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Las decisiones del nuevo CGPJ muestran que el empate pactado entre PP y PSOE favorece a la derecha

@cibermonfi

¡Viva don Antonio Maura!

Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba, en su última entrevista pública en la Moncloa, el pasado 20 de junio.

A fuerza de inclinarse ante la “razón de Estado”, las “exigencias de los mercados” y otras consideraciones de “realpolitik”, el PSOE lleva cuatro años alejándose de los 11,3 millones de ciudadanos que en 2008 convirtieron a Zapatero en el presidente de Gobierno más votado hasta la fecha. Una y otra vez, las decisiones adoptadas por el liderazgo socialista siguen llevando agua al molino de los que piensan que PSOE y PP vienen a ser la misma cosa, “la misma mierda”, según una fórmula del 15-M. Desde la reforma de la Constitución para blindar a los prestamistas a costa de los ciudadanos, hasta el actual apoyo en la presidencia de Navarra a la presunta corrupta Barcina, Ferraz coincide disciplinadamente con Génova.

Supongo que cálculos electoralistas a corto plazo –no tener que escuchar en las europeas la matraca derechista de que el PSOE es “cómplice” de Bildu– y el miedo que le tiene a los belicosos editorialistas y tertulianos del mayorejismo, han sido capitales en la decisión de Ferraz de prohibir a sus compañeros navarros que voten la censura de Barcina. Algunas de las contradicciones de esta decisión han sido expuestas aquí por Manuel Rico. Otra puede deducirse aplicando el método de la reductio ad absurdum, una de las bases del pensamiento lógico occidental: un demócrata no puede votar jamás junto a Bildu aunque proponga la paz mundial o el fin de la pobreza en África.

Con la “razón de Estado” incrustada en su alma y el tacticismo como método de acción, a Ferraz parece habérsele escapado que, a tenor del último sondeo del CIS, el paro y la corrupción son las grandes angustias de los españoles, muy por encima de una ETA que lleva años sin matar. Y eso si es que Bildu es ETA, que el Tribunal Constitucional dice que no, polémica en la que yo, permítanme, no deseo entrar ahora. En 2014 la corrupción me preocupa mucho más, francamente, y del episodio navarro deduzco que Ferraz prefiere mantener en su cargo a una señora que considera corrupta antes que enfrentarse con el PP.

Lo que me lleva a recordar que Ferraz parece haber olvidado su propia historia. En 2008 un Zapatero acusado por Rajoy y el mayorejismo político y mediático de “traicionar a las víctimas de ETA” mayorejismo y lindezas semejantes, obtuvo en las urnas más votos que Felipe y Aznar en sus tiempos y que Rajoy en 2011.

Entretanto, se abre camino en determinados cenáculos madrileños la idea de un Gobierno de concentración entre PP y PSOE tras las próximas elecciones generales. Como probablemente esos comicios estarán marcados por una fuerte abstención, una severa caída del PP sin que el PSOE remonte lo suficiente si mantiene su actual liderazgo, y una subida de terceras fuerzas como IU y UPyD, esos cenáculos anticipan que ni Rajoy ni Rubalcaba alcanzarán una mayoría suficiente para hacerse con el Ejecutivo. En ese caso, proponen, gobernaría el que más votos tuviera en coalición con el segundo. Rajoy con Rubalcaba como vicepresidente, Rubalcaba con Soraya Sáez de Santamaría como vicepresidenta, cosas así.

A los que así especulan les parece una gran idea. Invocan “el espíritu de consenso de la Transición”, citan las experiencias alemanas de Grosse KoalitionGrosse Koalition, viajan a un pasado imaginario o a un extranjero muy ajeno, para armarse de argumentos prestigiosos que disfracen su propósito: mantener lo existente. Y para millones de españoles lo existente no es sino una democracia manifiestamente mejorable, una bipartitocracia al servicio de banqueros y grandes empresarios, una casta política profesionalizada y proclive a la corrupción, una monarquía que causa problemas en vez de resolverlos, un sistema fiscal benigno con los ricos y que esquilma a los pobres, un reparto cada vez más injusto y desequilibrado de la riqueza nacional. ¿Es esto lo que sostendría una eventual coalición PP-PSOE o PSOE-PP?

Lo malo que tiene pasarse el día entre el sillón de cuero del despacho, el coche de gran cilindrada con chófer uniformado y el restaurante con estrellas Michelin, es que reblandece el cerebro. Ese Gobierno de coalición es, de hecho, el sueño de muchos de los denominados “antisistema”. No empleo ese término de modo peyorativo, que conste. Si por “antisistema” se entiende desear más democracia, un sistema electoral más justo, una total transparencia en la gestión del dinero público, severos castigos para los políticos que roben, un modelo territorial más conforme con nuestra pluralidad, una jefatura del Estado más responsable, un sistema fiscal más equitativo, un empresariado menos especulador y más productivo, una sanidad y educación públicas decentes, yo mismo podría considerarme “antisistema”.

Preferiría, eso sí, que una regeneración, una reforma a fondo, una segunda transición, un proceso constituyente o reconstituyente, o como quiera llamársele al cambio de “sistema”, se produjera de modo ordenado y pacífico. Agradecería no vivir sobresaltos en mi vejez. Si fue posible pasar de los Principios Fundamentales del Movimiento a la Constitución de 1978 sin revolución ni guerra civil, ¿por qué no podríamos los españoles repetir la hazaña?

¿Reforma de la Constitución o nueva Constitución? ¿Segunda monarquía parlamentaria o tercera república? ¿Recentralización, federalismo o viva Cartagena? Tal es, en mi opinión, el debate que los españoles podríamos realizar de modo civilizado, escuchando a todos, buscando puntos de encuentro, cediendo unos y otros en aras de las fórmulas menos traumáticas y más prometedoras. Así, me parece, se resucitaría el verdadero espíritu de la Transición, no bunquerizándose en fórmulas de otro siglo y otra España.

La mera sugerencia de tal debate provoca sarpullidos en el PP. Es lo normal: son conservadores y no lo ocultan. Del PP no cabe esperar, en principio, otra cosa que la defensa fundamentalista de la Constitución de 1978; lo estamos comprobando en su respuesta a la crisis catalana. Pero del PSOE, si es que aún se tiene por progresista, cabría esperar otra cosa.

Me temo, sin embargo, que eso es wishful thinking, pensamiento ilusorio. Me temo que a la dirección del PSOE y a sus amigos mediáticos les tienta mucho más lo de la Grosse Koalition, una fórmula que aunaría el mantenimiento de sus propios privilegios corporativos con el deseo del establishment de terminar de convertir a ese partido en su segunda marca. Ahora bien, me pregunto, ¿garantizaría semejante enroque la estabilidad del “sistema” que cree defender? ¿No provocaría, por el contrario, mayor desafección ciudadana, mayor radicalidad en las protestas, mayor audiencia para los que proponen la ruptura? ¿No sería la prueba suprema de que eso del PPSOE no está alejado de la realidad?

La España de la Restauración se enrocó en el compadreo entre conservadores y liberales, y sabemos cómo terminó la cosa. Cuando uno ve chanchullos como lo de Barcina, tiene la impresión de vivir en el tiempo de sus bisabuelos. Ya sólo falta una reedición del gobierno de concentración liberal-conservador que presidió Antonio Maura en 1918.

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