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‘Kanimambo’: tres fábulas sobre la realidad de Mozambique
En lengua shangana, Kanimambo quiere decir gracias.Kanimambo Una sola palabra para resumir el sentimiento de los directores españoles Abdelatif Hwidar, Carla Subirana y Adán Aliaga por aquel país africano. Estirado en diálogos, en imágenes y en historias, ha dado lugar a una película mitad documental, mitad realidad, que quiere servir de homenaje a un pueblo y a una cultura muchas veces olvidados por Occidente, y que se estrena este viernes en salas.
Viajados primero por encargo de una ONG en 2009, cuando finalmente se cayó el proyecto los tres realizadores no quisieron dejar pasar la oportunidad de plasmar, cada uno desde su particular imaginario, la belleza y las bondades, la miseria y el sufrimiento de los mozambiqueños. “La primera vez realizamos un trabajo de investigación en el norte”, recuerda Subirana, “y dos años después, cuando la ONG se desvinculó, aterrizamos en el sur. Con la experiencia acumulada del primer viaje, escribimos nuestros guiones desde diferentes géneros y maneras de trabajar”.
La película se divide, efectivamente, en un trío de propuestas estética y temáticamente diferenciadas, aunque no faltan los guiños y los cruces entre las unas y las otras. “Son tres miradas distintas, algo que puede parecer un defecto, pero que es una verdadera virtud”, dice Hwidar, que además de director, hace de protagonista de su porción de película, un viaje en el tiempo de un soldado que luchó en la guerra de independencia de 1964-1974.
La lucha armada, de la que tanto sabe Mozambique, un país al que la paz tras la liberación del yugo portugués le duró solo tres años, para pasar a enzarzarse en una cruenta guerra civil que terminó en el 92, no es la única percha narrativa en la que se sustenta el filme. La vida como mujer, o como discapacitado, el VIH y la pobreza, la música y la cultura, el paisaje, las relaciones interpersonales o, simplemente, el día a día, aparecen reflejados desde una perspectiva (multi)personal, en ocasiones intimista, otras menos subjetiva.
El triple retrato del país se cierra con unos muros difusos, como hechos de una bruma tras la que podría esconderse la realidad, tal vez una ficción. “Eso es lo interesante, que no quedan claros esos límites", dice Hwidar, que admite, en cualquier caso, que su historia es la más irreal de todas, mientras que la de Subirana, el retrato de una mujer nunca retratada, sino vista como un reflejo en las personas de otras mujeres, se acerca más al documental.
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Rendidos como se declaran a Mozambique, los directores no dejan de subrayar las penurias que sus habitantes atraviesan en el flujo de la cotidianidad del que es uno de los países más pobres de la Tierra. “Hay carencias muy serias pero una actitud muy vital”, señala Hwidar. “Es un país de muchos quilates de generosidad y humanidad”.
Características estas que, aunque presentes a lo largo de todo el metraje, se reflejan con especial viveza en la parte firmada por Aliaga, un cuento sobre una niña sordomuda y un músico ciego que se valen de sus mutuos hombres para levantarse y continuar luchando. “Lo de ayudar es muy del carácter de Mozambique", dice el director, que asegura que los mozambiqueños, con quienes la comunicación resultó muy fluida a lo largo del rodaje, entre otras razones porque hablan portugués, " son también muy desinhibidos”.
Con una mezcla de actores profesionales y gente corriente, la película puede presumir también de un refrescante toque de naturalidad en sus interpretaciones. En conjunto, todos los elementos se conjugan desde el puntos de intenciones divergentes para crear una pieza común, un mosaico de teselas de múltiples colores que, vistas de lejos, conforman un único dibujo. “No es algo que hayamos hablado previamente, no estaba estratégicamente pensado”, reconoce Subirana. “Pero es cierto que se habla de una manera de vivir que ya hemos perdido: del contacto con la naturaleza, la pérdida de filtros… de un carácter más esencial”