Cine
Stefan Zweig, el hombre sin futuro
Stefan Zweig suda dentro de su ligero traje tropical. Estamos en 1941 y el escritor alemán viaja por Brasil; parece tomarse unas vacaciones de la tragedia. La cineasta Maria Schrader —actriz en películas como Aimée y Jaguar— le imagina, en su biopic Stefan Zweig: Adiós a EuropaStefan Zweig: Adiós a Europa, azorado por una incómoda situación en medio de la selva. El enésimo alcalde que quiere recibirle en su tour del exilio no ha calculado bien la hora, los invitados no han llegado y el esforzado político dirige un discurso a la nada. Apenas es capaz de terminar su arenga: "... porque un hombre sin patria no tiene futuro". Zweig, interpretado por Josef Hader, intenta mantener la sonrisa mientras la banda municipal interpreta torpemente El Danubio azul. Poco antes, el escritor ha exclamado que "Europa puede tener una cultura muy antigua, pero Brasil es el futuro". Un futuro que, le recuerdan, no le pertenece.
La película, que se estrena este viernes en España, se sostiene en esa tensión entre la esperanza y la derrota. Schrader contribuye con su tercer filme a la renovación del género biográfico: no está interesada en la vida del autor, ni siquiera en su obra, sino en su posición ambigua e incomprendida ante el horror nazi. Stefan Zweig está dividida en cinco capítulos que comprenden varias etapas de su éxodo, de un primer viaje a Argentina en 1936 a la que sería su última aventura, en Petrópolis. Allí se suicidó el 22 de febrero de 1942 junto a su segunda esposa, Lotte Altmann (interpretada por Aenne Schwarz). Dejó una carta que se cerraba con estas palabras: "Considero lo mejor concluir a tiempo y con integridad una vida cuya mayor alegría era el trabajo espiritual, y cuyo más preciado bien en esta tierra era la libertad personal. Saludo a mis amigos. Ojalá puedan ver el amanecer después de esa larga noche. Yo, demasiado impaciente, me les adelanto".
Thomas Mann, que ni siquiera con sus mayores best-sellers alcanzó la popularidad de Zweig, no dudó en criticar el último acto de su compatriota, que veía como un gesto "cobarde". No era la primera vez que se lo llamaban. Una de las escenas más potentes del filme se centra en una entrevista ofrecida en Buenos Aires a cinco periodistas de cinco países distintos. El biógrafo de maría Antonieta, de Erasmo de Rotterdam, de Paul Verlaine está ante ellos, lleva dos años en el exilio y quieren escuchar su opinión sobre el régimen de Adolf Hitler. "Los que han dejado Alemania o van de visita no saben realmente lo que ocurre". "Es imposible predecir en lo concerniente a Alemania". Los periodistas repreguntan una vez y otra. Solo obtienen evasivas. "Yo también leo los periódicos y me aflige. Pero los que no somos radicales no debemos rebajarnos al nivel intelectual de nuestros rivales. No voy a hablar mal de Alemania, no lo haría de ningún país".
Pero Schrader no le considera un cobarde, sino un "pacifista radical""pacifista radical". La directora ha dicho ver en la censurada actitud del escritor, para el que la imparcialidad era un halago, los esfuerzos de un antibelicista que se estampa contra la evidencia de la guerra. No fue entendido así, desde luego, por buena parte de sus contemporáneos, escritores incluidos, que veían en su actitud una tibieza ante el nazismo que había prohibido sus obras y una falta de compromiso político. En la película —sus parlamentos están sacados o inspirados de entrevistas, notas, diarios— Zweig se defiende: "El intelectual debe entregarse a su obra. Es su arma más poderosa. Empiezo a aborrecer la política porque cada vez tiene menos que ver con la justicia". Y, ante los que le tachaban de poco valeroso, defendía que las palabras de un rico escritor exiliado de poso servían: "Cada acto de resistencia carente de valor o riesgo no es más que afán de protagonismo".
Pero el filme no es, pese a las palabras de Schrader, una defensa de Zweig ni de su actitud. Adiós a Europa se ve zarandeada, como su protagonista, por la complejidad de los tiempos. En el Buenos Aires de 1936 es capaz de defender su silencio sobre Alemania con toda la fuerza de su racionalidad. Pero cuando el congreso del PEN Club al que asiste rinde tributo a los autores alemanes prohibidos o exiliados y se leen los nombres de Walter Benjamin —se suicidaría en Portbou en 1940 al verse atrapado en la frontera—, de Bertolt Brecht —también perseguido por el régimen—, entra en shock: su cuerpo no responde ante el horror. Si al inicio de la película el escritor trata de mantener un optimismo que hoy se lee ingenuo, al final se resiste frente a su responsabilidad con sus antiguos amigos o conocidos que le piden ayuda para encontrar refugio. La realidad no le permiten mantener ninguna de las dos posturas. Aunque Zweig se refugie en Sudamérica, allá sigue quedando Europa.
Erasmo, Zweig, Galdós y el difícil arte de la tolerancia
Ver más
La similitud entre algunas de las cuestiones que aguijonean al escritor y aquellas a las que se enfrenta el espectador actual son evidentes. Schrader las señala en el prólogo, en el que Zweig da un discurso ante un ministro del dictador Getúlio Vargas: "Cada nación y cada generación, y por lo tanto la nuestra también, debe encontrar una respuesta a la pregunta más sencilla y más esencial de todas. ¿Cómo lograr una coexistencia pacífica entre los seres humanos pese a todas las diferencias de raza, clase y religión. Creo que Brasil ha encontrado una respuesta". La ironía de que pronuncia estas palabras junto uno de los dirigentes del Estado Novo, después de que un elenco de camareras negras sirva a otro de blancos ricos, casi provoca carcajadas.
"Cada día transcurrido en este país he aprendido a amarlo más y en ningún otro lugar podría con más gusto tener la esperanza de reconstruir mi vida de nuevo, ahora que el mundo de mi lengua madre ha perecido para mí, y Europa, mi hogar espiritual, se destruye a sí misma", dejó escrito antes de suicidarse. El mensaje del filme de Schrader tienen un mensaje oscuro. Tanto como el título de los diarios que escribió Zweig durante esos años y que se publicaron tras su muerte: El mundo de ayer.