Sobre el sufrimiento mental: necesidades de atención
Vienen sucediéndose en estos días una serie de artículos en diversos medios sobre la situación de la Salud Mental en nuestro país (Público, 5 de julio, Alberto Fernández Liria. 13 de julio, Ana Moreno Pérez; El País, 11 de julio, Celso Arango, 16 de julio, Belén González). Es un debate pertinente en el que deseamos participar desde nuestra experiencia en el proceso de transformación en nuestra Comunidad Autónoma de Andalucía. Es cierto que aún con deficiencias y mejoras evidentes, pero con un riesgo de retroceso ante el empeoramiento de la situación sanitaria pública que padecemos en la actualidad. De todo lo sugerido en las publicaciones comentadas quisiéramos insistir y matizar algunas cuestiones.
La primera, la referida a la concepción del sufrimiento mental y su atención. No nos parece suficientemente explicitado el que existen distintas clases de sufrimiento o malestar mental, que no son comparables ni en causas ni en soluciones. Uno de ellos, está directamente producido por el hecho de vivir, y es inevitable. Es el sufrimiento derivado de la frustración ante la insatisfacción de necesidades objetivas. Muchas de ellas devienen por una injusta situación personal en la vida (condiciones de sustento, trabajo, vivienda, estigmas, etc.) y que una sociedad avanzada debería resolver; de ahí la necesidad de la prescripción social ante este tipo de sufrimiento mental.
Es ahí donde constatamos la ineficacia de la acción sanitaria y sus recursos para su solución. Además, es éticamente rechazable si el objetivo es suministrar falsas expectativas de resolver el sufrimiento, creando además unas relaciones de dependencia que no favorecen la autonomía de las personas.
La otra forma de sufrimiento mental se debe a condiciones subjetivas que dan lugar a afrontamientos inadecuados en la realidad vital por la conformación de esa subjetividad, independientemente de esos otros factores objetivos. Ahí sí se hace necesaria la intervención sanitaria, con sus herramientas, para aliviar o resolver esas dificultades personales que limitan otras formas de afrontamiento, evitando así un sufrimiento sobreañadido al hecho de vivir. Aquí, la acción de alivio de los fármacos y las intervenciones psicoterápicas, utilizadas de manera adecuada y con recursos suficientes, resultan eficaces.
La segunda: esta visión del sufrimiento precisa de una perspectiva determinada para entenderlo y definir el objetivo de las intervenciones sanitarias en las personas afectadas. Como expresa Jorge L. Tizón, acerca de la ciencia base de la Salud Mental y sus dificultades —la psico(pato)logía—, todos estamos de acuerdo en su objeto de estudio: la conducta... El problema se crea por las discrepancias en cuál es su contenido y sus características. Y, sobre todo, si al establecerlos evitamos incluir su sentido, su motivación, y así alcanzar una explicación coherente y contextual del comportamiento, no limitándonos sólo a “describirla”. Con la mera descripción, terminamos construyendo conjuntos de trastornos imprecisos en su composición y límites (existen ejemplos numerosos, y ya criticados, en las clasificaciones internacionales DSM y CIE).
Permanecer en esta visión tiene sus consecuencias en varios aspectos. Sobre la clínica (“ya no estoy nervioso”, “tiene/tengo un trastorno de ansiedad”; “no estoy triste”, “tiene/tengo una depresión”). También sobre los estudios epidemiológicos (cada trastorno tiene su población diana). O cuando para encontrar la solución a través de la “ciencia básica”, la biología, se busca el fármaco específico para el trastorno específico. Por estas razones, defendemos una psico(pato)logía que base la comprensión del comportamiento humano en sus relaciones interpersonales y en su historia de experiencias, conformando su subjetividad, su persona como su modo de ser y estar.
Y, tercero. La visión psico(pato)lógica defendida, exige unos servicios sanitarios con tiempo para la escucha, la contención, el acompañamiento, con intervenciones y un funcionamiento que favorezcan la reflexión de las personas afectadas, como medio de aliviar o resolver su sufrimiento con un afrontamiento más eficaz y adecuado para sí. Los servicios, sus métodos de intervención y funcionamiento, deben pues favorecer dicho afrontamiento. Más recursos, sin esta orientación, no van a mejorar a las personas que sufren problemas de salud mental.
Necesitamos tener una Atención Primaria potente, con el tiempo adecuado para atender a personas aquejadas por problemas de salud mental
Por ello, necesitamos, en primer lugar, tener una Atención Primaria potente; con el recurso tiempo adecuado para personas aquejadas por problemas de salud mental y para toda persona que, con cualquier problema de salud, porta un sufrimiento mental que necesita ser atendido. Esto requiere, además, un modo de funcionamiento basado en la cooperación, el trabajo en red, y no en la simple derivación entre servicios. Por otra parte, el número de profesionales de Salud Mental debe acercarse a las ratios de los países de nuestro entorno, de las que estamos muy alejados. Como consecuencia, las plazas de residentes de psicología clínica, psiquiatría y enfermería de salud mental deben incrementarse de manera importante; y plantear, asimismo, la especialización en Salud Mental de trabajadoras sociales y terapeutas ocupacionales. Somos los servicios más multidisciplinarios de todo el SNS.
El Plan de Tratamiento para las personas afectadas exige un trabajo multi e interdisciplinario, con un trabajo en red continuado para los casos más complejos, incluyendo la acción interniveles e intersectorial y asegurando ayudas que garanticen una atención integral, sanitaria y social. Especialmente a tener en cuenta la atención a la población de menores, mayores, colectivos marginados (especial atención a la población en centros penitenciarios), los afectados por Psicosis (primeras fases de la psicosis, Equipos Asertivos Comunitarios, Hospitalización domiciliaria, etc.), Trastornos de la Personalidad, Trastornos por Adicciones, Trastornos de la Conducta Alimentaria, Trastornos Obsesivos Compulsivos, … Y, en general, una importante mejora en la atención psicoterapéutica, ya señalada. Todo ello, sin olvidar fomentar la participación activa, tanto de profesionales como de las personas afectadas. Solo así es posible construir un sistema acorde a las necesidades de la población.
Las competencias sanitarias en nuestro Estado limitan las posibilidades de acción del Ministerio, pero creemos que debe liderar este momento de preocupación por lo mental formulando acciones que supongan mejoras. El anunciado Plan de Acción debe incluir un compromiso de presupuesto suficiente y finalista para garantizar su ejecución por las CCAA, un incremento del número de profesionales en formación de especialistas de Salud Mental. Es necesario también definir una cartera de servicios en colaboración con las CCAA, que abarque desde la prevención hasta la recuperación, para que cualquier ciudadano del estado español disponga de las mismas prestaciones y recursos, con indicadores que permitan una evaluación continua con criterios homologados para todo el Estado. Sin unos servicios adecuados cuantitativa y cualitativamente, los derechos de los ciudadanos siempre estarán en riesgo.
Los autores son psiquiatras, Patronos de la Fundación Castilla del Pino. Con ejercicio profesional como Directores y Coordinadores de Dispositivos del SAS:
Francisco del Río Noriega es Coordinador Autonómico del Programa de Salud Mental (1999- 2002) y Presidente de la Asociación de Profesionales de la Salud Mental de Andalucía-AEN (2011 – 2014)
José Carmona Calvo es Director del Plan Integral de Salud Mental de Andalucía (2014-2020)
Amalia Tesoro Amate es Presidenta de la Asociación de Profesionales de la Salud Mental de Andalucía-AEN (2002-2005)
Eudoxia Gay Pamos es Presidenta de la AEN- Profesionales de Salud Mental (2012-2015)
Mercedes Castro García es Presidenta de la Asociación de Profesionales de la Salud Mental de Andalucía-AEN (2011-2023)