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Begoña Gómez cambia de estrategia en un caso con mil frentes abiertos que se van desinflando

Verso Libre

Vamos a hacer nuestro recuento

Parece ser que todo está hecho. Mariano Rajoy será de nuevo presidente. En Génova están tranquilos, esperan la abstención del PSOE con argumentos realistas y por eso la Casa Real abre consultas para dar paso a una nueva sesión de investidura. La sociedad española seguirá viviendo bajo la dinámica de un neoliberalismo salvaje, el mundo laboral sufrirá aún más las consecuencias de un desequilibrio desmesurado a favor de los empresarios y las instituciones serán ámbitos partidistas y sin transparencia. Quien piense que el Parlamento podrá controlar al Gobierno es que no sabe bien cómo se ha movido y cómo puede moverse Rajoy desde la Moncloa. Se prestará como mucho a representar un paripé de oposición para darle al PSOE la posibilidad de maquillarse.

La famosa Gran Coalición se ha impuesto finalmente. Esto no significa que se haya vuelto al tan cacareado espíritu de la Transición y al diálogo político. Asistimos a un intento contrario: la política se da por muerta, las ilusiones de democracia social se presentan como una quimera trasnochada, las modestas conquistas de los años 70 y 80 pasan al desván de los recuerdos y se establece como único sentido común el rumor de los negocios y el predominio de las élites. La Transición es un mundo de viejos en el horizonte moderno del dinero. Más que la partición en un contrato social, se invita a la integración en un orden donde no cabe la vieja batalla entre la derecha y la izquierda.

De la gran coalición empezó a hablar Felipe González poco después de que el PSOE e Izquierda Unida firmaran un pacto de Gobierno en Andalucía. La alianza parecía exportable al Gobierno de España. En los momentos más duros de la crisis, además, las encuestas le daban a Izquierda Unida unos porcentajes altos de voto; así que no iba a ser un mero comodín, sino que podía alcanzar una influencia decisiva como había ocurrido ya en alguna comunidad autónoma y en muchos ayuntamientos. Fue entonces cuando Felipe González empezó a hablar de Gran Coalición y cuando los medios de comunicación, intervenidos por los bancos y los grupos económicos, se tomaron en serio el trabajo de evitar el cambio de rumbo.

La izquierda cometió desde luego errores graves. Pero no voy ahora a hablar de ellos, porque ya lo he hecho en otras ocasiones y porque hoy me interesa más destacar la factura que las élites han pagado para salirse con la suya. Su victoria abre más grietas de las previstas y dejan abiertas muchas vías de agua en su barco.

Lo primero que hizo el poder mediático fue intentar dinamitar a Izquierda Unida, dándole publicidad a un nuevo partido para que le quitara votos. Podemos pasó unos meses dulces en los platós de televisión, disfrutando de un tiempo que nunca antes había disfrutado Izquierda Unida. Eso duró hasta que Podemos se les escapó de las manos, se convirtió en un fenómeno con capacidad de leer bien la indignación social de la gente y alcanzó una expectativa de voto muy superior a la esperada. Cuando el remedio fue más grave que la enfermedad, el poder cambió de estrategia, se inventó a Ciudadanos –un falso Podemos de derechas– y empezó a lanzar calumnias, caricaturas, manipulaciones y miedos sobre la formación de Pablo Iglesias y de Juan Carlos Monedero. (Ya he dicho que en esta ocasión no me toca hablar de los errores de Izquierda Unida y de Podemos).

La situación se complicó más todavía para la derecha cuando Podemos consiguió saltar una de sus barreras mejor diseñadas: el asunto de los nacionalismos. La aceptación democrática del derecho a decidir se convirtió en realidad en un logro de Podemos: colocó de nuevo la cuestión social en unos debates muy dominados en los últimos años por el conflicto de la identidad y abrió paso a una posible articulación territorial desde la izquierda.

La situación se complicó tanto que el sistema sólo ha podido llegar a la Gran Coalición a costa de unas facturas muy altas. Conviene que la España progresista recuerde estas facturas, mientras la derecha celebra su victoria:

1) Se ha roto el diseño político del bipartidismo; ya no va a ser posible de nuevo el juego de los turnos y las mayorías absolutas. Quien desconozca esta realidad se estará moviendo en falso.

2) Ha surgido una nueva opción con un número de votos y de diputados que nunca se había conseguido a la izquierda del PSOE. Las mejores expectativas de IU se han cumplido ampliadas en los resultados de Podemos.

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3) Se ha tenido que reventar al PSOE en un esperpento vergonzoso. La crisis es interna y externa. Después de facilitar el gobierno de Rajoy, no sólo va a ser imposible para el PSOE mantener la apariencia de un partido de izquierdas, sino que muchos votantes y militantes se verán obligados a preguntarse, ya de forma descarnada, qué tienen ellos que ver con su cúpula dirigente.

4) Ha saltado por los aires el prestigio de algunos medios de comunicación que utilizaban la apariencia del progresismo para trabajar en favor de las élites. Se ha abierto un nuevo espacio cultural y periodístico en el tejido social.

Si la izquierda sabe hacer su recuento del camino difícil seguido por las élites para conseguir su Gran Coalición, sabrá también escribir su relato del futuro. Aunque vea con tristeza el nuevo gobierno de Mariano Rajoy, tendrá motivos para no creer que han sido inútiles sus esfuerzos y sus movilizaciones y, sobre todo, tendrá motivos para mirar hacia el porvenir con firmeza y con orgullo democrático. Hay una confluencia social que construir más allá de la próxima sesión de investidura. (Y no voy a hablar aquí de errores que no deberían volver a cometerse).

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