¡A la escucha!
La tristeza de Billie Eilish
En menos de 5 horas se agotaron sus entradas. Y yo fui una de las miles de personas que se engancharon a su página web para conseguir poder verla en directo... Bueno, yo no iré, irá mi hija con sus amigas, pero me tocó a mí estar frente al ordenador y en una carrera contrarreloj lograr comprar las entradas que, segundo a segundo, iban agotándose en la página web. Fue de locos y un momento muy estresante y muy ridículo. Volví a sentirme una quinceañera que está como loca por conseguir ver a su grupo preferido tocar en directo. Casi casi con un ataque de ansiedad cada vez que le daba al clic del botón del ratón y la página no se refrescaba. Mientras estaba ahí delante, a punto de convulsionar, con mi hija mandándome mensajes y yo cabreándome con la pantalla del ordenador, recordé el primer concierto al que fui: era de Mecano, en Pamplona, en la Plaza de Toros. Recuerdo cada minuto de aquel concierto: los nervios antes de entrar, las colas, llegar corriendo hasta la primera fila, a pie de escenario y empezar a notar cómo te iba estrujando la gente conforme se iba llenando la plaza. La valla ya era una costilla más y lo peor estaba por llegar, cuando saltaron al escenario y todo el mundo empezó a botar... Aquello fue una locura. ¡Yo dejé de tocar el suelo! Fue emocionante.
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Así que cuando mi hija me suplicó que, por favor, tal día a tal hora, “cuando termines el informativo, por favor mamá, entra en esta página y cómpranos las entradas”, recordé todo aquello. La cantante en cuestión no me sonaba de nada, Billie Eilish, pero sí sus canciones. Auténticas maravillas que he escuchado cientos de veces en el coche o en casa. Pero nunca me había quedado con su nombre y tampoco me había picado la curiosidad por saber quién era, qué hacía. Hasta ese día. Cuando mi hija llegó a casa me puso varios vídeos de ella. Es una niña, un año mayor que la mía, que lleva dos años en la industria, creciendo sin parar. Alguien muy listo y muy avispado la escuchó y supo que ahí, además de talento, había una historia que contar y, antes de que se convirtiera realmente en una estrella con millones de seguidores, le grabó un vídeo. Una charla convertida en entrevista; una entrevista con una niña de 15 años que ama la música y que empieza a ver que su pasión puede ser su futuro. Va ligeramente maquillada, el pelo de un color indefinido, entre gris y rubio. Tiene estilo, tiene una sonrisa brillante que ilumina la pantalla todo el tiempo y con la que empieza y termina cada una de sus frases. La cabeza pensante que la grabó entonces sabía todo lo que iba a venir después y, justo un año más tarde, grabó en el mismo sitio la misma entrevista, casi con las mismas preguntas: en cada una le va recordando lo que dijo apenas un año atrás. La doble entrevista la han editado en pantalla partida (desde luego la “cabeza pensante” intuía que esto iba a tener tirón). Y con esa pantalla partida, a la derecha la chica que sueña con ser estrella, y a la izquierda la estrella en la que se ha convertido, ves atónito las diferencias, el antes y el después de entrar en esta industria. La de ahora lleva el pelo de otro color, un morado oscuro. Su imagen es mucho más desaliñada, no lleva nada de maquillaje, sí en cambio muchos collares y anillos. Y lo que más llama la atención es su mirada, su actitud, su tristeza: ya no sonríe en cada frase. Sus respuestas son durísimas, toda una bofetada para esta industria.
La Billie de ahora va repasando qué ha ocurrido en estos 12 meses, cómo ha pasado de tocar ante 500 personas a llenar estadios con 40.000 espectadores. Ha visitado miles de ciudades de todo el mundo, ha conocido a cantantes con los que soñaba de niña, pero admite que el éxito y la fama no son como ella había imaginado. Por ejemplo, empieza a sentir cierto agobio porque no puede ir a ningún sitio sin que nadie la reconozca. Llega a decir que siente envidia de la Billie de hace un año a la que apenas nadie paraba por la calle para pedir una foto o un autógrafo. Pero lo peor viene cuando le preguntan cómo se siente: la Billie de hace un año deja grabado un consejo para la Billie del futuro. Le pedía que disfrutara cada momento y que no permitiera que la tristeza le arruinara momentos increíbles porque es una pérdida de tiempo, dice. Ella misma confiesa que no ha podido cumplir con aquella promesa, que efectivamente no ha disfrutado de muchos momentos increíbles porque estaba triste, pero que entiende que esto tiene que ser así, ojo, porque en la industria no conoce a nadie, (¡a nadie!), que no esté triste todo el tiempo. ¿Cómo? ¡Una niña de 17 años asume que para estar donde está tiene que pagar el precio más alto que se le puede pedir: sus ganas de vivir, su alegría, su capacidad para sorprenderse! Desde luego es para hacérselo mirar. Es una pedazo de cantante, escribe sus propias canciones, hace música diferente pero verla ahí, ante la cámara, asumiendo que esto es lo que hay, que la presión es tan grande que ya no puede dejarlo, asusta. Y te acuerdas de esos nuevos talentos de la música, Avicii hace apenas unos meses, que no soportaron la presión y lo dejaron todo.
Espero que quien esté detrás de este fenómeno de masas, de esta estrella con un talento increíble que hacía sus propios videoclips ya desde pequeña, sepa encender las luces de alarma y baje la presión, porque si no, perderemos todos: nosotros el placer de verla cantar y ella el placer de poder hacer lo que más le gustaba: simplemente cantar.