Verónica Barcina

“¿Y tú, qué opinas de la política? —espetó Antonio a una clienta a pie de barra”. Llevaba desde poco antes de las tres dando la barrila a Miguel a cuenta de la tele de cincuenta pulgadas y la negativa a quitar la música para poner las noticias, un sacro precepto en Casa Manolo. El argumentario esgrimido con vehemencia mezclaba a Ferreras con Vallés y tenía pinceladas de Losantos y de Herrera. A Antonio no le cuadraban los argumentos de una chica tan joven, entre 25 y 30 le echaba, no más, con la imagen de choni poligonera hiperpintada, chándal de leopardo ceñido y algo parecido a unas pantuflas a modo de calzado. “En los tiempos que corren, cualquiera sabe —pensó”, por eso hizo la pregunta.

“¿Y a ti qué te importa?”. La respuesta con acento andaluz vino precedida de un barrido visual de arriba abajo, pero el tono no era hostil. De hecho, parecía dispuesta a dar carrete. “La política es un fraude, amigo. Todos van a lo mismo, a llenarse los bolsillos como sea… ¡Todos, no falla!”. Antonio estaba harto de oírlo, pero le llamó la atención en aquella boca con pirsin en el labio y dientes manchados de nicotina de forma prematura. "Pon un ejemplo de político que no haya robado —retó ella”. “¿Julio Anguita te vale? —contestó él espontáneo”. “No, ése no vale… pon otro —contestó, también espontánea… y sorprendida.

“Era tan raro que se murió con la pensión de maestro en vez de hacer como los otros, con una pensión de político o colocado en alguna empresa cobrando por la jeta —la chica explicó que era el tipo raro al que su abuelo cordobés votó cada vez que pudo”. “¿Sabes lo que hizo cuando fue alcalde? —Antonio exploró por ahí”. “¡Joder a los constructores! Mi tío tuvo que llevarse su empresa de Córdoba para trabajar en condiciones —lo miró a los ojos”. “¿Y qué decía tu abuelo de eso? —preguntó curioso”. “Da igual. Siempre se llevaron mal. El abuelo decía que su hijo terminaría mal… —titubeó la chica”. “¿Y acabó mal? —insistió él”.

Era tan raro que se murió con la pensión de maestro en vez de hacer como los otros, con una pensión de político o colocado en alguna empresa cobrando por la jeta

El tito Fernando fue multado tres veces por la inspección municipal debido a su oposición a cumplir la ley de prevención de riesgos laborales. “La ley hay que cumplirla —advertía el abuelo”. “¡Los cojones! Eso no es una ley —se encabronaba el tito—. Eso es un capricho de los comunistas”. El tito Fernando acabó condenado a cuatro años y un día como responsable de la incapacidad laboral permanente de un oficial que cayó de un segundo piso sin barandas de seguridad ni red. La multa de novecientas mil pesetas de la época y la indemnización de casi doce millones, impuestas junto a la privación de libertad, provocaron la bancarrota y el último reproche del abuelo antes de que dejara de hablarle: “Te lo dije”.

“En realidad, Anguita no jodió a los constructores, simplemente los hizo respetar la Ley en una época en la que los empresarios se regían por la ley del más fuerte —Antonio la vio pensativa—. Se lo advirtió tu abuelo”. “Cambiemos de tema —un cambio brusco y veloz señalando a Miguel—. ¿Por qué no quiere ése poner el telediario?”. “¿Por qué te interesan las noticias? —otra pregunta por respuesta”. “Por si sale Isabel hablando de lo de los catalanes —dijo distraída— pero ya da igual”. “¿Qué Isabel?”. “¿Cuál va a ser?: la Ayuso”.

“¿Te importa decirme si votas? —curiosidad desatada”. “Claro que sí, desde los 19 años que fueron las primeras elecciones que pude —pareció sonreír”. “¿A qué partido, si puede saberse? —se arrepintió de la pregunta”. “Muy curioso me has salido tú —ahora, la sonrisa era evidente—. Primero voté al PP y después a Vox, pero me encanta Isabel… —se pavoneó”. “¿Y el abuelo?”. “El abuelo era el abuelo y yo soy yo —dijo cortante—. Tengo que defender la libertad”. En el reloj de “cu–cu” faltaban diez minutos para las cinco. “Bueno, voy a echar un dominó. Te invito a lo último —se despidió Antonio camino de la mesa de juego”.

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Verónica Barcina es socia de infoLibre.

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