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Democracia participativa

Ángel Viviente Core

Estamos en lo que se considera una democracia representativa. Esto significa que los ciudadanos aportamos nuestro voto, cuando se nos pide, para elegir a los representantes que, basándose en el programa que nos ofrecieron a los votantes, ejercen las funciones de legislación (Parlamento) y ejecutivas (Gobierno).

El problema es que las condiciones desde que nos ofrecieron esos programas cambian y, sobre todo, lo habitual es que, dado que en el panorama actual las mayorías absolutas no se dan, necesitan llegar a acuerdos con otros partidos para la aprobación de las leyes. Y en ese momento, ¿qué tenemos que decir los votantes sino aceptar todo lo que se acuerde? Es decir, la democracia representativa se basa en la confianza en que los representantes elegidos serán fieles con los compromisos adquiridos. Pero a veces todo se destroza, como ciertas cosas que ocurren en el momento actual.

En esta democracia representativa algo falla. No es lógica ni de recibo la desafección de la calle con la política y los políticos. Y es que a estos ciudadanos, las peleas, los insultos, los dimes y diretes que pueblan los noticiarios y las redes les trae “al pairo”. Es decir, los políticos viven en su bola de cristal, pensando que sus problemas con unos y con otros son compartidos, cuando la realidad es que mayoritariamente a la gente todo eso les resbala.

A los ciudadanos lo que les preocupa es llegar a fin de mes, el poder seguir aguantando las subidas de sus hipotecas, las subidas de precios, las listas de espera en Sanidad, el funcionamiento y los recursos necesarios en educación, etc. Temas todos ellos que quedan tapados por discusiones personales, pobladas de insultos que a nadie interesan salvo como algo esperpéntico.

Todo lo anterior es lo que hace que cuando esa lista interminable de problemas, muchas veces personales entre unos y otros, aparecen en sucesión sin límites en telediarios y coloquios de gente experta, los más cambien a La 2 para ver alguno de sus documentales de animalillos y países exóticos.

Hace unos días, muchos votantes “progresistas”, pero no iniciados en los temas políticos, más bien seguidores de La 2, se maravillaban con ojos muy abiertos al ver que se había echado para atrás una Ley gracias a los votos en contra de PP, Vox y Podemos y la gente ya no entendía nada.

Veamos, le dije a uno de ellos en una conversación, el PCE era el objetivo de nuestros votos en los inicios de la democracia, después se convirtió en IU, al que seguimos votando, luego estos fueron “engullidos” por Podemos, que tuvo mejor visión que IU de lo que acaecía en la Puerta del Sol pero, no obstante, el PCE revitalizando su conocido “entrismo” en los Sindicatos Verticales del franquismo, se fue introduciendo en la nueva organización, cosa que volvieron a repetir cuando Sumar apareció en el escenario político, con la intención a su vez de “engullir” a Podemos. Pero siempre, tanto en IU como en Podemos, hubo gente que se resistió a esa absorción y quiso seguir manteniendo puras sus banderas. Esos procesos de absorción han sido siempre lo mismo, dirigidos por unas almas pensantes que movían el cotarro, unas veces unos y otras otros, al que le tocase en ese momento. En esas estamos ¿lo entiendes?, le dije.

Pues no, me replicó.

Sí, hombre, los dirigentes de Podemos se resisten a que alguien, con cierto carisma, venga a imponerles cosas, y tienen que hacer ver su valía y sus votos. Además, las inquinas que se han forjado entre personas determinadas en estas luchas son algo que es un peso enorme a las espaldas de los posibles acuerdos. De ahí que te encuentres con que se da la situación que tanto te maravilla: Podemos une sus votos a PP y Vox. Y llama la atención que, en el fondo, todos los situados en el arco a la izquierda del PSOE quieren defender los derechos de los más humildes, el progreso y la justicia social. Yo sé que son honrados y luchan por ello, todos. Sin embargo, lo mencionado antes les pierde.

Las decisiones de importancia y de calado tal vez deberían pasar previamente por unas consultas populares, si es que lo debatido no estaba especificado claramente en un programa de gobierno o del partido de que se trate

Esta conversación me hizo pensar en el tema del título del artículo y a ello voy:

Una democracia participativa minimizaría estos problemas, porque la función de la ciudadanía dejaría en un segundo plano los problemas personalistas de los partidos que, convencido estoy, aunque honradamente piensan que están defendiendo a sus votantes, lo que subyace en ellos es una defensa de su posición dentro del legislativo y frente a personas con las que ya va a ser imposible llegar a acuerdos.

Una democracia participativa potenciaría las formas y herramientas para empoderar a los ciudadanos, para conseguir una participación más directa y activa en la toma de decisiones de carácter público, acercando a estos a la política que sería algo que les pertenecería y no la verían con rechazo, como algo ajeno a ellos. Se trataría de que los ciudadanos pudieran expresarse en temas que no quedarían delegados en los representantes elegidos. El papel del ciudadano no quedaría restringido a un voto cada cuatro años. Sería formar a una ciudadanía, desde la escuela, con capacidad de organizarse para asumir un papel dinámico en los temas comunes.

Las decisiones de importancia y de calado tal vez deberían de pasar previamente por unas consultas populares, si es que lo debatido no estaba especificado claramente en un programa de gobierno o del partido de que se trate. Y en los tiempos que corren, con los medios tecnológicos y de comunicación existentes, no puede decirse que esto sea un objetivo inalcanzable.

Las Iniciativas Legislativas Populares (que existen, pero que tal y como se plantean ahora están abocadas al fracaso), mecanismos prácticos de participación en todos los niveles (barrio, ciudad, Comunidad, Estado), los referéndums (algo habitual en otros países con consultas en temas diversos), los plebiscitos, etc. Todo ello sería una forma de control sobre los representantes elegidos y, ¿por qué no decirlo?, también de apoyo, a lo largo de su legislatura.

Pero es que esto mismo ha de traducirse en la vida de los partidos. Hay decisiones de importancia que no deben quedar delegadas en las manos de los que los lideren en cada momento. Decisiones como votaciones de calado en el Legislativo deberían ser consultadas previamente a los militantes. ¿Qué hubiera pasado en Podemos, previamente a lo que se votó en el Parlamento, si antes se hubiera debatido y aprobado entre la militancia? Tal vez hubiera sido el resultado el mismo, pero ya no habría sido la decisión de un grupo dirigente y nadie podría echarse las manos a la cabeza.

Tal vez, mecanismos como los que se indican acercarían a la ciudadanía a la política y a los políticos, separando el trigo de la paja y fijando la política en los temas realmente importantes para los ciudadanos.

Tal vez, entonces, nadie tendría que sorprenderse de por qué un partido de izquierdas une sus votos (o tal vez no los hubiera unido) a la derecha y ultraderecha, cuando partidos como Bildu y ERC han votado en otro sentido. Tal vez la política sería más cercana y entendible, tal vez no se darían las luchas que se ven (de lejos) por los ciudadanos entre partidos que se supone representan los intereses de la clase trabajadora. Tal vez el/la/los/las que dirigieran esos partidos tendrían mucho menos poder en la toma de decisiones.

Y sobre todo: tal vez, en ese caso, la tan añorada unidad de la izquierda estaría más cerca.

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Ángel Viviente Core es coordinador general de Convocatoria Cívica.

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