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Haciendo la historia

El “match del siglo”, en el parque

Una de las escenas de Reikiavik, escrita y dirigida por Juan Mayorga.

Un total de 64 casillas, 32 negras y 32 blancas. Una alegoría del enfrentamiento de la Guerra Fría, un mundo dividido en dos bloques que deseaban demostrar que eran capaces de ganar en todas y cada una de las cuadrículas del tablero. Boris Spassky y Bobby Fischer. En el Reikiavik de 1972 no solo se disputaba el mayor torneo de ajedrez del mundo; se decidía la valía de dos superpotencias. Dos superhombres que representaban a dos mitades enfrentadas, con dos maneras de observar el mundo, la vida y el juego.

El dramaturgo, filósofo y matemático, Juan Mayorga cita a sus espectadores a la capital islandesa en Reikiavik, obra estrenada el pasado septiembre en el Centro Dramático Nacional, pero no para rememorar la contienda técnica que sobre el tablero tuvo lugar entre Fischer y Spassky, sino para reflexionar sobre la historia a través de un entretenido juego de rol. Dos personajes con nombres de derrotas napoleónicas, Waterloo y Bailén, se dan cita en un parque alrededor de un tablero de ajedrez deteriorado por el maltrato del tiempo. Justo ahí coinciden con la mirada curiosa de un chico que, lejos de hacer pellas cual quinceañero garrulo, atiende a la lección de dos hombres que les enseñarán más que el "examen final, global, oral" al que no asistirá.

Spassky, Fischer, Kissinger, representantes del Politburó, la mujer del soviético –que en realidad no era bailarina, como indica esta obra editada por La uña rota–, la madre del americano, periodistas, un sacerdote, diplomáticos, un árbitro alemán, espías del KGB, paranoia y delirio. Waterloo y Bailén son capaces de recrear por sí mismos la Final del Siglo alrededor de un tablero sin tan siquiera tocarlo.

Escena de 'Reikiavik', de Juan Mayorga.

El "match' del siglo"

Una de las batallas más simbólicas y menos sangrientas del siglo XX fue la protagonizada por Boris Spassky y Bobby Fischer en julio de 1972. Desde el 1947, la Guerra Fría enfrentaba a las dos superpotencias en una pugna hegemónica, bajo la recurrente amenaza de misiles intercontinentales. En este contexto de contención belicosa se celebró el mundial de ajedrez que enfrentó al soviético, entonces campeón mundial, y al joven de Chicago que le disputaría el título.

El llamado match del siglo fue una crónica del momento, el análisis de una era en la que el capitalismo predijo su victoria sobre el socialismo en un tablero de ajedrez en Reikiavik. La derrota de Spassky ante Fischer fue mucho más que la resolución de un enfrentamiento deportivo.

La escuela soviética de ajedrez

La Unión Soviética apoyaba férreamente la práctica del ajedrez a través de becas y subvenciones, financiando carreras y competiciones. Desde 1948, ningún campeón mundial en el ajedrez había nacido fuera de las fronteras de la URSS hasta la derrota de Boris Spassky, que heredó el título de campeón mundial en 1969 tras vencer a su compatriota Tigran Petrosian.

Tal era el fervor de los soviéticos por este deporte que, en la década de los ochenta, más de 12 millones eran aficionados al ajedrez, y más de cuatro millones de personas, la mitad niños, estaban inscritas y organizadas como jugadores de este deporte en la Unión Soviética. Más de medio centenar de los aficionados ostentaban el título de gran maestro y alrededor de 700, el de maestro.

La URSS acogió a distintas escuelas ajedrecistas, aunque las más conocidas fueron la de Moscú y Leningrado, en Rusia. Durante los siglos XVIII y XIX este se consideró el juego favorito de nobles e intelectuales como Pushkin, Tolstói o Turguénev, pero fue a partir de la Revolución Bolchevique cuando se multiplicó el número de aficionados.

“En América no hay respeto por el ajedrez”

Sin embargo, la cultura ajedrecista no corría la misma suerte en la otra cara del mundo, situación que no amedrentó a Fischer a la hora de salir de Estados Unidos para enfrentarse a Fidel Castro en 1966. Cuando, un año antes, el Gobierno estadounidense no le permitió viajar a La Habana para disputar el torneo Capablanca In Memoriam, debido a las tensiones entre ambos países, Fischer decidió participar mediante teletipo. Este hecho se representa en la obra como reflejo de su desorbitada pasión por este deporte. 

Grabación del enfrentamiento entre Spassky y Fischer en 1972.

Que los americanos no aplaudiesen el ajedrez era algo que minaba la moral a Fischer, y que en la obra de Mayorga le saca de quicio cuando se le comparaba con el líder mundial: “Claro que juego por dinero, yo no soy un príncipe como vosotros, en América no hay respeto por el ajedrez”.

El americano no escatimaba a la hora de pedir más dinero que cualquier otro jugador de sus tiempos. Exigía, distraía y boicoteaba partidas, generando un clima de incertidumbre y desconcierto que usaba como arma para destruir mentalmente a su rival. No dudó en usar esta técnica en su duelo contra Spassky, donde su resistencia y las trabas que ponía para asistir a la competición obligaron al mismísimo asesor de seguridad nacional, Henry Kissinger, a llamarlo por teléfono para darle un empujón que Waterloo y Bailén representan en una de las secuencias de la obra de Mayorga.

Una vez en Reikiavik, el de Chicago perdió la primera partida y no se presentó a la segunda. En la tercera ganó y todo, y el enfrentamiento acabó el 1 de septiembre tras 21 partidas, cuando Spassky comunicó por teléfono que abandonaba. La obsesión de Fischer por ser el campeón del mundo acababa precisamente ahí. Una vez ganó a Spassky en la "final del siglo", el estadounidense nunca defendió su título, negándose a jugar con contendientes que consideraba inferiores a él. Se retiró durante 20 años, durante los cuales sus intervenciones dejaron ver un cariz racista y contra la política de su propio país.

Spassky, por su parte, volvió derrotado a la Unión Soviética y fue recibido con desprecio por el público y las autoridades. Tras ser considerado por el pueblo y la Administración como un tradior, Boris consiguió la nacionalidad francesa pero siguió compitiendo bajo bandera soviética. En 1974 cayó en semifinales ante el que sería el siguiente campeón, Anatoli Karpov.

La partida de reencuentro

En 1992, Fischer y Spassky se reencontraron en un campeonato en Yugoslavia que formaba parte del Campeonato Mundial de Ajedrez, aunque no de forma oficial. Después de este, que ganó Fischer, el estadounidense no volvió nunca a su país, que le acusó de traición –el Gobierno le había prohibido asistir al evento al haber sancionado a la República Federal de Yugoslavia por su intervención en la guerra de Bosnia–. Pasó ocho meses detenido en Tokio al intentar viajar con un pasaporte revocado por Estados Unidos, hasta que Islandia le dio la nacionalidad y lo acogió durante su exilio hasta el día de su muerte en 2008.

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Tráiler de 'El caso Fischer'.

Spassky, que a día de hoy calza 79 años, regresó de su exilio en París a su país natal en 2012. Sufrió dos derrames y, a pesar de tener un brazo y una pierna en mal estado, conserva una mente lúcida: ha asegurado en alguna ocasión que "aún sueña con Fischer". En abril de este año asistió en Berlín al estreno de El caso Fischer, una película de Edward Zwick (El último samurái, Diamante de sangre) sobre el legendario duelo que se estrena el 12 de agosto en los cines españoles. En ella, Tobey Maguire da vida al ajedrecista estadounidense y Liev Schreiber, al maestro soviético.

Reikiavik es un ajedrez de roles donde "no todo es siempre igual", como defienden Waterloo y Bailén, a pesar de seguir siempre las mismas reglas. Una obra que invita a ser Fischer o Spassky, una historia sobre quienes se ponen en la piel del contrario para imaginar cuál fue su relato; un relato sujeto a un sin fin de variantes.

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