Historia
“Miseria, miseria, miseria y hambre”
En 1940, el principal asesor económico de Franco, Higinio París Eguilaz, tranquilizaba al dictador: "No podemos decir que hay hambre en España". Y, si la hubiera, sería culpa de las "políticas liberales del pasado". No se sabe si el caudillo redujo su preocupación por la alimentación de los españoles, lo que sí se sabe es que aquello era rotundamente falso. Aunque se desconoce el número exacto de muertos por hambre durante la posguerra, los historiadores coinciden en que fueron más de 200.000, una cifra que no alcanzó ni la ocupación nazi de Francia. Mientras París Eguilaz calmaba las angustias de Franco, un documento británico alertaba de que miles de cacereños y pacenses no habían comido más que hierbas hervidas durante meses. Uno de cada tres recién nacidos murió en la provincia de Jaén durante 1942.
Esa es la Historia contra la historia. El relato oficial del poder que dibujaba una España que "empieza a amanecer" frente a los informes internos, pensados para vivir entre las sombras, que contradecían la nueva gloria de la patria. Ese es el material del historiador Antonio Cazorla, almeriense emigrado a Canadá, donde da clases de Historia Contemporánea de Europa en la Universidad de Trent, y autor de Miedo y progreso. Los españoles de a pie bajo el franquismo (1939-1975) (Alianza). El título pretende cambiar la escala con la que se cuenta el pasado: de los próceres, batallas y acuerdos que hacen la historia, a las personas comunes que la sufren. Una historia que escuche el testimonio de un niño vasco que miraba aterrado la posguerra: "Miseria, miseria, miseria y hambre... Hambre y miseria... ¿Qué te voy a contar? Hambre... hambre a todas horas".
Y eso que Cazorla ha trabajado en el otro extremo: ha escrito también Franco. Biografía del mito (también en Alianza). Pero bajo las mismas premisas: "No es una biografía al uso, sino un trabajo sobre cómo se fomentan los mitos y cómo son recibidos". Igual que en este caso. Porque escribir una historia de las condiciones de vida que compartía la inmensa mayoría de la población es trabajar contra el mito. El mito de una España plácida, de una España próspera, de un "milagro económico", como se llamó al boom del turismo y el desarrollismo de los sesenta.
Pero registrar el pensamiento de la calle, sus miedos, sus preocupaciones, no es sencillo. "En las dictaduras no existe la opinión pública, sino la opinión popular", apunta este catedrático que, pese a sus años fuera de España, mantiene el acento almeriense, "Es muy difícil saber lo que piensa la gente en una dictadura". Sin libertad de prensa, con el miedo pegado a los huesos, ¿dónde buscar la opinión honesta sobre lo que ocurría? En la memoria. "Y en el caso particular de España, los historiadores hemos sido perezosos al hacer historias orales, hablar con los viejecitos antes de que se nos mueran. Aunque en los últimos años se ha hecho bastante, sobre todo por gente joven y sobre todo por mujeres, tendría que haberse hecho mucho más".
Él recopila testimonios cazados por otros compañeros durante décadas para construir el mosaico de aquel país destrozado por la guerra y que aún renquearía durante décadas. Como los de una familia de emigrantes granadinos llegados a Cataluña en 1949, recogidos por Francisco Candel ya en 1966. Durante un tiempo, la única comida del padre (el primero que marchó al norte) fue un cocido que ingería por la noche. Con la obtención de un crédito y el trabajo de todos los miembros de la familia (incluida la hija de 14 años), pudieron comprar una chabola en la que llegarona vivir 14 personas y que venderían más tarde para, gracias a sus dos sueldos de pluriempleado, adquirir un pisito en L'Hospitalet. En los años sesenta, el padre se mostraba encantado de sus logros, celebrando que en Barcelona pudo comprar sus primeros "calzoncillos blancos". El "milagro económico" español.
La Platja Gran (en Tosa del Mar, Girona), en 1974.
Miedo y progreso pretende ser una "reivindicación de la dignidad de la gente que vivió ese período" —"sobre todo las mujeres, que transmitieron unos valores de firmeza y de solidaridad frente al individualismo"— a pesar de estar marcada por el miedo. Miedo "porque han perdido la guerra", porque "saben que es un régimen brutal", porque temen al vecino y "no quieren otra guerra civil". Un miedo que viene a ocupar el espacio de la libertad ausente y que retrasa el progreso que vivió la Europa de posguerra, pero no España: el pacto social que se alcanzó gracias a la libertad, la correlación de fuerzas y el reparto de la riqueza era impensable en la Península.
Las mujeres que quiso el franquismo
Ver más
Por eso el libro es también una crítica a cómo se ha contado la historia de la evolución económica de España. "No se presta demasiada atención a la clase trabajadora", censura Cazorla, "Claro que hubo crecimiento capitalista, impresionante, en los cincuenta y sesenta. Pero, ¿a qué coste?". El historiador describe un panorama que resume en "precios altos, productos malos y salarios bajos" causados por la autarquía a la que se aferró Franco. Según un informe sindical, en 1958, el trabajador medio de las Industrias Químicas que habitaban los polos recién construidos ganaba 26 pesetas al día, pero mantener a una familia de cuatro personas costaba casi el doble. Un trabajador del metal con un solo hijo (poco habitual en la época) debía trabajar más de 15 horas diarias para abastecer "con dignidad" a la familia.
Mientras el parte daba cuenta de las inversiones extranjeras, las construcciones en la costa y el turismo, en los años sesenta y setenta la cosa no cambió demasiado. Un informe sobre el sector turístico realizado a nivel nacional en 1974 arrojaba luz sobre las condiciones de sus trabajadores: una gran parte de los empleados eran jornaleros durante parte del año, el 23% de los encustados aseguraba haber empezado a trabajar en la hostelería entre los 7 y los 13 años, y un 68% lo había hecho entre los 14 y los 16 años. Dos tercios de los trabajadores eran temporales, el 60% carecía de seguridad social y las jornadas excedían con mucho las 10 horas. "Esta gente, ese esfuerzo —los servicios que no han tenido, las casas dignas que no han tenido— es la que posibilita un proceso de acumulación capitalista. Los bancos españoles se forran. Las empresas tienen un mercado cerrado, sin competidores. ¿Por qué nunca se hace este análisis?", se pregunta Cazorla.
¿Cómo se ha producido entonces ese mito de "Con Franco vivíamos mejor"? "La democracia llega a España en mal momento. Coincide con la quiebra del modelo de posguerra. Hay crisis económica y un aumento de la violencia social. En el franquismo esta era muy limitada, pero porque la violencia la ejercía el Estado. Así se genera", responde el historiador, "Y que si tenías un dinerito en el franquismo, hasta los años setenta podías tener una criada y dos y tres, todo era barato, no había impuestos sobre la renta.... El franquismo fue un buen negocio para ciertas clases sociales". Que en 1965 solo el 18,6% de los niños entre 11 y 16 años estuviera cursando bachillerato, que en ese mismo año hubiera aún más de 18.000 familias viviendo en chabolas solo en la capital, o que en 1969 el 75% de las casas de Extremadura no tuvieran agua corriente... eso es, literalmente, otra historia.