económico negado por la realidad y por todas las instancias internacionales… Y haría bien Sánchez en no empecinarse en protagonizar toda la respuesta en la próxima campaña. Porque en el plano económico, por ejemplo, tiene más crédito y valoración Nadia Calviño que el presidente a la hora de explicar dónde está España y adónde puede y quiere llegar. ¿Con quién del PP o de Vox puede discutir Calviño —de igual a igual— sobre políticas económicas y fracasos del neoliberalismo?
Por supuesto que el órdago de Sánchez tiene riesgos. Quizás la ola de euforia, de optimismo y de “cambio de ciclo” a la que el PP se ha subido, con la inestimable ayuda de tropecientas cabeceras mediáticas, sea ya imposible de frenar. O puede que la fecha elegida, en mitad de la primera fase de vacaciones veraniegas, desmovilice más de lo que pueda resolver el demonizado voto por correo. Lo sabremos la noche del 23 de julio. Pero mucho antes conoceremos si se cumple otro de los objetivos del arriesgado anuncio: Sumar y Podemos tienen diez días para liquidar diferencias y remar a favor de un nuevo gobierno de coalición progresista. No hay más margen si todas y todos asumen la responsabilidad de intentar frenar una ola reaccionaria que no es exclusiva de España, pero que aquí enlaza con décadas (si no siglos) de concepción patrimonialista y clientelar del Estado. Uno sospecha que el próximo pulso electoral no va de derechas o izquierdas, ni de fachas o progres, sino de democracia moderna —con un Estado del bienestar imperfecto y mejorable— o de neoliberalismo retrógrado, patrocinador exclusivo del ‘sálvese quien pueda’.
Que acierte Sánchez o se equivoque, sólo se comprobará en la noche del 23 de julio. Quienes hasta ahora lo dibujaban como un individuo insaciable de poder, que haría lo que fuera por mantener la poltrona, difícilmente discutirán que con este anuncio se juega, a los 51 años, su carrera política. (Ninguna pena. Más nos jugamos todas y todos los demócratas, creo).
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