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Plaza Pública

70 años de la partición de Palestina por la ONU

Daniel Lobato

En la interminable sucesión de injusticias e ilegitimidades cometidas contra Palestina desde hace 100 años, destacan algunos hitos históricos concretos que actúan de cerrojos para una población palestina prisionera de decisiones extranjeras, ante las que ni siquiera se le reconoció el derecho a defensa.

El 29 de noviembre de 1947 la Asamblea General de la ONU aprobó la resolución 181 recomendando partir Palestina en tres trozos. El 55% del territorio para un estado “judío”, el 45% para un estado “árabe” y la ciudad de Jerusalén bajo gestión internacional. El mapa que acompañaba el proyecto parecía “estar diseñado en un manicomio” (Mohd al-Jamali, diplomático iraquí).

 

Mapa del plan de partición de Palestina propuesto por la ONU.

Varias observaciones previas: (1) Fue una “recomendación”. (2) Sólo las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU son de obligado cumplimiento (e incluso esto es una ficción, ya que hay decenas incumplidas por Israel, como la reciente Resolución 2334). (3) Los judíos de diferentes países que los británicos habían instalado en Palestina en los años previos a la partición eran el 33% de la población total en ese momento y sólo poseían legalmente el 7% del suelo palestino (nótese que se les concedió el 55%). (4) Aquella raquítica ONU recién nacida estaba formada por 57 países, la mayoría de ellos sometidos de forma política o neocolonial a Occidente y sus decisiones. Por el contrario, hoy la ONU la forman casi 200 países, incluso admitiendo como espectador (no miembro) a un estado virtual llamado Palestina, el cual está constituido por unos cuantos guetos urbanos cisjordanos encerrados en un muro y un campo de concentración inhabitable llamado Gaza en el que Israel comete periódicas masacres.

El gigantesco libro de incumplimientos israelíes —que tiene su primera página en esta resolución 181 también violada— tiene enorme importancia, pero antes de analizarlo hay una cuestión de principio con respecto a la partición de Palestina que es mucho más trascendental.

¿Qué legitimidad tenía la ONU para partir Palestina?

La cuestión profunda es: ¿qué potestad moral y jurisdicción tiene una autoridad extranjera para decidir sobre una tierra y la vida de las personas que viven en ella, denegando la palabra a esos habitantes? ¿Bajo qué inexistente reconocimiento mutuo entre las partes es posible que una de ellas tome decisiones sobre el futuro y el destino de la otra sin consultarla siquiera? ¿En qué reglamento interno de la ONU se establece que pueda crear estados o entregar el territorio de un pueblo a gente de distintos países? En el momento en que nos hacemos estas preguntas, la legitimidad del nacimiento de Israel se desvanece.

Si nos parece inmoral que el Papa regalase medio mundo a Portugal y otro medio a Castilla en el Tratado de Tordesillas sin consultar a los indígenas americanos; si nos parece ilegítimo que el imperialismo europeo se repartiese África en la Conferencia de Berlín trazando fronteras arbitrarias sin preguntar a los nativos africanos, entonces nos tiene que parecer inmoral, ilegítimo e injusto que una entidad extranjera, la ONU, repita las mismas actuaciones. Los axiomas de superioridad moral blancos/occidentales imperantes en el siglo XIX y principios del XX se prolongan hasta hoy.

Si no hay un reconocimiento recíproco como sujetos, y a continuación una delegación de arbitraje hacia el otro, no existe ningún factor diferencial por el que debamos otorgar legitimidad a aquella actuación de la ONU que, al igual que hoy, ya estaba sometida al club exclusivo de países occidentales llamado Consejo de Seguridad. Y todo esto independientemente de si la resolución 181 era una recomendación o era de obligado cumplimiento.

El contexto ideológico: Balfour y el sionismo dedicaron el prólogo

El libro negro de decisiones sobre Palestina, con esta primera página de la resolución 181 de su partición, tiene un prólogo dedicado que determinó las incontables hojas añadidas después. Fue la declaración de Lord Balfour 30 años antes, en 1917, de la que se acaban de cumplir 100 años. Este Ministro de Asuntos Exteriores británico decidió entregar Palestina al movimiento sionista subrayando que “en Palestina no nos proponemos ni siquiera consultar los deseos de los actuales 700.000 habitantes del país”.

El deseo de expulsar a la población judía de Europa para instalarla en otro lugar (la judeofobia occidental, mal llamada antisemitismo) fue el paradigma, fusionado con el falso y mitológico concepto etnocéntrico de que las personas de religión judía formaban un supuesto pueblo, ya fueran de Marruecos o de Ucrania. Este cóctel, denominado sionismo, ha seguido escribiendo las siguientes páginas hasta hoy. El sionismo además niega la existencia del pueblo palestino y busca la expulsión de su tierra por la fuerza para ser reemplazado por otra población. Este conjunto es el vector que opera sobre el terreno por esta ideología (con el tiempo convertida en Israel) desde 1917, 1947 o 1967.

El otro vector es que en realidad el sionismo no fue creado por cierta intelectualidad judía, fue asumido por ella. Durante 300 años el sionismo fue una idea racista concebida por cristianos europeos pero rechazada por la casi totalidad de judíos dado que significaba la expulsión de sus países nativos, hasta que al final un puñado de pensadores judíos adoptó esta doctrina en el siglo XIX. Cien años antes de Balfour ya hubo otros políticos británicos sionistas o incluso el propio Napoleón Bonaparte montado a caballo en la ciudad de Acre.

Por tanto, el segundo motor es que las potencias occidentales tienen unas raíces sionistas-racistas que mantienen hoy. Por este motivo las potencias occidentales, que son las que controlan los órganos de decisión internacionales, amparan y dan impunidad a su actor sionista, sobre el que actúan de metrópolis.

La historia de la resolución 181

La resolución 181 de 1947 ya venía viciada de origen. No sólo la promesa sionista de Balfour para crear un estado judío allí, sino también la idea de partir Palestina que ya propuso la Comisión Peel diez años antes. La Comisión Peel fue una comisión interna británica creada en 1936 para analizar su desastroso gobierno en Palestina caracterizado por la instalación de judíos europeos a los que privilegió y por la marginación/represión a la población palestina, la cual llevó a cabo su primera intifada (levantamiento) desde 1936 hasta 1939.

El informe final de esa Comisión Peel preveía conceder el territorio más fértil de Palestina para un estado judío más pequeño que el que finalmente entregó la ONU. El extenso informe Peel comienza con un acientífico y bíblico “encuadre histórico” de Palestina, si bien su lectura resulta interesante para saber que Palestina era un territorio más desarrollado que la propia España de la época, por ejemplo triplicando la producción española de naranjas, las cuales se destinaban a la exportación hacia Oriente Medio y Europa. (Como dice la periodista Teresa Aranguren, “frente a la mentira y olvido al que se quiere someter a Palestina, se conservan fotografías y datos otomanos y británicos como un acta notarial”). Años después del Informe Peel, los británicos intentaron retractarse apostando sin mucha convicción por un estado único.

Con esos dogmas instalados en Occidente, se preparó la resolución 181. Dos meses antes de su aprobación (septiembre de 1947) la ONU había encargado su redacción a un comité que trabajó en dos textos: uno planteando la partición; el otro planteando un estado unitario con iguales derechos fundamentales para todos los habitantes de Palestina sin distinción. Este segundo informe con una solución justa fue desterrado por la presión soviética y en mayor medida, americana.

A pesar de las fuerzas que empujaban hacia la partición, hubo países que se rebelaron. Pakistán rechazó que la ONU tuviera jurisdicción sobre la partición y exigió la intervención de la Corte Internacional de Justicia. El representante cubano de Batista alegó que el proyecto de resolución y el propio plan Balfour eran ilegales. Iraq ya presagió el negro futuro para todo Oriente Medio y para los lugares santos musulmanes en Jerusalén. Siria denunció que la Carta de la ONU estaba siendo asesinada. Los estados árabes pidieron a los países dudosos que al menos se abstuvieran. Pero el lobby sionista, que había desplazado su presión de Londres a Washington, se puso a trabajar a toda velocidad utilizando al presidente Truman y corporaciones empresariales. Filipinas, Liberia y doce países latinoamericanos votaron sí por la presión o comprados con promesas de inversiones económicas. El propio presidente de la Asamblea General de la ONU, Osvaldo Aranha, era un ferviente sionista y retrasó dos días la votación hasta asegurar los dos tercios afirmativos necesarios mediante esa compra de votos.

En la votación, el Gobierno británico, quizás bajo la culpa de haber abusado del mandato que se le otorgó para gobernar a Palestina hacia su independencia, se abstuvo buscando escapar de su responsabilidad. La resolución nunca fue elevada al Consejo de Seguridad porque hubiera implicado el despliegue de tropas de los cascos azules en el terreno y su enfrentamiento con las bandas paramilitares sionistas.

El día después de la 181: para el sionismo, borrar la demografía palestina. Para la ONU, la impunidad

El territorio asignado al Estado judío era el 55% de Palestina, pero dentro de sus artificiales bordes vivían medio millón de palestinos junto al medio millón de judíos traídos por los británicos, casi todos población urbana ya que apenas tenían tierras. En lo que se trazó como Estado “árabe” vivían 725.000 palestinos frente a 11.000 judíos. En el área de Jerusalén la población era de 100.000 habitantes palestinos y otros 100.000 judíos. Para los objetivos sionistas, la “demografía palestina” era y sigue siendo el único obstáculo.

Los privilegios que los británicos habían otorgado a la población judía importada eran de todo tipo, pero especialmente decisivos eran todos los puestos de responsabilidad cercanos al Gobierno británico, en las oficinas municipales y la administración en general. Esto permitió que los dirigentes sionistas tuvieran los censos exactos de cada pueblo, los líderes políticos palestinos de cada aldea o el papel de cada comunidad en las revueltas palestinas de 1936-1939, y además, qué tierras eran más fértiles, con más agua y recursos, etc.

La radiografía completa del territorio y la actitud británica de cerrar los ojos deseando marcharse de Palestina, facilitó que las bandas armadas sionistas comenzasen desde ese primer día a realizar su criminal limpieza étnica a gran escala que duró hasta 1949 (hoy continúa el desplazamiento forzoso por otros medios). En esos dos años, casi 800.000 palestinos fueron expulsados convirtiéndose en refugiados: 400.000 desalojados de la zona demarcada para el “Estado judío” más otros 400.000 expulsados de tierras conquistadas por Israel al “Estado árabe” tras la guerra de 1948. Fue la “Nakba” (catástrofe) palestina, que el próximo mayo de 2018 también conmemora 70 años.

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Con respecto a la ONU, ésta creó una comisión de cinco países para supervisar la implementación del Plan de Partición. La comisión se disolvió meses después sin llevar a cabo ningún trabajo ni visitar Palestina para comprobar lo que allí sucedía. En mayo de 1949 Israel fue admitido en la ONU.

Esta es la primera página del libro negro de crímenes contra Palestina. Para que el libro tenga un final y pueda ser cerrado no hacen falta más hojas con nuevas resoluciones incumplidas y legislación vulnerada. Basta con no otorgar más impunidad a Israel y exigirle que deje de estar fuera de la ley. Basta con usar los mecanismos internacionales de sanciones económicas y marginación institucional para conseguir su sometimiento a la legalidad, a los derechos humanos y a las resoluciones ya existentes. Eso es lo que exige el movimiento internacional por el Boicot a Israel

____________________Daniel Lobato es activista en solidaridad con Palestina, Kurdistán y Oriente Medio.

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