Sobre este blog

Semiosfera Digital quiere ser un blog que, con una mirada crítica, se interrogue acerca de los fenómenos relativos a los espacios digitales. En este sentido, se abordarán aquí cuestiones como la circulación del sentido en los nuevos medios; la relación entre estos y los medios de comunicación de masas tradicionales; la tipología de los públicos y la configuración de la opinión pública en un mundo cada vez más hipermediatizado; o cómo estos espacios propician la viralización de rumores y bulos.

¿Cómo pedirán el voto mañana para alguien a quien hoy llaman traidora?

El pasado domingo dos de abril se celebró en el polideportivo Magariños el acto más esperado de Sumar, aquel en el que Yolanda Díaz anunció su voluntad de presentarse a las elecciones para ser la primera presidenta de España. A ello le han seguido ríos de tinta con interesantísimos análisis políticos. No irá, por tanto, este artículo en esa misma dirección. Pero consecuencia del acto también ha sido el aumento exponencial del enorme lodazal polarizado que es Twitter, en concreto, de las cuentas de los fanáticos —lamentablemente creo que este es el adjetivo que les define mejor— del partido morado.

Quien estudia las dinámicas de las redes sociales, en este caso Twitter, pero también quien se pasea por ellas con un ojo crítico, habrá notado que desde hace ya varios meses las cuentas de algunos simpatizantes de Podemos —y de sus bots, que los tienen—, han desplegado distintas estrategias para aumentar el tráfico y la repercusión de sus interacciones y mensajes. Hemos visto la campaña para seguirse unos a otros, fomentando las cámaras de eco; la estrategia de identificación a través de la misma imagen de perfil, ya sea con el logo del partido o con otros símbolos que les acomunan; las campañas de hashtags, tanto a favor del partido, como el reciente #YoVotoPodemos, como en contra del enemigo elegido, por ejemplo, #CloacasDelPeriodismo; y también los ataques virulentos y cargados de odio coordinados contra la misma persona, a menudo señalada por un líder (aquí cabría decir por El líder).

En resumidas cuentas, si observamos la radicalización de estos usuarios con honestidad tendremos que admitir que, si bien el contenido de sus mensajes es obviamente diferente, sus formas y estrategias, la sintaxis que siguen en sus ataques, se distingue poco del modo de interaccionar de las cuentas de los simpatizantes y líderes de Vox. 

Esta toma de posicionamiento absolutamente pasional e identitaria vendría a reflejar la polarización afectiva, estudiada en profundidad en el último libro de Mariano Torcal: De Votantes a Hooligans (2023). Se trata —sintetizando probablemente demasiado— de una deriva extrema del “o conmigo o contra mí”, y si estás conmigo lo estás en todo. Esta lealtad se lleva a tal límite que nos encontramos ante una auténtica simbiosis entre el votante y las, denominadas por Torcal, “megaidentidades partidistas” que nos aleja de toda crítica racional que se le puede hacer a quien está en la otra parte del tablero ideológico, pero también que se le debe hacer al partido por el que nos sentimos representados. En otras palabras, nos conduce a un intento de eliminación de la figura de los ambivalentes, los que Lluís Orriols llama en su libro Democracia de Trincheras (2023) “los héroes de la democracia”, aquellos que están dispuestos a fiscalizar a su propio partido. 

Al respecto, da mucho que pensar este tuit de Pablo Echenique, uno de los políticos de Podemos que más fomenta esta polarización en redes, en el que afirma que la formación goza de 2,5 millones de votantes graníticos. Pues no solo finge ignorar la elasticidad del voto, sino el peligro que entraña para la democracia la proliferación y exacerbación de esos (de)votos, que, siguiendo con la tipología expuesta por Orriols, corresponden a los votantes identitarios, los que él denomina los Jorge Javier Vázquez

Por mucho que ahora escuchemos (e irán en aumento) opiniones tan estrafalarias como que Sumar no es de izquierdas; su marco ideológico es progresista, las demandas e inquietudes de los votantes de Podemos coinciden con las de los simpatizantes de Sumar y su propósito no es más que el de englobar para ensanchar. Sin embargo, como explica Sánchez-Cuenca en el prólogo al libro de Torcal, publicado en infoLibre, “a veces la ideología falla, no cumple su función como se espera y se producen debates ásperos dentro de cada ideología [...], reproduciéndose, en el seno de un mismo bloque ideológico, una especie de polarización recursiva entre maneras alternativas de entender los valores ideológicos”. 

Así nos encontramos con “fans” (y cuentas falsas) de Podemos que lanzan mensajes llenos de odio —favorecidos por el algoritmo de la red social— precisamente a quienes deberían exigir una mayor criticidad y distanciamiento emocional, los columnistas progresistas. Si ya resultaba ser muy poco sano para la democracia y el diálogo social el hecho de informarse e interaccionar solo con los medios y personas ideológicamente afines, aquí se da un paso más. Se coarta la legítima —y en este caso exigida— libertad de expresión de quien desde el mismo espacio ideológico escribe sin comprar el paquete completo de las “megaidentidades partidistas”, poniendo en cuestión las decisiones tomadas y sin exonerar a los representantes de sus responsabilidades. 

Como canta Leiva: “Hoy nadie te va a perdonar. Ni los tuyos, ni los haters. Hueles el impacto, bienvenidos a la era digital”. A continuación, tres ejemplos de esta furia contra el proyecto Sumar y contra los columnistas que no muestran una adhesión completa e irracional a Podemos, como al parecer se les exige:

Sin embargo, sería tan injusto como insensato acusar de esta polarización afectiva, y en este caso interna, únicamente a las bases. En este sentido —si bien disiento con Torcal en varias cuestiones relacionadas con las redes sociales, sus dinámicas y alcance—, cabe recalcar de su análisis la responsabilidad que carga en las élites políticas y sus estrategias discursivas, orientadas a crear y alimentar esas identidades emocionales. Esto puede generar un peligroso juego de retroalimentación en el que las élites polarizan a las bases y estas les exigen cada vez más confrontación, tornándose los actores políticos víctimas de su propia crispación, pues pierden capacidad negociadora y se reduce toda posibilidad de acuerdos.

Esta completa ausencia de responsabilidad por parte de algunos líderes políticos, ideológicos y mediáticos del partido ha incitado la polarización interna hasta niveles que pueden ser irreconciliables. Pablo Iglesias, emérito secretario general de Podemos, líder entre bambalinas o “lo que leches sea”, cerraba el programa de La Base del lunes 3 de abril, post acto de Sumar, con la pulla de que tenían pensado terminar con la canción Judas el miserable, con relación a Yolanda Díaz. Acto seguido, el chat de YouTube donde se retransmite el programa se llenó de comentarios similares. 

Si, como el propio Iglesias ha afirmado en repetidas ocasiones, otros cuatro años de Gobierno progresista pasan indudablemente por la unión de Podemos y Sumar, ¿qué sentido tiene fomentar este alejamiento abismal? ¿Qué deberían pensar los votantes de Podemos cuando, tras unos meses llenos de dardos envenenados con odio y mal gusto, se les diga que nos sumamos con Judas? ¿O —pregunta dolorosa, pero inevitable— es que han decidido pasar a ocupar el espacio, más cómodo, de la oposición? Muchos militantes y simpatizantes de Podemos ya han comenzado a afirmar que, si finalmente hay coalición con Sumar, con ellos que no cuenten.

Algunas lecturas sugeridas:

- Orriols, L. (2023): Democracia de trincheras. Por qué votamos a quienes votamos.  Barcelona, Ediciones Península.

- Torcal, M. (2023): De votantes a hooligans. La polarización política en España. Madrid, Catarata. 

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Publicado el
11 de abril de 2023 - 17:48 h
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