LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Begoña Gómez cambia de estrategia en un caso con mil frentes abiertos que se van desinflando

Librepensadores

El material escolar

Pedro Cuesta Escudero

¿Qué pensaríamos si, en su diario ir y venir a sus domicilios, viéramos a los mecánicos de los talleres de coches cargados con sus pesadas cajas de las herramientas que utilizan en su trabajo? Pues este es el panorama que todos los días vemos cuando los alumnos/as desde la más tierna edad van y vienen del colegio, no con la tradicional cartera, sino cargados con enormes mochilas o arrastrando carros en donde llevan todo el material que utilizan en clase: libros de texto, libros de lectura, atlas, cuadernos de espirales, cartabones, reglas, estuches de lápices de colores, pinturas, tijeras, cúter, calculadora, gomas de borrar, bolígrafos, plastilina, pegamento, pizarras electrónicas pequeñas… Y muchas más cosas que son innecesarias o apenas se utilizan. Y lo que es peor, y que a muchas familias obliga a endeudarse, para que no haya agravios comparativos entre los niños/as, para que no se traumaticen, se compra, no lo necesario, sino lo más caro y ostentoso, la marca, lo que la propaganda pone de moda.

La compra de los libros de texto, junto con el material escolar (que muchas veces no está en condiciones cuando se necesita, porque se ha roto o se ha perdido), supone un gravoso gasto para las familias y un suculento negocio para entidades ajenas a la escuela. Según la CECU (Confederación de Consumidores y Usuarios) las familias tuvieron que soportar inicialmente (para el curso 2004-2005) un desembolso medio entre 450 y 1050 euros para la vuelta al “cole” de cada hijo, dependiendo de los niveles educativos y de si el centro elegido es público, concertado a privado. A ese gasto se deben añadir las mensualidades de 250 o 350 euros en concepto de comedor o actividades extraescolares. Los libros de texto supusieron un gasto medio de 250 euros en secundaria, 160 en primaria y 70 en infantil (cantidades que dependen del número de libros que propuso cada colegio o profesor/a). A esas cifras hay que añadir la compra de otros materiales como libros de consulta, diccionarios, enciclopedias o libros de lectura.

Con las famosas enciclopedias, todos podían estudiar todo en el mismo libro, pero ahora para cada materia se edita un libro de texto y, además, se confeccionan con ejercicios a resolver e ilustrar en el mismo libro para que así ya no puedan ser utilizados otra vez, ni por los hermanos, ni por el mismo alumno/a si repite. Es un negocio descarado. Lo único que se les ocurre a muchos padres y madres de escuelas públicas es que la Administración se haga cargo de esos gastos escolares.

¿Por qué ese lamentable espectáculo de acarrear diariamente los libros y el material escolar? Se argumenta que es para realizar los “deberes” en casa. ¿Acaso los padres de esos niños/as se llevan faena a casa cuando han terminado su jornada laboral? Ya hemos dicho que todos los trabajos escolares se han de realizar en el colegio. El trabajo de los niños/as en su casa, fuera de la escuela, no puede aceptarse pedagógicamente. ¿Será porque al ser propiedad privada cada chico/a se lleva lo suyo a su casa?

Si el material escolar fuera comunitario, podría resultar menos oneroso y mejor aprovechado. Pero el grueso de la cuestión lo constituyen los libros de texto, que son de uso individual y, por tanto, no quedaría resuelto satisfactoriamente todo el problema con el uso comunitario del material escolar.

¿Son necesarios los libros de texto, al menos en los niveles inferiores? No cabe duda del indiscutible valor del libro como medio de enseñanza y como instrumento de cultura. El libro es un medio técnico de valor inestimable, de gran ayuda para el profesor/a. Pero debido a la importancia que como medio de educación y enseñanza reviste el libro, se ha exagerado su uso muchas veces. El libro no es más que un auxiliar de la enseñanza, un instrumento del profesor/a y no debe ocupar el lugar preeminente y casi exclusivo que tiene en la mayoría de las escuelas. Es funesto, o al menos estéril, el aprendizaje de memoria, el uso constante del libro de texto y el desprecio absoluto de las facultades de observación.

El libro, el de texto, encadena la inteligencia y la libre iniciativa a la letra muerta y así la educación y enseñanza adquieren un carácter dogmático y pasivo, ya que el alumno/a todo lo encuentra hecho y la iniciativa del profesor se anula. El conocimiento es más aparente que verdadero, es de segunda o tercera mano y habitúa a aceptar la autoridad sin ningún tipo de análisis o crítica. En los libros de texto la teoría abstracta precede a los hechos concretos que la ha motivado, se invierte la marcha natural del conocimiento. ¿Por qué se utilizan, pues, los libros de texto? Porque la enseñanza basada únicamente en la transmisión de contenidos utiliza los libros de texto, ya que en ellos se encuentra ordenados y sistematizados los conocimientos y los ejercicios prácticos. Con los libros de texto las editoriales se ponen en lugar de los profesores/as.

Pero para impulsar la flexibilidad curricular a fin de atender a la diversidad y para establecer nuevas relaciones con el entorno es necesario que la tarea del profesor/a no dependa del libro de texto. La programación ha de ser congruente con las necesidades y características de cada grupo-clase en concreto. Y los libros de texto se confeccionan para un tipo estandarizado de alumno que no se ajusta a la realidad de ninguno. Con el libro de texto la labor educativa se empobrece ya que el trabajo personal y el trabajo en equipo, que son vías paralelas y entrecruzadas para educar, quedan desvirtuadas.

Por otra parte, resulta evidente que con los libros de texto los profesores/as se sienten disminuidos en el ejercicio de la praxis docente y educativa, porque se limitan a transmitir las instrucciones indicadas en tales libros y su libertad de acción y su libertad de cátedra desaparecen.

Esta degeneración del trabajo del profesor/a tiene como consecuencia el ritualismo burocrático y la rutina, que es el origen del malestar de los educadores/as. Por eso un porcentaje significativo de profesores/as, por falta de entusiasmo, padece ansiedad, depresión, estrés. La pérdida de autoestima del profesorado no provoca otra caso que la delegación en otros (Administración, editoriales…) de su capacidad de decidir. Es la pescadilla que se come la cola. Y es que el maestro/a ha de tener un amplio margen de libertad de acción para su acción educativa y docente.

Sólo son admisibles los libros de texto a partir de los niveles altos de la secundaria cuando, ya adquirida la capacidad de aprender por sí mismo, el alumno/a necesita estudiar. En esos niveles los libros de texto son indispensables, pues complementan las explicaciones de los profesores/as y son útiles como depositarios del conocimiento, que aparece ordenado, en el orden de sus relaciones lógicas. Conducen el entendimiento a lo desconocido y comunica muchas verdades que no pueden conocerse por la observación.

El libro ha de ser para el alumno/a un estimulante intelectual, que le obligue al trabajo personal de investigación propia. Usemos el libro y hagamos que el niño/a lo use, no para que estudie lecciones, en el sentido viejo e irracional de la antigua escuela, sino interpretando lo leído, de esfuerzo personal, de fijeza de ideas y de preparación para estudios superiores. El libro auxilia al maestro/a en su labor y por lo tanto entre ambos debe existir una perfecta armonía. 

Libros como los aconsejados deberían existir en las aulas como instrumento de trabajo y en la biblioteca. La biblioteca escolar debe ofrecer a los alumnos/as un sitio y una ocasión para repasar, consultar, ampliar sus estudios o para leer simplemente obras recreativas.

La aparición de nuevos colectivos de alumnos/as en la misma aula, la revolución tecnológica y de los sistemas de comunicación e información empujan a un cambio en la manera de trabajar de los profesores/as. Si la psicología nos habla de la existencia de inteligencias múltiples, eso requiere prestar mucha más atención a la diversificación de fuentes y soportes informáticos. Hay que cambiar la forma de educar y enseñar, hay que cambiar la enseñanza homogénea que sólo se basa en el aprendizaje de los contenidos y que utiliza un mismo libro de texto para todos. Para ello los centros escolares deben estar dotados de los equipos y programas informáticos necesarios, así como de recursos formativos de calidad. El trabajo en grupo, la búsqueda de información, el manejo de distintas fuentes de consulta, la utilización del vídeo y del ordenador son categorías diferentes que buscan desarrollar mejor las capacidades básicas del alumnado.

Con todo esto se da jaque mate a las formas tradicionales de enseñanza basadas en el libro de texto. El aprendizaje basado exclusivamente en el estudio de un libro de texto es un modelo que pertenece al pasado. Hay que sustituir el libro de texto por materiales didácticos; hay que incorporar las nuevas tecnologías y materiales flexibles y versátiles para garantizar los conocimientos básicos y fundamentales. No es necesario que los alumnos/as vayan todos los días cargados con libros de texto y material escolar, porque los materiales curriculares deben encontrarse en el aula para un uso colectivo de todos los alumnos/as del aula. Los centros deben estar dotados de los equipos y programas informáticos, así como de recursos didácticos de calidad. Lo que importa es que el aula esté lo suficientemente surtida de material para que todos los alumnos/as puedan trabajar sin restricciones. Se precisa, también, abundante presencia de material didáctico y de consulta en el Departamento para que el profesor/a pueda preparar adecuadamente sus clases. 

Es un error limitarse a programas ya publicados y con los puntos ya detallados, con límites fijos. Sólo cabe precisar orientaciones, dejando al profesor/a la libertad y la responsabilidad de su gestión educativa con la elección de métodos y procedimientos. Los métodos requieren modificaciones para que se adapten a las situaciones concretas y una renovación continuada para que no se conviertan en fórmulas muertas, para que no se mecanice la enseñanza. Las clases deben transformarse en sesiones de trabajo personal de los alumnos/as bajo la dirección del profesor/a. Pluralidad de técnicas de trabajo: trabajo práctico, de investigación, de observación, de exposición, de debate… Diversidad de materiales de soporte: orales, escritos, audiovisuales… Variedad de métodos: basados en ejercicios, de teorización, método de trabajo autónomo, trabajo realizado en equipo. Procedimientos activos: ejercicios de lenguaje, de redacción, de composición, de clasificación, de reproducción, de crítica, de copia, de invención, e imitación; construcción de juguetes o aparatos sencillos, formación de herbolarios, colecciones, sinopsis, resolución de problemas, representación, dibujo de planos… Prácticas múltiples para profundizar en determinados contenidos, como recapitulación sintética de conocimientos anteriores, focalización de un aprendizaje aislado, explicación de errores o dificultades, explicación de pasos intermedios de un proceso. Y, como ya hemos apuntado, se debe tender a relacionar los temas y materias con la vida real, para suprimir todo carácter artificioso y abstracto de la enseñanza.

Todo esto obliga a una preparación rigurosa y previa del contenido de las clases, de las técnicas de estudio y de la organización del trabajo, tanto individual como en equipo. Esta forma de organizar el trabajo en el aula exige por parte del profesor/a una gran habilidad y la debida disposición.

La preparación de las clases, las correcciones, la coordinación con los profesores/as del mismo nivel y con los del ciclo, la planificación de la docencia en el departamento, la colaboración en la elaboración del proyecto educativo y curricular del centro, ampliar la propia formación, exige mucho tiempo que se ha de tener en cuenta y valorar. La preparación de las clases como la corrección de los ejercicios y evaluaciones, supone un trabajo que la ley no especifica y la sociedad no valora. Y, sin embargo, forma parte de la jornada laboral del profesorado.

Versión adaptada del libro Por una escuela pública de calidad, de

 Pedro Cuesta Escudero, socio de infoLibre 

Más sobre este tema
stats