Tiempos Modernos

Sor Ferrari

El pasado lunes conocimos la curiosa forma en que Marta Ferrusola se dirigía al banco andorrano donde la familia tenía sus depósitos para ordenar movimientos entre las distintas cuentas. Como saben, el dinero procedía presuntamente de actividades ilegales desarrolladas en un marco de corrupción propiciado por las influencias de su marido y, según la policía, podría haber sobrepasado los 70 millones de euros en total. El documento manuscrito ha permitido imaginarnos a la altiva y elitista matriarca del clan como una especie de Sor Citroën de alta gama, usando una ridícula terminología para ocultar el delictuoso significado de los mensajes que quería transmitir y ha supuesto la culminación –por ahora- de un oprobio que la familia Pujol-Ferrusola cultiva con avaricia: “Reverendo Mosen: soy la madre superiora de la Congregación, desearía que traspase dos misales de nuestra biblioteca a la biblioteca del capellán de la parroquia. Ya le diré dónde se tiene que poner. Muy agradecida. Marta”.

Cuando creíamos que lo habíamos visto todo, nos llega lo peor: Jordi Pujol ha convivido sesenta años con una monja. Una revelación que suscita una duda fundamental: ¿Pujol sabía de la condición religiosa de Marta Ferrusola? Me inclino a pensar que no. Basta recordar que en 2014, cuando se constataron los primeros indicios de la cuenta andorrana de los Pujol, el patriarca confesó que el dinero correspondía a lo legado por su padre fallecido en 1980 y afirmaba en su disculpa no haber encontrado “el momento más adecuado” para poner al día ante el fisco esta herencia. No hace falta tener un máster en psicología para darse cuenta de que en esa familia hay un grave problema de procastinación. Una tendencia al aplazamiento de las obligaciones cuya demora, además, aumenta cuando el asunto es delicado. Y el de la hermana Ferrusola, sin duda, lo era porque ¿cuál es el momento adecuado para confesar a tu marido que eres monja? ¿Entre el segundo y el tercer hijo? ¿Entre el quinto y el sexto? Imaginemos que lo dejas para el final y una vez parido el séptimo te dices: “De hoy no pasa. Jordi, soy monja”. ¿Qué respuesta razonable cabe esperar de un marido al que se le dice eso? Lo más probable sería escuchar: “Marta, te está sentando mal la epidural”.

Como siempre que una información de este tipo aterriza de manera inesperada en el universo mediático, su impacto genera una polvorienta nube de rumores que es obligado desmentir. Es falso que, como afirman algunos, Marta Ferrusola tuviera sólo seis hijos pero otra monja, Sor María, le robara uno y posteriormente, tras enterarse de quiénes eran los padres, les devolviera dos como generosa aplicación del 3%.

Ni info, ni Libre

También mienten quienes sostienen que un grupo de teólogos vaticanos estudian si, atendiendo a los votos de la madre, es posible que las siete concepciones se produjeran gracias a algún tipo de intervención divina. Pruebas periciales permiten afirmar que, a diferencia de los múltiples negocios familiares, en este asunto el Honorable President se negaba a usar testaferros. Es verdad que tratándose de los Pujol-Ferrusola las sorpresas no pueden nunca darse por extinguidas, de manera que, estando la Iglesia de por medio y viendo el suculento negocio que supone esa prole, el Estado debería estar atento no sea que un repentino cambio de las circunstancias acabe con las criaturitas inmatriculadas por la Conferencia Episcopal como pasó con la Mezquita.

Recuerdo los tiempos gloriosos del pujolismo, cuando en las grandes noches electorales Marta Ferrusola aparecía acompañando a su marido y  la hinchada convergente se agitaba estallando en un grito unánimemente repetido: “¡Aixó és una dona!” (¡Eso es una mujer!). Una proclama que uno entendía como una forma de, en exaltación dinástica, extender a la esposa el agradecimiento al líder, un arrebato casi monárquico. La comprensible euforia del momento nos impedía entonces reparar más detenidamente en la absurda evidencia de la afirmación y su escasa aportación semántica, sólo igualada por Rajoy cuando afirmó  que “un vaso es un vaso y un plato es un plato”.

Hoy cabe preguntarse si tal vez nunca se diera ese perdón condescendiente de ciertas infracciones intuidas pero consentidas mientras el éxito las acompañaba que ahora señalan algunos como origen de estos lodos; si, quizás, lo que gritaban los militantes y, entre el jolgorio y la poca preocupación por la vocalización que suelen mostrar las masas animosas, ni nosotros ni Pujol logramos entender, no era “Aixó és una dona” sino “¡Aixó és una monja!” para advertir al President de que estaba siendo engañado. Aunque no tendría mucho sentido advertir a alguien de un delito que no existe: si las sospechas fueran ciertas, Ferrusola robaba a Cataluña para entregárselo a Pujol que, a fin de cuentas, eran lo mismo.

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