Inmigración
Agadez, donde empiezan y acaban los sueños
Agadez, una ciudad de Níger a las puertas del Sáhara, se ha convertido en uno de los puntos clave de aquellos que quieren viajar a Europa en busca de un futuro mejor. Por ella pasan a diario cientos de personas, principalmente hombres jóvenes, cargados de sueños que cumplir, pero a ella regresan también muchos de ellos, aquellos que han vivido para contarlo pero no han logrado su objetivo.
Europa Press informa de que según los últimos datos de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA), entre febrero y el 22 de agosto de este año unos 256.000 inmigrantes han cruzado el país con destino a Libia (unos 237.000) y Argelia.
Desde Libia, se suben a embarcaciones atestadas para cruzar el Mediterráneo y llegar a Italia, en una travesía que se ha cobrado ya la vida de miles de personas. Sin embargo, no hay datos de cuántos más quedaron enterrados en esta enorme tumba de arena que es el Sáhara.
La mayoría de quienes emprenden esta ruta proceden de Camerún, Senegal, Gambia o Guinea, y suelen ser jóvenes en busca del sueño dorado europeo.
La ruta no es nueva, sino que es la que usaban tradicionalmente los musulmanes del África Subsahariana que emprendían en su peregrinaje hacia La Meca, pero se popularizó durante el régimen de Muamar Gadafi, cuando llegaron miles de inmigrantes buscando trabajo a Libia.
Agadez siempre fue una ciudad de tránsito, donde todas la personas que querían probar suerte en Libia o Argelia, se montaban en un camión o "Hi lux" y se sumergían en el Sáhara, la tierra de los tuaregs. Ellos como nadie conocen la cartografía de las dunas, las rutas clandestinas que se transitan esquivando a la Policía, sobornando en la frontera.
Para la mayoría de quienes quieren llegar a Europa desde Libia, Agadez suele ser el punto de partida. Aunque la ciudad fue hace tiempo la perla turística de Sáhara, hoy en día las camionetas ya no llevan a turistas a ver las dunas sino a migrantes que desesperadamente y con una tremenda ilusión se adentran en el desierto para llegar a Libia y de allí cruzar el Mediterráneo.
Los 'guetos' de Agadez
En la periferia, murallas de dos metros construidas de barro ocultan otra faceta dramática del drama de la migración del África Subsahariana: los 'guetos'. Aquí, las casas que en su momento se construyeron para familias de Níger alojan ahora en régimen de hacinamiento a miles de migrantes que esperan su turno para hacer el peligroso camino.
En las paredes crudas de estas viviendas quedan cientos de nombres y teléfonos, frases salidas de libros de auto ayuda, deseos e ilusiones escritas con carbón. En una habitación pequeña y escondida se encuentra "el saco de arroz", que cada dos días lleva el jefe de la casa y que debe alimentar a todos durante ese periodo. En la entrada dos cubos de 200 litros de agua, que todos coinciden en que les da diarrea, y una letrina.
Según Europa Press, la inmigración se ha convertido en estos momentos en la principal fuente de ingreso en Agadez. Además de los ingresos que los propietarios de las casas semiconstruidas de los 'guetos' cobran a los inmigrantes, estas ofrecen por las noches otros servicios.
En ellas, numerosas mujeres migrantes, principalmente procedentes de Senegal, Gambia, Camerún, Malí y Guinea Conakry, son obligadas a pagar las tarifas del viaje a precio de servicios sexuales. Las mujeres son encerradas en estas casas, a donde son llevados los clientes, y hasta que no cubren con sus servicios el coste del viaje no les dejan salir.
Punto de retorno
Pero Agadez es también el punto de retorno para muchos. Hasta la ciudad nigerina llegan aquellos que, desencantados con lo que se han encontrado en su viaje hacia una vida mejor, o ante los intentos infructuosos por cruzar el Mediterráneo y agotados sus recursos, claudican y optan por volver a casa. Según la OCHA, unos 91.500 inmigrantes han llegado de vuelta en los últimos ocho meses, el 70% de ellos nigerinos.
Aquí, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) gestiona un centro donde se da cobijo, alimento y asesoramiento a los cientos que retornan cada semana y les ayuda a trasladarse a Niamey, la capital, donde reciben un billete de vuelta. Además, se identifica a los casos más vulnerables que necesitan protección.
Entre quienes pasan por este centro está Amadou, un joven maliense de 24 años que abandonó sus estudios universitarios ante la imposibilidad de pagarlos y dejó su país en 2013, vía Níger, primero hacia Argelia y luego a Libia donde, según relató a Oxfam, vivió seis meses en el infierno.
"Trípoli es un infierno, matan a gente en todas las esquinas, alguien con quien a la mañana estabas comiendo a la tarde estaba muerto en la calle. Una persona negra en Libia es vista como el oroLibia... todos quieren hacer dinero a su costa", cuenta.
Amadou intentó sin éxito en tres ocasiones cruzar el Mediterráneo. La primera de ellas, le llevaron a una zona cerca de Trípoli, donde los traficantes hacen una prueba a ver quién sabe pilotar el barco y tendrá así la posibilidad de viajar gratis junto a otra persona, explica.
La primera vez el motor se paró y desde Italia les dijeron que tenían que regresar porque no podían ir a buscarles. La segunda vez, llegó la Marina libia y abrió fuego contra las embarcaciones. Ese día iban seis y los traficantes solo habían sobornado para el paso de dos. Las 140 personas que iban en su barca saltaron por la borda.
"Es mejor no llevar chaleco salvavidas"
"Es mejor no llevar el chaleco salvavidas, porque si caes al mar, todos se quieren agarrar a ti y mueres ahogado con ellos; lo mismo si ven que sabes nadar; así que yo di patadas para quitarme de encima a algunas personas y luego me hice el muerto en el agua para que no se agarraran, por eso me salvé", señala.
Los diez supervivientes fueron rescatados por Cruz Roja y posteriormente apresados por las milicias, que les llevaron a prisión. Para salir, su familia tuvo que pagar 400 dólares. Pese a los dos intentos malogrados, Amadou no desistió y se volvió a embarcar, pagando esta vez solo 100 dólares por "reincidir". Una vez más el motor se paró y no hubo suerte.
Fue entonces cuando optó por volver a Malí. Actualmente aprende orfebrería en el centro de la OIM y confía en encontrar trabajo cuando regrese. Además, también se ha fijado como objetivo intentar convencer a aquellos que sueñan con llegar a Europa de que no lo hagan.
La historia de Amín, un camerunés de 28 años, es muy similar. Ante la imposibilidad de ir a la universidad tras la muerte de su padre, decidió en 2006 dejar su país. Primero fue a Nigeria, donde estuvo un año, y luego se marchó a Níger y de ahí a Libia, donde estuvo otros tres.
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Ante la imposibilidad de ganar lo suficiente, Amín optó por trasladarse a Argelia y de allí pasó a Marruecos, donde llegó hasta Tánger e intentó sin éxito saltar la valla. "Me han golpeado todo el cuerpo. Estoy todo herido, por fuera y por dentro. Es mejor volver y morir en casa", cuenta después de su periplo.
Tras hacer el viaje inverso y cruzar Libia para llegar a Agadez, está esperando en el centro de la OIM para poder ir a Niamey y desde ahí a Camerún. Su único deseo es que Dios le dé un trabajo. "Si no tienes una ocupación, nada que hacer, te da por tener malos pensamientos, especialmente los chicos, y por eso te quieres ir", comenta.
Amín tiene ahora un objetivo: "A cualquiera que esté pensando marcharse, en cinco minutos le convenzo de que no lo haga. Quiero montar una oficina en mi casa, con un ordenador, y desde ahí informar y convencer a otros jóvenes para que no se vayan".