Carta abierta a Francisco: ¿Quién es el sicario?

Gorka Larrabeiti

Querido papa Francisco:

A modo de presentación, permítame que le diga que me cuento entre quienes, aun siendo no creyentes, le consideramos desde hace tiempo un compañero de camino por muchas razones. Ha defendido a los migrantes como pocos. Ha escrito una bellísima encíclica sobre el cuidado de la casa común que se ha convertido en un faro de ecología social. Ha sofocado dos incendios peligrosísimos: los conflictos de civilizaciones contra el Islam y contra China. Ha hecho y sigue haciendo lo posible por reconducir los conflictos de Ucrania y Oriente Medio. Ha pedido Techo, Tierra y Trabajo, una perfecta síntesis anticapitalista. Por todo ello, y por más razones que no detallo por no alejarnos de la cuestión que nos trae aquí, me cuento también entre quienes le consideran uno de los más valientes y válidos defensores del Derecho como fuente de resolución de conflictos y, en consecuencia, uno de los paladines contra la barbarie global que azota al mundo. Hace pocos días en el castillo de Leuken avisó: “Estamos cerca de una guerra casi mundial”.

Pues bien: usted, que siempre se ha batido contra las soluciones facilonas, casi mágicas, que proponen ciertos populismos para los problemas complejos, resulta que cayó en el error que critica en otros. Sucedió en el avión de regreso a Roma contestando a braccio a un periodista que le hizo notar que sus declaraciones en la tumba del rey Leopoldo de Bélgica habían causado estupor en la sociedad belga. Dijo que no debíamos olvidar que el aborto es “un homicidio” (sic) y que “los médicos que se dedican a ello son —con permiso– unos sicarios.” Y repitió: “Son sicarios. Sobre esto no se puede discutir”. Y concluyó disculpándose: “Lo siento, pero es la verdad”. No era la primera vez que empleaba términos como “homicidio” y “sicario” al referirse al aborto. De hecho, en 2018 había afirmado: “Abortar es como contratar a un sicario”. 

Usted, que fue profesor de literatura, sabe perfectamente que entre decir que una cosa es como otra y decir que una cosa o una persona es otra hay un abismo ontológico. En la frase de 2018 se reconoce su estilo oratorio: es una de esas frases eléctricas suyas que, si bien en este caso nos pareció un horror, otras veces hemos elogiado, y es que suele recurrir mucho a expresiones efectistas para sacudir la indiferencia global que denuncia y combate. 

Ahora bien, esta afirmación sobre los médicos –¡con todo lo que usted ha peleado por el sector sanitario!– es cosa bien distinta: es una acusación gravísima en la que usted comete dos pecados laicos imperdonables. En primer lugar, no respeta la ley no ya de un país soberano, sino de muchos que cuentan con leyes semejantes. Ese derecho a abortar que está, consciente o inconscientemente, invitando a boicotear, es fruto de largas y dolorosas luchas. Y esos profesionales de la salud a quienes usted está conscientemente criminalizando son el único recurso público al que pueden recurrir mujeres que han decidido –libremente– abortar. 

Ese derecho a abortar que está, consciente o inconscientemente, invitando a boicotear, es fruto de largas y dolorosas luchas

Siempre habla usted de discernimiento. Y siempre habla usted de que “la realidad es superior a la idea”. Pregúntese quién está en condición de discernir mejor en un caso concreto de aborto: ¿todas y cada una de esas mujeres o usted?

Para que se haga cargo del daño que hace a los profesionales de la medicina que han asumido la ingrata tarea de practicar abortos, le recomiendo vivamente que lea esta entrevista a Warren Hern, un médico estadounidense que lleva desde hace tiempo colgado el sambenito de asesino. Estoy seguro de que leer la casuística que enfrenta día tras día en un país donde hay 21 Estados que prohíben el aborto le hará reflexionar sobre esa acusación infame de “sicario”. Esa gente a la que usted acusa de asesina, por paradójico que pueda parecerle, salva muchas vidas e incluso muchas familias. Quien los criminaliza debe estar dispuesto a asumir los crímenes que se cometan si dejaran de ejercer su profesión. Ojo, pues, con las consecuencias jurídicas y políticas de semejante aseveración.

Permítame también recomendarle dos películas –El secreto de Vera Drake y El acontecimiento– que, si no ha visto aún, le harán plantearse muchas preguntas y le invitarán a juzgar menos y escuchar más a las mujeres, verdaderas protagonistas en esta cuestión. 

¿Sabe? Si hubo algo que me enfadó en esta conversación informal del avión, fue una frase impropia de usted: “Sobre esto no se puede discutir”. De este asunto se ha discutido mucho en las casas, las calles y los parlamentos, así que no caiga en fanatismos que le ofuscan y le impiden imaginar siquiera los miles de motivos que pueden llevar a una mujer a tomar esa dura decisión. 

Permítame, por último, recordarle que otra frase suya –“Quién soy yo para juzgar”– abrió una fisura en el muro de homofobia que siempre había practicado la Iglesia hasta entonces. ¿Por qué, entonces, en este caso, juzga y sentencia inapelablemente sin escuchar siquiera? No convierta a las mujeres alegremente en víctimas ni a los enfermeros y doctoras en criminales, o seguirá habiendo mujeres que se arranquen fetos como malamente puedan. ¿Volver a eso queremos?

Agradeciéndole todo lo mucho que ha hecho ya y que sigue haciendo por el mundo, pero harto enojado por esta pontificia cagada, le manda, como siempre y con gran afecto, mucha buena onda, 

Gorka Larrabeiti

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Gorka Larrabeiti es profesor de español residente en Roma interesado en Italia y el Vaticano.

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