Cultura
Premio Biblioteca Breve: una mala salud de hierro
La ganadora del premio Biblioteca Breve era una desconocida. Raquel Taranilla (Barcelona, 1981) se hacía con el galardón por Noche y océano, su primera novela tras Mi cuerpo también, narración autobiográfica nacida de una experiencia de enfermedad y editada con Libros del Lince en 2015. Esto, que normalmente hubiera supuesto un detrimento para el premio —la editorial Seix Barral, responsable del galardón y editora de la obra celebrada, no se beneficiaba del buen nombre de un autor conocido— llegaba como una salvación. En parte, porque el jurado definía el libro como una "crítica a la posmodernidad", lo que permitía prefigurar un volumen culturalista, plagado de referencias que le acerquen a la llamada alta cultura y hermanado, según el jurado, a autores como Eduardo Mendoza o David Foster Wallace.
El pasado año, el jurado decidió premiar a Elvira Sastre, una autora conocida hasta entones por su obra poética, comunicativa y accesible, con multitud de lectores y eco en Latinoamérica. De inmediato, los críticos ponían el grito en el cielo: ¿cómo podían otorgar este premio, creado por Carlos Barral en 1958, con el debut de una escritora que el canon considera menor? Los prejuicios tendrían su respuesta: con la edición del título, un mes más tarde, llegarían las críticas negativas. El juicio fue prácticamente unánime. Días sin ti era una mala novela que desmerecía no tanto a su autora, sino el premio, la labor del jurado y la de los editores.
El Biblioteca Breve lucha por definir su personalidad en el calendario editorial. No tiene la potencia comercial del Planeta, pero pertenece a su grupo. No tiene el prestigio del Premio Herralde, de la editorial Anagrama, un sello recientemente comprado por la editorial italiana Feltrinelli pero que goza del reconocimiento propio de un gran sello independiente. No era el Nadal, del que el año pasado se tiraron 20.000 ejemplares en la primera edición. De hecho, las malas críticas a la iniciación novelística de Elvira Sastre no tuvieron una contraprestación de ventas: la editorial se ha abstenido de publicar cifras de ejemplares vendidos y fuentes de las librerías aseguran que el título dio pocas alegrías. Algunos clamaban en 2019 por la muerte del Biblioteca Breve. Pero ¿cómo anda la salud de uno de los principales galardones de nuestro país?
Un carácter incierto
El galardón de Seix Barral ha tenido sus vaivenes en los últimos años. No solo por Días sin ti, del que el escritor Carlos Zanón escribía: "La cuestión es que cuando te pones la armadura de un premio literario de prestigio —a bote pronto: Usón, Calvo, Saccomanno, Iturbe, Fernández Mallo, Aramburu, Regàs— el libro ha de poder defenderse con algún argumento literario". El galardón ha destacado algunos libros alabados por la crítica y escritos por autores generalmente reconocidos, como El Sistema, de Ricardo Menéndez SalmónEl Sistema (2016) o Trilogía de la guerra, de Agustín Fernández Mallo (2018). Pero también ha ido a parar a obras posteriormente consideradas menores de autores populares como Fernando Aramburu (que se hizo con el premio en 2014 por Ávidas pretensiones). Si el Herralde mira sin medias tintas a la alta literatura, incluso a la considerada experimental, y el Nadal o el Planeta se vuelvan en lo popular, ¿dónde está el Biblioteca Breve?
"Por tradición", se arranca un crítico que prefiere mantenerse en el anonimato "para evitar conflictos", "este premio tendría que tener una entidad que no ha logrado". Él achaca esta falta en parte a la pausa entre 1972 y 1999, cuando el galardón dejó de concederse. "Ahora mismo no es ni de los más respetados ni de los mejores para las ventas, aunque no le va exactamente mal en ninguno de los dos aspectos", señala. En 2020, el Biblioteca Breve está dotado con 30.000 euros, en concepto de adelanto de las ventas futuras. Si se lleva el 10% del precio de cada libro sin IVA, como suele suceder, y cada ejemplar costara unos 18 euros, la ganadora debería vender en este caso más de 16.000 ejemplares para recibir liquidaciones positivas. Y en eso confía también el sello.
Pero hay otra medida del prestigio. En la rueda de prensa previa al almuerzo —al que este periódico viajó invitado por la organización— se definía al premio como aquel que reúne "a más escritores por metro cuadrado". La presencia de autores consagrados —Ignacio Martínez de Pisón, Carlos Pardo, Lara Moreno— en la comida, todo un acontecimiento social, refrenda aun involuntariamente la validez del premio. Ninguno se ha leído aún la novela, que llega a las librerías el próximo 10 de marzo, pero su asistencia sirve como apoyo implícito al galardón mismo, y por lo tanto a sus recipientes.
Este año, comentaban los periodistas veteranos, era excepcional: Enrique Vila-Matas, autor de Seix Barral y habitual de esta gran comida de empresa según sus habituales, había decidido esta vez no acudir. No podía haber elegido mejor año para ausentarse: la ganadora, Raquel Taranilla, no dudaba en decir ante la prensa y los responsables del sello que su libro era en parte una respuesta ante Aire de Dylan, del novelista catalán, editada por el mismo Seix Barral en 2012, y que le sentó "como una patada en toda la cara". "El retrato de mi generación que hace en esa novela me parecía doloroso e injusto", decía, ante la editora Elena Ramírez.
Un Herralde incómodo (para Seix Barral)
Rojo sobre blanco
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La concesión del Premio Herralde 2018 a Lectura fácil, de Cristina Morales, fue celebrado como una alegría improbable. El libro, escrito desde la ideología libertaria y protagonizado por cuatro mujeres con lo que suele llamarse una discapacidad intelectual, no dudaba en echar pestes del centro-izquierda, de la Barcelona de la CUP y los Comunes, de los mossos, del procés, del machismo, de la lógica asistencialista y de un largo etcétera. Pero parecía más improbable cuanto más desgranaba su autora la historia de su edición.
El libro, editado finalmente por Anagrama, estuvo en manos de Seix Barral, con la portada decidida y a punto de mandarse a imprenta, según ha contado Cristina Morales en conferencias, entrevistas y encuentros con el público, hasta que la editorial puso problemas a la publicación de algunos fragmentos de la novela, por miedo a las posibles represalias legales de quienes aparecían nombrados en ellos. El tira y afloja entre los editores y la autora fue tal que finalmente se disolvió el contrato de edición. Al poco, Anagrama lo anunciaba como ganador del Herralde, y en octubre, más de diez meses después de su publicación, el Ministerio de Cultura le concedía el Premio Nacional de Narrativa.
He aquí la pesadilla de un editor: tener en sus manos, cerca de la imprenta, una novela luego celebrada por la crítica hasta el punto de recibir el mayor premio público de su categoría, y con cierto éxito de ventas —la novela alcanzó la octava edición al concederse el Nacional, y se ha anunciado incluso su adaptación a serie de televisión— , y dejarla pasar. Además, la osadía de Cristina Morales, que no duda en contar en público el conflicto, situaba al equipo de Elena Ramírez en un lugar incómodo. Otorgar el Biblioteca Breve a una recién llegada, y a una recién llegada crítica en su discurso literario y político no parece, en este contexto, un problema de relaciones públicas, sino un éxito desde el punto de vista de la reparación de daños.