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¡Estás a tiempo!

Maxi Novillo

Las grandes transformaciones sociales y políticas se ven mejor de lejos. Es fácil que pasen inadvertidas a nuestros ojos mientras están sucediendo porque, entre otras cosas, la vida normal continúa con sus afanes y esfuerzos

A lo largo de la historia de nuestro país hay un barómetro que mide cuán profundas son las medidas que se han ido adoptando, cuán intensas son las transformaciones que han producido y cómo su impacto ha aspirado a consolidar un nuevo marco para las relaciones sociales, económicas y culturales

Ese barómetro es el de la reacción. La natural resistencia a los cambios, tan consustancial al ser humano, su inercia y su apego a lo malo conocido frente a lo bueno por conocer, adquiere en España tal intensidad que nos sirve de indicador, de verificación de lo logrado. De esta manera, cuando se intentan ocultar con ruido los avances de un Gobierno, o cuando estos logros desaparecen por haber sido asimilados ya, basta con observar el cariz de la reacción para perfilar el alcance transformador de esas conquistas. 

Ocurrió tras el Trienio Liberal (1820-1823), que después de restituir la Constitución de 1812, avanzar en libertades e intentar levantar un estado moderno, terminó con la invasión francesa de nuestro país (los “Cien mil hijos de San Luis”), el retorno del absolutismo de Fernando VII y la reposición de la Inquisición. 

Ocurrió tras los avances logrados y ante los que iban a llegar con la II República: desde el voto de las mujeres hasta la prometida, necesaria y nunca llevada a cabo, reforma agraria. Fueron tales los avances, iba a ser de tal calado la transformación, se había catado la libertad de tal manera y se vieron posibles tales logros, que la reacción fue la mayor colección de atrocidades de nuestra historia: un golpe de Estado, una guerra civil y una larga dictadura que negó las libertades a los españoles y el progreso a la nación. 

Se dice que, en España, la derecha siempre manda solo que a veces no gobierna. En el actual período democrático ha moderado sus formas, aunque no ha liquidado sus vicios (corrupción, clientelismo, apropiación de símbolos…). Dice aceptar la Constitución, pero la incumple siempre que siente amenazados sus intereses y sus privilegios, y cuando pierde el gobierno responde con insultos, crispación y deslealtad.

Ahora ha elevado el tono y promete derogar el sanchismo, entendido como el conjunto de medidas de calado acometidas por el gobierno de Pedro Sánchez. Medidas como la reforma laboral que ha llevado a niveles de récord el empleo, especialmente el juvenil y el de las mujeres, el IMV, la subida del SMI, la actualización de las pensiones al IPC por ley, y su reforma para garantizar su sostenibilidad sin planes privados, o leyes como las que reconocen a los animales de compañía su capacidad de sentir y les aporta protección adecuada. 

Derogar el sanchismo es dar marcha atrás en derechos fundamentales reflejados en la ley de vivienda, la ley de eutanasia, la ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y de garantía de los derechos LGTBI, la ley de garantía integral de la libertad sexual… Es derogar las leyes de educación, de formación profesional y de ciencia, las becas y las facilidades al estudio, la investigación y la formación… Es derogar la excepción ibérica que bajó el precio del gas y de la luz,  el impuesto a las grandes fortunas o a los beneficios estratosféricos de las grandes compañías.  

Se había catado la libertad de tal manera y se vieron posibles tales logros, que la reacción fue la mayor colección de atrocidades de nuestra historia

Quieren derogar el sanchismo porque, en un país sin desigualdad, ser un privilegiado carece de interés. Si no puedes contratar a precio de miseria a jóvenes y mujeres, ¿cómo sobrevivirán los negocios basados en la explotación de personas en situación vulnerable? Si la gente tiene cada vez más formación, ¿cómo vas a inculcar principios irracionales, privilegios de clase o de cuna, o cómo vas a mantener los ingresos extractivistas de las élites locales? Si cualquiera puede estudiar unas oposiciones a juez, ¿qué privilegio queda para quienes tienen uno o dos apellidos compuestos?

Quieren derogar el sanchismo porque, en palabras de Feijóo, molesta a la “gente de bien”. Porque no pueden vivir sin mirar a alguien por encima del hombro, porque se han quedado sin modelo de negocio miles de empresaurios que se sustentaban en el “esto es lo que hay y si no te gusta, tengo a veinte en la puerta”. 

Y lograrán retomar ese poder, esa vuelta atrás, si consiguen convencerte de que no vayas a votar o de que lo hagas en contra de tus intereses. Si estás entre esos dos tercios de la población que afirman en las encuestas que su vida ha mejorado con un gobierno progresista, ¿a quién crees que beneficia que gane esta derecha reaccionaria

La historia enseña, pero no se repite. Los cambios de gobierno tienen sus riesgos y en el actual momento concurren nuevos elementos que lo hacen innecesario e inconveniente a los intereses de la inmensa mayoría social. 

Uno de ellos es que la derecha nacional que intenta el asalto al gobierno se ha radicalizado. Hoy, como antaño, es la extrema derecha atrasadista, machista y patriotera la que marca el paso al partido conservador con las consecuencias que ya sabemos: menos libertad, un modelo económico fracasado y más desigualdad. Volverían los ajustes y los recortes en derechos y prestaciones sociales.

Otro es que el espacio de libertades y de progreso que supone la Unión Europea está siendo atacado por las mismas fuerzas reaccionarias que nos quieren gobernar. Ya lo han conseguido en Italia, y antes lo hicieron en Polonia y Hungría. Si España se sumara a ese bloque extremista y antieuropeo, las actuales políticas de la UE quedarían muy cuestionadas y sería muy probable su reorientación conservadora. Este embate, que conste, va más allá de nuestras fronteras.

No hablan del presente, ni hacen propuestas de futuro, porque ese derogar el sanchismo es lo mismo que volver a un mundo que ya no existe: el anterior a la moción de censura de 2018.

Si obtuvieran el apoyo suficiente aparecerá su espíritu reaccionario y contrarreformista y España retrocederá. Derogarán todo lo que puedan, en algún caso no podrán hacerlo y en otros ni siquiera lo intentarán. Pero su negacionismo hará que asuntos tan importantes y trascendentales como el cambio climático, la transición energética, la migración o la igualdad, por citar algunos, quedarán aparcados o relegados. No les importará el incremento de las desigualdades económicas y sociales, porque vestirán su desastre de herencia recibida. 

A tiempo estás de pararlo con tu voto. A tiempo estamos de evitar que la reacción, una vez más, frene el avance de las libertades y el progreso económico de España. 

Queda mucho por hacer, pese al alcance de la mayoría de las leyes aprobadas, porque muchas de ellas no han dejado de ser medidas paliativas frente a los efectos de la pandemia y de la guerra. En condiciones normales, un gobierno progresista podrá profundizar aún más en los avances logrados y en abordar otras tareas que las circunstancias vividas han obligado a aparcar. 

De esto van las próximas elecciones generales: de elegir retroceder sobre lo conquistado, o de elegir continuar este camino para seguir progresando.  

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Maxi Novillo es empleado público.

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