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Cultura

¿Qué dice el diccionario del mundo en el que vivimos?

Distintas ediciones históricas del 'Diccionario de la Lengua Española' de la Real Academia Española.

Selfi, meme, sororidad. La última actualización del Diccionario de la Lengua Española, presentada por la Real Academia hace unos días, tenía sus propias estrellas. Ocurre con cada revisión: en 2017, postureo y posverdad, flamantes nuevos artículos, copaban los titulares. Pero con 2.451 modificaciones solo en el pasado año, el Diccionario de la RAE Diccionario hace algo más que recoger las palabras de moda, y permite oler algo así como el signo de los tiempos. Tiempos en los que tiene sentido hablar de ecocidio, de feminicidio o de aparatos que nos monitorean.

Con la digitalización del diccionario, y bajo la dirección de Darío Villanueva —sustituido desde este mes por Santiago Muñoz Machado—, la Real Academia se ha propuesto realizar actualizaciones a su 23ª edición cada diciembre. Estos términos serán añadidos a la 24ª edición, ya en marcha. Y el volumen no hace más que crecer: a las más de 93.000 palabras y 195.000 acepciones iniciales, se añaden las 3.345 modificaciones de 2017 y las casi 2.500 de 2018. Estos cambios van desde la inclusión de artículos nuevos hasta cambios en las acepciones o en las etimologías de los términos. De las miles de modificaciones, la institución entrega a los medios una lista de con algo más de 200, que son las que podemos comentar. 

Por supuesto, llaman especialmente la atención la inclusión de nuevas palabras, 748 solo el año pasado. Algunas de ellas tienen un interés más lingüístico que social (abrumante, clientelar, microcentro), pero otras suponen una toma de temperatura a la actualidad (cibercultura, autofoto, viagra). O al menos así parece ser desde la entrada de la lexicógrafa Paz Battaner en la Academia en mayo de 2017, hoy responsable del Diccionario. "Las definiciones las hace la gente, los hablantes, con los valores de cada momento", defendía en una entrevista con motivo de su acceso a la RAE.

Del femicidio a lo viralfemicidio viral

En la actualización de 2018, destacan nuevos términos que reflejan una determinada situación política y social. Es el caso de femicidio, que entra como sinónimo de feminicidio. Y este último añade a su definición, "asesinato de una mujer a manos de un hombre", el matiz de "por machismo o misoginia". Por la misma senda anda sororidad, arma feminista exhibida al menos durante el último año en discursos y medios y que la RAE define como "amistad o afecto entre mujeres", primero, y "relación de solidaridad entre las mujeres, especialmente en la lucha por su empoderamiento", después. 

Pero también está ecocidio, que viene a ser la "destrucción del medio ambiente, en especial de forma intencionada", una inclusión que sería inimaginable en un mundo que no estuviera acosado por el cambio climático, los vertidos ilegales o los incendios provocados. Y está la enmienda en maltratar, que a partir de ahora significa "tratar con crueldad" a una persona, pero también a un animal. No es casualidad que esto suceda en un momento en que opciones como el vegetarianismo o el veganismo están cada vez más extendidas, en el que crecen partidos como PACMA o se debate en los parlamentos si los animales pueden ser considerados meros objetos. Se recoge también el término escrache, la "manifestación popular de protesta contra una persona, generalmente del ámbito de la política o de la Administración, que se realiza frente a su domicilio o en algún lugar público al que deba concurrir", una práctica popularizada en Argentina en los primeros años 2000 y llegada a España con la crisis económica.

Las nuevas entradas vienen también del caladero de las nuevas tecnologías, que van siendo nombradas a medida que se popularizan. Es el caso de autofoto y de la adaptación del inglés selfi (sustantivo masculino utilizado también como femenino), que entran al Diccionario a la vez, pero también de ciberarte, cibercultura meme, definido como "rasgo cultural o de conducta que se transmite por imitación de persona a persona o de generación en generación", primero, en "imagen, vídeo o texto, por lo general distorsionado con fines caricaturescos, que se difunde principalmente a través de internet".

Pero también entra monitorear, "observar mediante aparatos especiales el curso de uno o varios parámetros fisiológicos o de otra naturaleza para detectar posibles anomalías", una acción imposible de realizar sin los aparatos en sí. Y viagra, nombre común que procede de la marca homónima disponible desde los primeros 2000. Hay también palabras ya existentes que suman nuevas acepciones, como viral, que pasa a referirse, a un "mensaje" o "contenido" que "se difunde con gran rapidez en las redes sociales". Igualmente, periodismo, que no solo incluye ya a quienes lo ejercen en un periódico o en medios audovisuales.

La carrera hasta el Diccionario

En este punto, surge una duda: ¿cómo un término como selfi, mucho más reciente que el de escrache, consigue hacerse un hueco tan rápido en el Diccionario? ¿Por qué escrache ha tardado en entrar? Aquí interviene Villanueva —justo un día antes de que Muñoz Machado le sustituya oficialmente en el puesto—, que con Battaner de viaje se encarga de aclarar el funcionamiento del diccionario. Para que se admita una nueva palabra, explica, esta debe cumplir dos criterios: : la frecuencia y la dispersión en el uso. O, lo que es lo mismo, debe usarse habitualmente en distintos territorios.

Esto se analiza gracias a una base de datos llamada CORPES XXI que desde 2001 reúne más de 237.000 documentos, escritos y orales. Estos documentos vienen de la ficción, de la prensa, de las ciencias sociales, la salud o la política, y recogen unas 25 millones de formas léxicas anuales. El 70% de ellas provienen de América, y el 30% de España. Gracias a esta base de datos, los académicos pueden determinar si una forma se usa habitualmente o no. "Es posible que una palabra no aparezca en 2018 con suficiente frecuencia", explica Villanueva, "y luego, con las nuevas aportaciones del CORPES, veamos que la frecuencia y la dispersión se han incrementado y que esa palabra ya está madura para incluirla en el diccionario".  

Pero esto no explica por sí solo las distintas velocidades a las que ciertas palabras entran en el diccionario. En el CORPES, la forma escrache aparece 79 veces en 40 documentos desde el 2001. Autofoto aparece 13 veces en 11 documentos, comenzando en 2013. Hay otro elemento decisivo para que una nueva palabra entre en el Diccionario: quién la propone o cómo se propone. Pueden hacerlo los académicos, que en los plenos semanales pueden presentar lo que se conoce como "papeletas", candidaturas de nuevos artículos o acepciones. Puede hacerlo el Instituto de Lexicografía a partir de bases de datos como la ya mencionada. Y también puede hacerlo cualquier hispanohablante mediante el formulario conocido como UNIDRAE: todas las sugerencias son evaluadas.

¿Una cuestión de uso?

Sea cual sea la vía elegida, la palabra tendrá luego que ser estudiada por el Instituto de Lexicografía, luego por distintas comisiones (incluida, claro, la del Diccionario), y finalmente por el Pleno. Después deberá ser aprobada por las otras 22 academias de la lengua española, que establecerán también matices en el uso geográfico. Huelga decir que aquellas palabras que cuentan con el respaldo de un académico o del Instituto tienen, a priori, mayores posibilidades de éxito. Hay que señalar también que la Fundeu, Fundación del Español Urgente, un organismo asesorado por la Real Academia Española, también tiene capacidad de presión: escrache fue su palabra del año en 2013; aporofobia, la del 2017, entró ese año en en el Diccionario; posverdad, otra de sus palabras destacadas, también lo hizo recientemente. 

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Villanueva defiende que la disparidad en la frecuencia de uso de escrache y de autofoto, dos palabras que sin embargo llegan juntas al diccionario, no supone ningún error de la Academia. "La cuestión de la frecuencia de uso tiene que ver también con el grupo en que esa palabra nace y se desarrolla. Hay palabras que son muy comunes en un determinado grupo social, pero que no se han generalizado", explica el exdirector. Así, escrache podría ser muy frecuente en determinados espacios activistas de Argentina o España, pero su uso no estaba generalizado. Autofoto, según este criterio, se usaría de manera común en distintos ámbitos. Hay más casos: en el CORPES, aporofobia aparece dos veces en el mismo documento de 2016; meme figura desde 2005. Viagra está en 243 documentos desde 2001, mientras sororidad está en 6. 

Pero el exdirector invita también a desmitificar el poder del Diccionario: "Hay que contrarrestar la idea errónea de que las palabras que no están en el diccionario son palabras despreciables, prohibidas o que la Academia ignora o quiere mantener en el limbo de los justos". Los académicos, asegura, son los primeros que saben que 93.000 palabras no recogen toda la riqueza del español. "Hay palabras perfectamente legítimas, que la gente las usa y eso es lo que les da la legitimidad, pero que no han tenido sitio en el Diccionario por esos criterios de los que hablábamos", insiste. De la misma forma, figurar en él tampoco asegura que la vida de una palabra sea larga. Este año ha habido 23 supresiones, entre artículos, acepciones y etimologías. Su hogar pasará a ser el Diccionario histórico, ese cementerio verbal. 

 

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