Joaquín Machado, un hermano Luis García Montero
Sánchez, del dicho al hecho
Fue como en un thriller. El rehén arrodillado en el suelo. Tiene la cara ensangrentada y le cuesta respirar. El labio reventado. La camisa rota. Se acorta el plano y toda la atención se concentra en su gesto desquiciado y en la pistola que le amenaza en la sien. La suerte está echada. Se precipita el final inevitable de la trama. El dedo aprieta el gatillo y lo que estalla es el silencio: el cargador estaba vacío.
La secuencia continuó el miércoles con Pedro Sánchez personándose en la escena del crimen vestido de limpio y sonriente. Apareció cual Invictus en el Senado que era el Congreso en realidad, después de un acuerdo que nadie ha visto por escrito y unos argumentos políticos de sus socios que sólo son electorales. Apareció el presidente andando sobre las aguas para que las cámaras dejaran de mostrar las magulladuras de su infantería y la dilatación de las pupilas socialistas de puro estrés parlamentario.
A Sánchez le han debido de regalar un libro de refranes porque últimamente siempre tiene uno a mano. Para la ocasión acudió al socorrido “bien está lo que bien acaba”, continuador del “hacer de la necesidad virtud” con el que empaquetó la amnistía y el “a río revuelto ganancia de pescadores” que salpimentó sus intervenciones en la sesión de investidura. A alguien en el PSOE se le vendría a la cabeza replicarle con uno que hace referencia a la innombrable parte del cuerpo que se te ve “cuanto más te agachas” (para todo hay dichos en castellano). Quizá no, que no están los socialistas para meterse en batallas de gallos con su líder. Eso es cosa de raperos.
No se podían permitir una derrota a la primera ni engordar el fantasma de la legislatura fallida después de haber negociado en el precipicio con Carles Puigdemont
Sí que fueron improvisando el guión. La resolución fue confusa porque ésa era la única manera de escribir un final aparentemente feliz. No se podían permitir una derrota a la primera ni engordar el fantasma de la legislatura fallida después de haber negociado en el precipicio con Carles Puigdemont. “No disfrutes con el mal ajeno, que no es cristiano”, le recomendaba una periodista entre bromas a un ufano representante del PP en los minutos previos al recuento, cuando Sánchez seguía agazapado en la Moncloa sin desplazarse al Senado (que era el Congreso) porque no las tenía todas consigo. “¿Esto va a ser siempre así? Es como montarte en el Ratón Vacilón un jueves de Feria a las tres de la mañana”. No hay que vivir en Sevilla para entender el fino análisis de otro compañero.
Toda esta agitación era predecible leyendo la aritmética parlamentaria del 23-J, pero Sánchez y los suyos salieron esa noche de Ferraz convencidos de que formarían gobierno. Por diversas razones. Porque Junts jamás tendría una oportunidad como ésta, porque la amenaza de Vox les permitiría justificar la operación y porque el PSOE, despojado de casi todo su poder, no podía permitirse no gobernar. Durante todos estos meses durísimos de presión política y social, ha operado en el partido una lógica de supervivencia que está muy arraigada en sus militantes, en la cultura de gobierno que llevan en el ADN. Saben que si Feijóo hoy fuera presidente, el PSOE estaría ardiendo en una profunda crisis, sin liderazgo ni aliento en las encuestas. Eso explica que los pactos con los independentistas y las reuniones en Ginebra hayan sido un “mal menor”, el trago que había que pasar para mantener en pie al PSOE y poder hacer la prometida política útil tras los sinsabores de la investidura.
¿Que por qué hay un acuerdo con Junts sin que haya acuerdo? ¿Que por qué el PSOE deja que los de Puigdemont cuenten lo que quieran y luego van desmontándolo? Porque estaban en juego más que tres decretos. Sánchez no podía perder las primeras votaciones sobre pensiones o la gratuidad del transporte porque se le caía de golpe el relato de la estabilidad, de los cuatro años más de avances y progreso y de la fortaleza de una mayoría construida a través del diálogo entre distintos. Porque del dicho al hecho va un trecho, que es el que tiene aún que recorrer en esta legislatura en la que está todo por ver. (Continuará).
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