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Mayte Mejía

Una de las mayores humillaciones que sufren las mujeres, siendo todavía niñas, es la ablación del clítoris, conocida también como mutilación genital femenina (MGF), que normalmente se realiza entre los 4 y 6 años, sin anestesia, con una cuchilla y sin control sanitario. Muchas mueren por infecciones o hemorragias.

En 2008 la Organización Mundial de la Salud (OMS) aprobó una resolución para eliminar esta práctica, ya que tortura, discrimina y atenta contra la integridad física y mental de las personas, destrozando de raíz su infancia y privándolas del derecho que tenemos todos a proporcionarle placer al cuerpo.

La cirugía, cuya técnica ha avanzado tantísimo en los últimos años, contempla la posibilidad de revertir dicha mutilación con gran éxito, lo que supone, además, recuperar en gran medida el disfrute de la sexualidad con total libertad y la esperanza de satisfacer el deseo de sentirse igual al resto. Sin embargo, este tipo de intervenciones no las sufraga la sanidad pública española –salvo dos proyectos promovidos por fundaciones catalanas–, lo que devuelve a la penuria a quienes, refugiadas e instaladas en nuestro país, sufrieron en los suyos de origen dicha castración.

La MGF por razones culturales o religiosas, o para entenderlo mejor: madres y abuelas que joden la vida de sus hijas y nietas para que no tengan la oportunidad que la naturaleza da de gozar, es otra evidencia del sometimiento que persigue a las mujeres en general, y en particular a las que lo sufren, lo ejecutan, lo asumen y lo aceptan. Salvo aquellas que están occidentalizadas y toman conciencia de la barbarie e injusticia del acto, las demás son campos de minas sembrados por el ritual que las pone en paz con sus dioses y antepasados, entendiendo que, bajo ningún concepto, hay que desobedecer sus rituales y voluntades. Ir contra esta corriente es harto difícil, puesto que la gran mayoría de ellas callan por miedo, otras por vergüenza y todas por… Son un número reducido las que estarían dispuestas a ponerse en manos de los especialistas para reparar el daño y restaurar el órgano genital, de ahí que falte demanda para que el sector público se hiciera cargo de los costes de la intervención, ya que estamos hablando de una cirugía menor, ambulatoria y de tan solo una noche de ingreso.

Dicho esto, y como creo por encima de todo en la fuerza de las mujeres, esa que desmitifica lo absurdo del “lado débil”, y en nuestro poder de persuasión, me gustaría que lucháramos juntas contra esta aberración, porque cada vez que a una niña le practican la ablación del clítoris nos talan a todas la capacidad de soñar, de sentir y de derramarnos; cada vez que una de ellas, a manos de quienes se supone que debían protegerlas, se desangran y pierden la vida, a su lado muere una parte de la humanidad; y cada vez que una cuchilla con restos de piel cae al suelo, el silencio anochece el mundo y sus habitantes nos empobrecemos. Por todas estas cosas y las que no nombro, no estaría de más que la administración correspondiente hiciera campaña para poner en funcionamiento los mecanismos que erradiquen esta práctica atroz, y que el dinero público, en lugar de que se escape por el desagüe del despilfarro que da cobijo a intereses personales, se canalice para reparar estos daños y algunos otros. Todos aquellos que tenemos en mente.

Mayte Mejía (@maytemejiab) es socia de infoLibre

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