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La odisea contemporánea de un africano
Fueron tres largos años de viaje. De miedos, de noches sin dormir, de miseria y peligros. De recordar a la familia, más lejana a cada paso dado. De aquel tiempo, en que la mitad lo pasó a las puertas de la meta, España, lo primero que le viene a la cabeza a Mahmud Traoré es “sobre todo, el día del salto a la valla, para el que antes habíamos estado tres días organizándonos. También la segunda noche en el desierto, cuando fuimos de Agadez a Libia pasando por Djanet (en Argelia). Y la tercera, estando ya en Libia, cuando pegaron a un chaval maliense y le rompieron la cabeza”.
Hoy asentado en Sevilla, este senegalés de 31 años, de profesión carpintero, ha recopilado las experiencias de su particular odisea en el libro Partir para contar (Pepitas de Calabaza), que antes que en español fue publicado por Éditions Lignes en francés. Ayudado por el escritor Bruno Le Dantec, que redactó el texto a partir de su testimonio oral, Traoré se ha convertido así en uno de los primeros subsaharianos que –frente a elucubraciones de gobiernos, de servicios de inmigración y de medios de comunicación- ha dejado constancia pormenorizada y en primera persona de lo que se ve, se siente y se sufre en este periplo en pos de una vida mejor.
El pillaje, como cuenta Traoré en su libro, está a la orden del día en el camino: no son pocos los que se aprovechan de la indefensión de los inmigrantes y tanto de manera oficial como extraoficial se montan peajes a cada jalón para sacarles dinero. “La mayoría de la inmigración es rural”, explica el senegalés, con un deje sevillano. “Hay gente que no sabe ni leer, que no sabe ni dónde está geográficamente Europa”. Él, que tenía estudios de francés, ejerció muchas veces de intérprete y enlace para sus compatriotas. De muchos de ellos, así como de africanos de otras nacionalidades, también recibió ayuda frente a las adversidades, y con algunos forjó amistades que continúa manteniendo.
Aprovechados, sí. Mafias no.
De entre las muchas vicisitudes, anécdotas, personajes y conflictos que presenta en el libro, Traoré subraya vehementemente una idea: la de que los africanos que parten hacia Europa no lo hacen secuestrados por ninguna mafia de tráfico de humanos, sino que –al contrario- emprenden su viaje libremente. La afirmación tiene mucho que ver con la actualidad, teniendo en cuenta que hace solo unos días -y con la muerte de 15 subsaharianos a los que la Guardia Civil disparó balas de goma en las playas ceutíes y los presagios en tono apocalíptico de la próxima venida de hordas de africanos a las fronteras españolas aún recientes-, Interior fulminó al jefe de la policía de la ciudad autónoma por mantener la misma tesis que Traoré.
“Me da coraje cuando los medios dan esa información de que 40.000 [80.000 según mantiene el ministerio de Interior] inmigrantes están esperando a asaltar la valla, como diciendo que 'si les dejamos, esto se va a llenar de negros”, se lamenta Traoré. “Y también me da coraje porque Marruecos hace comercio con los africanos: son los marroquíes lo que bloquean la frontera y luego piden dinero a Europa para repatriarlos. En la valla tratan a los subsaharianos como animales”. De su arriesgado periplo a través del Sahel, el Sáhara, Libia y el Magreb, Traoré asegura haber vivido los peores trances precisamente allí. “Cuanto más cerca de la valla estás, más peligroso se vuelve. Mucha gente muere allí, y no entran periodistas para contarlo”.
Atascado durante cerca de un año y medio, Traoré dio el salto a España el 29 de septiembre de 2005, en el que fuera uno de los primeros intentos de cruzar masivamente la infame valla. Organizados en asambleas que se prolongaron tres días -y según asegura Traoré sin mafias de por medio- unas 500 personas decidieron probar suerte colectivamente, una iniciativa que se saldó con cinco muertos y un centenar de heridos para los que no hubo ninguna posterior investigación independiente. “Estoy entre los primeros en dar la gran voltereta”, recoge Traoré en el libro. “En la pista que serpentea entre las dos vallas, los españoles gritan y disparan pelotas de goma al aire. Cuando se les agotan los cartuchos, empuñan sus armas reglamentarias, cargadas con balas de verdad. Corren por ahí en todas direcciones repartiendo porrazos y culatazos a diestro y siniestro. Les oigo insultarnos entre jadeos: ¡Putos negros! ¡Putos negros!”.
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¿Por qué dejarlo todo y venirse a Europa?
En su Temanto natal, un pueblo de la región de Casamance muy cerca de las fronteras con Guinea Bisáu y Guinea Conakry, el joven Mahmud creció escuchando historias de género cercano al fantástico sobre la vida en Europa. “No solo se escuchan, sobre todo te llega a través de las imágenes”, matiza él. “Desde pequeño, en la publicidad de la televisión veía a los europeos en la playa, en la piscina, disfrutando, siempre con una imagen positiva”. Para él, sin embargo, la primera opción fue la de marchar a Costa de Marfil, aunque por circunstancias acabó cambiando aquel destino por la dorada Europa. A su leyenda catódica, suma el Viejo Continente en África el relato muchas veces falaz de quienes lo han visitado, que prefieren decantarse por la mentira frente a la humillación de reconocer el fracaso.
“La gente que había ido siempre transmitían que vivían de lujo, que la cosa está superbién. Hay muy pocos que son sinceros”, explica el carpintero. “Cuando yo llegué a España, les conté mi historia a mis hermanos, pero no me creyeron. Por eso escribí el libro, para que la gente sepa lo que te puede ocurrir”. Una vez lanzado el mensaje, a él le queda por delante su segunda vida, la que ha emprendido en Sevilla. “De momento me quedo, no pienso volver a Senegal, aunque siempre será lo mío”, dice. “Pero ahora estoy intentado construir algo aquí, estoy instalándome, formándome, cada vez tengo más amigos. La vida es donde te sale bien, lo que no significa que me vaya a morir aquí”.