Más allá de la sostenibilidad: más alla del crecimiento
El Sistema Económico dominante, basado en una progresiva industrialización tanto urbana como rural, siempre ha sido consciente de su dañina función en el entorno ecológico. Es insensible pero no ciego. Ante la evidencia de que no puede crecer permanentemente debido al carácter finito de los recursos naturales, en los años 80 y 90 se llevaron a cabo políticas de corrección y prevención ambiental para demostrar que realmente a la economía sí le preocupaba la ecología, si bien el tiempo ha demostrado que había más retórica que realidad y eficacia.
Así, tras las apelaciones al ecodesarrollo se pasó al desarrollo endógeno, que rápidamente se trufó en el desarrollo sostenible y su economía circular, estando hoy representado por la transición ecológica; pero, ¿realmente se está haciendo una transición hacia la ecología? Según todos los indicadores ecosociales que se manejan actualmente es que no; de hecho, estos indicadores son los peores de la historia de la Humanidad. Queda mucho para poder decir que estamos en la senda de la integración de la economía en la ecología.
Hay un hecho objetivo que lo demuestra, y es que han pasado casi 40 años desde que el desarrollo sostenible se puso sobre la mesa (Informe Brundtland, 1987), un tiempo ya suficiente como para ver resultados de cambios estructurales que, sin embargo, no se han dado; un tiempo que casi no tenemos con el cambio climático como multiplicador de amenazas. Es obvio que algo no ha funcionado, quizás porque todas las supuestas soluciones que se han ido dando se han establecido en base a la misma escala de valores que trajeron los problemas, con la producción y su crecimiento como paradigma económico.
¿Es el crecimiento una "característica humana"?
La Antropología ha explicado en distintas ocasiones que no es cierta la interpretación de que la competencia ha sido un factor evolutivo esencial de las sociedades cazadoras-recolectoras de Homo Sapiens (y otros homínidos anteriores). Esa visión de una especie humana agresiva, egoísta, en guerra permanente consigo mismo y con la naturaleza que el Hobbesianismo toma con su “homo homine lupus”, justifica la competencia intraespecífica y, de ahí, llega a la consideración de la producción y el crecimiento de esta como una herramienta necesariamente humana y ligada consustancialmente al hecho biológico como especie. Es decir, de la competencia al crecimiento y de este a una sociedad industrial, donde la naturaleza “está domada” en la supuesta guerra permanente entre “civilización” y ecología.
Pero esto no fue así. Se trata de una falacia que ha sido muy útil para imponer el “darwinismo social” en que se encuentra la base de nuestra civilización occidental. En efecto, hoy la Antropología lo que está demostrando es la importancia de la colaboración y cooperación como un elemento evolutivo de la especie humana. Algo que rompe drásticamente el relato dominante que justifica el permanente progreso/crecimiento.
Pero es más, deteniéndose en el análisis histórico de la “Ciencia Económica”, vemos cómo se construye también ese relato de permanente crecimiento. En efecto, como indica José Manuel Naredo, la idea de “producción” nació cuando era dominante una visión organicista de la Tierra y de sus recursos naturales en la que se pensaba que no solo cosechas, pesca y bosques, sino también los minerales seguían procesos de crecimiento y evolucionaban.
Por ello, era factible “forzar y orientar” el crecimiento con intervención humana, llevando las “producciones renacientes” hacia fines utilitarios. Así, indica Naredo:
“Cuando se desplomó la cosmología arcaica que había impregnado de racionalidad estas nociones, se cortó el cordón umbilical que unía originariamente la noción de sistema económico al mundo físico para trasladarlo al universo autosuficiente de los valores monetarios, perpetuando la idea de producción (cifrada en el PIB y convertida, así, en metáfora) y el objetivo del crecimiento de la misma, haciendo las veces de apologética del statu que santifica todo el lucro incluido en el PIB e ignora el que queda fuera”.
Así pues, la producción es una metáfora, un símbolo, no una realidad histórica ni antropológica. Y los símbolos se pueden cambiar.
La sostenibilidad fingida
Porque la realidad es que el cambio de modelo de sistema económico es imperativo. Los actuales indicadores de seguimiento de la aclamada Agenda 2030 indican que la inclusión de los Objetivos de Desarrollo Sostenible está generalizada; el Centro de Resiliencia de Estocolmo avisa que seis de los ocho límites ecológicos del planeta están sobrepasados; los paneles de expertos de Naciones Unidas en biodiversidad y cambio climático alertan de que la evolución es negativa, y las emisiones planetarias de CO2 y otros gases de efecto invernadero no han dejado de crecer (en paralelo al de la economía) desde el tan celebrado Acuerdo de París, y las muchas cumbres del clima donde las sonrisas finales pretendieron domar la realidad.
Son muchos años ya para darse cuenta de que nos agarramos a lo posible confundiéndolo con lo suficiente y nos olvidamos de lo que es realmente necesario.
Estamos lejos de crear modelos postcapitalistas basados en crecimientos perpetuos verdes. Los indicadores no se ajustan a esta pretensión, sino que estamos más cerca de posibles conflictos por acaparamiento de recursos que tiendan a extender las dinámicas del extractivismo colonialista en que ha estado basada la civilización industrial.
Estamos lejos de crear modelos postcapitalistas basados en crecimientos perpetuos verdes
Reducir el metabolismo del sistema: el colapso de la igualdad
En base a esto, actualmente se va consolidando un debate desde el decrecimiento (quizás fuera más adecuado definirlo como anticrecimiento), que realmente proviene de los años 70-80 y que hasta ahora no ha conseguido sus objetivos de reducción del metabolismo económico, más bien al contrario, lo que hace ver la necesaria reflexión sobre qué entendemos por decrecimiento y en qué contexto sistémico se debe perfilar su aplicación para conseguir avanzar y relacionar el mismo con una mejora global en la calidad de vida futura y no tanto con el posible “colapso” de la actual, pues cuando se está en contra de un determinado modelo económico, considerar su “colapso” no es necesariamente malo. Lo realmente preocupante es cómo se llega a este supuesto “colapso” (qué y cómo se “colapsa”) y, por tanto, los desequilibrios diferenciales que este podría provocar ahondando en las desigualdades ya existentes.
Es importante tener en cuenta en esta falaz relación decrecimiento/colapso, que en los colapsos civilizatorios que en la historia han sido, las sociedades cambiaron drásticamente, algunas desaparecieron paulatinamente, otras nuevas afloraron o, en su caso, se integraron en las preexistentes.
En ese “sálvese quien pueda”, que podría entenderse con la simple apelación al “colapso”, unos “podrán más que otros”… como ahora.
Por un nuevo enfoque ecointegrado
Se hace preciso, por tanto, un nuevo sistema económico dentro de la realidad ecológica en un nuevo modelo ecosocial basado en una economía abierta (holística) con reducción de flujos del metabolismo ecosocial, que no puede hacerse sin cambiar las reglas del juego que los mueven y sin abusar de mensajes hiperbólicos, pero sí atender en su justa medida las alertas de la ciencia en un Estado que se vaya configurando con bases directamente participativas y como interfaz entre mercado y naturaleza, y todo ello sobre cuatro ejes esenciales: desaprender (olvidar paradigmas pasados); desmaterializar (ahorrar, rehabilitar, reutilizar, reurbanizar); desmercantilizar (huir de la financiarización de la economía y tender al blindaje público de recursos naturales y a una economía de servicios y cuidados); descentralizar (potenciar la soberanía de las comunidades locales de economía social y de cercanía y una nueva ordenación del territorio basada en biorregiones).
Cambios profundos sin duda hacia un “nuevo contrato social”. Cambios de paradigmas civilizatorios que hay que poner encima de la mesa, aunque su aplicación sea a largo plazo y en los que debe confluir la sociedad civil desde sus distintos ámbitos, tal y como está en los objetivos de la recientemente creada “Alianza Más Allá del Crecimiento”, donde distintas organizaciones de la ecología, la economía, el sindicalismo, la agricultura, la ciencia o la defensa de la paz, etc., plantean abrir un debate abierto, pedagógico y, sobre todo, tendente a demostrar con acciones concretas ya en marcha que hay “otra economía” dentro de la ecología.
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Alberto Fraguas es coordinador de Ecología Política de ATTAC Madrid y analista de la Fundación Alternativas.