Sergio Ramírez Luis García Montero
Desgracias itinerantes
Dos semanas (¡dos!) del bus al tren, del tren al taxi. Habitaciones decoradas por daltónicos, el estómago por peteneras y si se te antoja una chuchería apáñate con el minibar. Y habrá quien viaje por gusto, hay que joderse. Miren, se lo confirmará cualquier antropólogo: nos civilizamos al quedarnos quietos. Con el nomadismo, ni agricultura, ni alfarería, ni penicilina, ni hostias. Cuando Caín se cepilló a Abel, Yahvé lo condenó a vagar sin pausa. ¡Más claro, agua! Con todo, alguien insiste: «hagamos una escapada». ¿Pero de qué hay que huir? ¿Quién eres, el Chapo Guzmán?
Burrr. Como cualquier persona razonable, solo salgo de casa por motivos de fuerza mayor: no le doy dos tercios del sueldo al casero para vivir de puertas a fuera. En esta ocasión obligaba el jornal y, aunque me había preparado para soportar los tormentos habituales del sinhogarismo trashumante (lo reconozco, también soy un estoico), una nueva amenaza volaba bajo mi radar. Griterío, alcoholismo y mal gusto. Camaradas, tengo el gravoso deber de comunicarles una pésima noticia: toda la patria (¡toda!) está infestada de mozas con diademas infames y gañanes con tutú.
¿Cómo podemos vivir en un mundo en el que nuestro cardiólogo puede haberse pasado el fin de semana paseándose bajo un disfraz de hawaiana de Aliexpress? Por menos, los papas han llamado a cruzada
¡Están entre nosotros! Gente, en apariencia razonable, que decide preludiar el noble rito del matrimonio con el espesor hediondo del vómito y los orines. Deshonra sobre ti, deshonra sobre tu vaca. «Cariño, quiero empezar una nueva vida contigo (indistinguible de los ocho años que llevamos viviendo juntos), pero antes necesito ponerme este pene con sonrisa en la frente y abochornar a todos mis ancestros hasta llegar al mismísimo Adán». Es insoportable. ¿Cómo podemos vivir en un mundo en el que nuestro cardiólogo puede haberse pasado el fin de semana paseándose bajo un disfraz de hawaiana de Aliexpress? Por menos, los papas han llamado a cruzada. Habrá que refundar el IRA o algo: voy a abrir una petición en Change.org.
Volvamos al argumento principal: solo los psicópatas viajan por gusto. Miren a Milei, que se cruzó el charco para contemplar la trascendental belleza del pabellón de Vistalegre. Buenos Aires-Carabanchel, una excursión de ensueño. Abascal, en su guarida del lobo, había sido claro: «Necesitamos el apoyo de un sudamericano blanquito. Sobre todo, ¡que no lleve chándal!». Dicho y hecho: Javiercito paró de sorberse los mofletes un segundito para decir que el Estado del bienestar es una aberración y que hay que abolirlo todo. Le molestan ocho mil años de civilización: quiere que vivamos sin leyes, como animalitos. «¿Quién es el Estado para decirme a mí lo que puedo o no puedo hacer?», se preguntaba el cenutrio. Pues… ¿el Estado? Quiero decir, se inventó exactamente para eso, ¡no sirve para otra cosa! Luego, lo que ya saben, que si Begoña y tal. Gran cipote diplomático, que dicen en el Foreign Office. Óscar Puente murmura por los pasillos: «¿veis cómo tenía razón?». Los partidarios del agraviado llaman al patriotismo, conmigo que no cuenten. Del otro lado del Atlántico, un montón de maníacos ayunan por las ideas de la libertad. Su líder los arrulla desgañitándose en el Luna Park. Le hacen los coros una manada de fantasmas perrunos. Juan Ramón Rallo llora emocionado: «ojalá Escohotado hubiera vivido para verlo».
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