Normalizar la beneficencia Gutmaro Gómez Bravo
Señora embajadora de Israel, paren, paren ya
Señora embajadora de Israel en España, no tengo el menor problema en tildar de terrorista la incursión de Hamás en el territorio de su país del pasado 7 de octubre. Disparar contra civiles y secuestrar a civiles merece tal calificativo. ¿Lo ha pillado usted? ¿Sí? Pues entonces sigamos adelante. ¿Me permite que ahora le formule yo unas preguntas? ¿Cómo tildaría usted el lanzamiento de un potentísimo misil contra un hospital con el resultado de cientos de muertes e incontables heridos? ¿Terrorismo de Estado? ¿Crimen de guerra? ¿Daño colateral? ¿Error?
Supongo que usted habrá ido a algún tipo de escuela diplomática. ¿No le han enseñado allí las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, empezando por la 242, que insta a Israel a retirarse de los territorios palestinos conquistados en la Guerra de los Seis Días? ¿Sabe usted que la legislación internacional prohíbe a una potencia ocupante colonizar el territorio de los vencidos? ¿Conoce que el Cuarto Convenio de Ginebra considera crímenes de guerra el bombardeo de poblaciones civiles, el corte de agua, luz, alimentos y medicinas a poblaciones civiles, la conversión de hospitales, escuelas y ambulancias en objetivos militares?
Si esto no huele a crímenes de guerra, ¿cómo lo llamaría usted? ¿El derecho de Israel a defenderse? ¿Por cualquier medio? ¿Yendo hasta lo inhumano?
Y por último, ¿aceptaría usted una injerencia del Gobierno español en las diferencias de opiniones que puedan existir en el gabinete del señor Netanyahu? Una injerencia tan pública, tan sonora, tan desvergonzada como la que usted acaba de cometer al reprocharle al Gobierno de Sánchez que una parte del mismo considere la posible existencia de crímenes de guerra en la operación de venganza que Israel está llevando a cabo en la franja de Gaza. Y que opine incluso que Benjamín Netanyahu debería ser denunciado ante el Tribunal Penal Internacional de la Haya.
Señora embajadora, el Gobierno español solo es responsable de los comunicados que firma como tal, como Gobierno. Esto es de primero de política y ha hecho muy bien en recordárselo el ministerio español de Asuntos Exteriores. Las declaraciones que a usted le han incendiado fueron emitidas a título personal por las líderes de un determinado partido español. En el ejercicio de su derecho a la libertad de expresión. España no es un país sometido a la censura militar.
Amén de entrometido, el comunicado de la embajada que usted dirige es tremendamente mentiroso. Usa el truquito demagógico de atribuirles a esas dirigentes simpatías por Hamás. Es justo lo contrario: condenan la acción de Hamás del 7 de octubre. Pero también la brutal represalia israelí.
Usted no tiene por qué conocerme, así que permítame que le dé algunas informaciones personales. Soy amigo de longue date del pueblo judío y la cultura judía y defensor de la existencia del Estado de Israel en las fronteras anteriores a 1967. Y le digo con toda franqueza que para alguien así resulta muy, muy triste la falta de empatía que usted y tantos de sus compatriotas demuestran con el sufrimiento de los palestinos. Se han endurecido ustedes hasta límites peligrosísimos.
“El mal es la ausencia de empatía”, dijo el capitán Gilbert durante los juicios de Núremberg a los dirigentes nazis. Y la empatía, permítame recordárselo, señora embajadora, no es sentir como propio el dolor de los tuyos. Esto no tiene ningún mérito particular, es absolutamente natural. La virtud de la empatía es ser capaz de sentir el dolor de los otros. En su caso, el de los palestinos.
Las televisiones nos muestran cómo el Estado de Israel cañonea Gaza con el objetivo de convertirla en un solar inhabitable. Nos muestran al hospital Al-Ahli desventrado y ensangrentado. Nos muestran a los palestinos sin agua ni comida, a sus hospitales sin anestesia para operar ni electricidad para hacer funcionar las máquinas, a ambulancias bombardeadas cuando trasladaban heridos, a padres sacando los cadáveres de sus hijos de los escombros, a gazatíes enterrando de una tacada a decenas de cadáveres en fosas comunes… Si esto no huele a crímenes de guerra, ¿cómo lo llamaría usted? ¿El derecho de Israel a defenderse? ¿Por cualquier medio? ¿Yendo hasta lo inhumano? ¿Hasta el fondo del terror?
No hablo de oídas, señora embajadora, resulta que he estado bastantes veces en Israel, en los territorios que ocupó en 1967 y en países vecinos como Líbano, Egipto y Jordania. He visto a soldados israelíes respondiendo a balazos a las piedras que les tiraban adolescentes de Gaza. He asistido a la destrucción por buldóceres de casas de Cisjordania culpables del delito de que uno de sus miembros militara en la resistencia palestina. He escuchado a los colonos judíos de Hebrón afirmar que el conflicto solo se solucionará cuando todos los palestinos hayan sido expulsados de Tierra Sana.
Tengo que morderme la lengua para no comparar estas y otras atrocidades con las brutales limpiezas étnicas del siglo XX. Lo hago por amor al pueblo judío y por empatía con los enormes sufrimientos que le causaron fenómenos tan europeos como el antisemitismo, los pogromos y la Shoá.
Por eso le digo, señora embajadora, no sigan dejándose cegar por la ira, la arrogancia y la fuerza. No culminen lo que tienen entre manos: una segunda Nakba, la expulsión de una población gazatí que ya es hija o nieta de otros éxodos trágicos. Recuperen un mínimo de cordura y compasión. Paren. Paren ya.
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