Cultura
Escribiendo la política
Cuando usted lea este artículo, Marta Rivera de la Cruz habrá o no conseguido para Ciudadanos el escaño que pretendía en Coruña. Días antes, le pregunté si el ser escritora le ha servido en política… "Te diría que la literatura me enseñó lo importante que es escuchar si quieres contar historias. Y esa costumbre me ha sido muy útil en política."
Es un argumento similar al expuesto por Ignacio Martínez de Pisón antes de otra cita electoral. "A un escritor se le supone cierta propensión al diálogo: el oficio de escritor te obliga y acostumbra a ponerte en el lugar del otro y a reconocer su parte de razón, requisito indispensable para que se establezca un diálogo fructífero."
Añadía que también podría atribuírsele una inclinación natural a la defensa del desfavorecido, puesto que son muchos los que han prestado su voz a quienes no la tenían.
A pesar de lo cual, en nuestra historia democrática reciente "no abundan los casos de escritores metidos a políticos: Jorge Semprún y muy pocos más. "César Antonio de Molina, también Ministro de Cultura, es otro ejemplo, aunque su caso es más el de un gestor con perfil político que un político de raza; y no olvidemos a Luis García Montero, candidato de última hora en unas autonómicas madrileñas. Pero, proseguía Martínez de Pisón, por ejemplo, en la etapa de la Restauración, "el escritor no podía desentenderse fácilmente de sus compromisos cívicos: el republicano Vicente Blasco Ibáñez salió elegido diputado en siete legislaturas, la oposición de Miguel de Unamuno a la monarquía fue la causa de su confinamiento en Fuerteventura, etcétera".
En ese "etcétera" cabe José Martínez Ruiz, Azorín, que pasó de cronista parlamentario a parlamentario a secas. En sus crónicas dio gran protagonismo Antonio Maura, con el que llegó a sentir una "identificación apasionada."El entrecomillado está en Azorín, testigo parlamentario. Periodismo y política de 1902 a 1923, donde José Ferrándiz Lozano recuerda que, cuando el escritor llegó a diputado cunero por el distrito de Purchena (Almería) en 1907, declaró sin ruborizarse: "Yo no tengo programa; mi programa es el de D. Antonio Maura. Con él iré donde sea."
No es un episodio glorioso, esta peripecia azoriniana parece dar la razón a Juan Manuel de Prada: "En España, más que políticos metidos a escritores, tenemos a escritores metidos a políticos, de Saavedra Fajardo a Jovellanos y Azaña, porque en España escribir es llorar y politiquear da al menos para llenar el bandullo." Antes que De Prada, Ramón de Mesonero Romanos también expresó su mala opinión sobre sus colegas convertidos en políticos. Joaquín Álvarez Barrientos ha estudiado cómo Mesonero Romanos reflexionó sobre el papel del escritor en la sociedad, así como sobre la capacidad disuasoria de esa misma sociedad respecto de los literatos. Era de la convicción de que, a medida que alcanzaban el reconocimiento y el éxito, los autores eran desplazados a cargos políticos, administrativos y diplomáticos que les separaban de su actividad primera, y por la que habían descollado; de manera que, al recompensar a estos escritores con cargos públicos para los que no siempre estaban capacitados, se infligía una herida a la institución literaria, ya que, por lo general, dichos escritores metidos a políticos se apeaban de las letras.
Pero, puntualiza Álvarez Barrientos, no siempre sucedió así, y "escritores que ocuparon cargos políticos no abandonaron la práctica literaria, o volvieron a ella. Fue el caso, en los tiempos de Mesonero, de figuras corno Martínez de la Rosa, Argüelles, Miradores, Marliani, Alcalá Galiano y otros. Y, en épocas precedentes, de figuras como Quevedo, Saavedra Fajardo, Lazan, Jovellanos, Meléndez, etc."
Literatura política
La política es una tentación irresistible para muchos autores. Ya en 1876, Alphonse Karr dictaminó en L'Art d'être malhereux (El arte de ser desgraciado) que, si hay tantos, y cada día más, escritores en política es porque el de escritor es, junto con el arte de gobernar los pueblos, el único oficio"qu’on ose faire sans l’avoir appris", que uno se atreve a ejercer sin haberlo aprendido.
Verdad es que también hay médicos, empresarios, profesores o abogados. Pero, últimamente hemos asistido a un inusual incremento de elegidos (en el sentido meramente electoral del término) procedentes del mundo de la cultura y el espectáculo: el nuevo presidente de Ucrania, un novato total; o los de Guatemala o Costa Rica. Y, en España, Toni Cantó o Félix Álvarez Felisuco. Y la implicación política de los escritores es un clásico. Cortesanos, simpatizantes, revolucionarios, compañeros de viaje, camaradas… de todo ha habido y sigue habiendo en la viña literaria.
Sostiene el ensayista Stéphane Giocanti en Une histoire politique de la littérature que la literatura es un arte que no deberíamos reducir a un mensaje, ni siquiera a una exposición de ideas. Por otro lado, la novela, el poema, el ensayo, "no son simples metáforas sin relación con las ideas, con lo real, como fantasmagorías, sino que sufren el impacto de las ideas circundantes, heredadas del pasado y del presente, ideas que atraviesan al escritor quien, ni en su trabajo ni como ciudadano, puede escapar a lo político", en ellas, "la sociedad aparece como telón de fondo, proporciona temas, anima personajes y sueños, articula una visión subjetiva del mundo o del hombre." Cuando la ideología se impone a todo, la obra sufre, pero en los mejores escritores, las ideas conspiran para dar forma al texto,"participan en su sustancia y aseguran su alcance."
Para no pocos literatos es, en palabras de Orhan Pamuk, la política es "una especie de destino inevitable": no le gusta, probablemente no cree en ella, pero la situación de su país le impulsa a participar como mejor sabe, escribiendo: la ficción puede ser una eficaz forma de denuncia. En la introducción a la primera edición de Mea Cuba, el cubano Cabrera Infante parecía dudar de su identidad como escritor político. "¿Qué hace un hombre como yo en un libro como este? Nadie me considera un escritor político ni yo me considero un político", argüía. Como apunta Rafael Rojas, para él, "la política era una imposición moral del propio régimen cubano, que obligaba al escritor exiliado a posicionarse públicamente."
Literatos políticos
Vienen a la cabeza los casos de Léopold Sédar Senghor, poeta, catedrático de gramática, miembro de la Academia francesa… también Bloc Démocratique Sénégalais, que ganó en las elecciones de 1951, y primer presidente de la República de Senegal, tras las elecciones de 1960. O el del novelista Rómulo Gallegos, ganador de las presidenciales venezolanas de 1947, depuesto 9 meses después por un golpe de estado.
"En América Latina, la suerte de los escritores metidos a políticos ha sido casi siempre desastrosa. No conozco a ningún literato que, elegido a presidente o en cualquier otro cargo de importancia análoga, haya podido completar el término de su mandato" escribió Augusto Roa Bastos citando a Gallegos, a Juan Bosch y a Manuel Gondra. También podía haber recordado a Faustino Sarmiento en Argentina y a José Martí en Cuba; del que no podía hablar aún era de Mario Vargas Llosa, que en 1990 aspiró a la presidencia de Perú. Era la culminación de un largo viaje ideológico…
"Yo quise ser comunista, me parecía que el comunismo representaba la antípoda de la dictadura militar, de la corrupción y sobre todo de las desigualdades", explicó en una entrevista. Pero la militancia le duró poco, si bien siguió siendo"socialista de una manera vaga, y eso lo fortaleció la revolución cubana, que al principio parecía un socialismo distinto, no dogmático. "El entusiasmo inicial con el régimen cubano se enfrió definitivamente a resultas del caso Padilla. "Tuve un proceso difícil, más bien largo, de reivindicación de la democracia, y poco a poco de acercamiento a la doctrina liberal, a base de lecturas. Y tuve la suerte de vivir en Inglaterra los años de Margaret Thatcher." El encuentro con la Dama de Hierro fue su caída del caballo.
Vargas Llosa no ha dejado nunca el activismo, aunque lo haya encauzado a través de sus colaboraciones periodísticas y apoyando distintas causas y partidos sobre todo en España, puesto que es ciudadano español. Su vida, superados los 80 años, es la de un gran burgués que alterna la militancia con el papel couché. A pesar de lo cual, asegura que "la vida que hubiera querido tener era la de Malraux."
André Malraux fue novelista, aventurero, y político, un personaje fascinante, pero también un embustero compulsivo. "Yo sabía que era un poco mitómano, es decir, mentiroso, pero ¡no hasta ese punto!", admite su biógrafo Olivier Todd. "Ese punto" es su expediente militar, que él mismo redacta; o su participación en la Resistencia, que fue real… pero no comenzó en 1940. También exageró y hermoseó su implicación en la Guerra Civil española que, es"sin duda, su mejor momento."
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Malraux llegó, es sabido, a ministro de la V República, a pesar de que Todd le atribuye una visión leninista de la ética política: es verdad todo aquello que resulta útil para la causa, y es falso es lo que perjudica su lucha. No era un defensor de la democracia, sino que su filosofía política era el culto al héroe que él mismo quiso ser: admiraba a Napoleón, a Lenin, a Mao… y, en su tiempo y en Francia, por De Gaulle.
Hay de todo, ya lo leen. En 1980, el crítico uruguayo Ángel Rama escribió sobre Julio Cortázar: "a pesar de que sigue siendo un ‘literato puro’ opina sobre política con tal simpleza, ignorancia de los asuntos y elementalidad del razonamiento, que produce o descorazonamiento o cólera. A mí las dos cosas y concluyo abominando de los escritores metidos a políticos: concluyen haciendo mal las dos cosas."
No es un juicio justo, vistos los casos aquí evocados y otros (pienso en Václav Havel) no mencionados. Pero puede servir de advertencia para algunos tentados de soltar el boli, levantarse del ordenador, y ponerse a dar órdenes.