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"Lamento que el alarmismo lleve a sobreactuar": la derecha ni vio ni alertó sobre el covid antes del 8M

Participantes en la manifestación del 8M de Madrid.

“Un virus que no se antoja más dañino que otros ya conocidos y vencidos”. “Una gripe más o menos grave”. Estas son sólo algunas de las referencias al coronavirus que se recogían en las páginas de opinión del diario Abc a cuarenta y ocho horas del 8M. Dos entrecomillados que demuestran a la perfección que, lejos de la imagen que ahora se intenta construir alrededor de las marchas feministas, nadie era plenamente consciente de la gravedad de la crisis sanitaria. Ni en la derecha mediática, que durante aquella primera semana de marzo estaba más preocupada por las discrepancias en el seno del Ejecutivo que por la epidemia, ni en la política, centrada en los comicios autonómicos programados en Euskadi y Galicia. En aquel momento, se imponía la calma. Y se imponía tanto en España como en otros países del entorno europeo. En Francia, sin ir más lejos, el mismo fin de semana del 8M se permitía una concentración de más de tres millares de personas disfrazadas de pitufos bailando la conga.

En aquellos días previos al 8M, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya había decretado la emergencia sanitaria. Y cualquier ciudadano era consciente de la crisis. Sin embargo, ni El Mundo ni Abc parecían muy alarmados. Es más, en los días previos a la marcha preferían poner el foco en el anteproyecto de Ley de Garantía Integral de la Libertad Sexual. Informaciones que acompañaban de editoriales sobre los roces dentro del Gobierno con frases que a día de hoy serían impensables. Por un lado, el primer diario señalaba que “la insolvencia” de Pablo Iglesias podía terminar, en relación con la crisis del coronavirus, “empañando el buen trabajo del portavoz Fernando Simón”. El segundo, recalcaba la “osadía” con la que “el sector comunista” se permitía afear la conducta a ministros de la talla de Fernando Grande-Marlaska. Pocas horas antes de la marea violeta, ambos personajes estaban encumbrados. Ahora, tres meses después, son auténticos villanos.

El ambiente que se respiraba entre las páginas de ambos diarios no era, ni mucho menos, de preocupación. Es más, en las secciones de opinión no resultaba complicado toparse con artículos en los que se quitaba hierro al asunto en pro de la economía. “Lamento que el alarmismo pueda estar llevando a sobreactuar ante un virus que no se antoja más dañino que otros ya conocidos y vencidos”, señalaba el director de Abc, Bieito Rubido, a cuarenta y ocho horas de las marchas feministas. “Luego se quejarán de la crisis los que más alarma han creado, los que con su amarillismo intolerable han convertido una gripe más o menos grave en un susto mundial de precio incalculable”, decía un día después el columnista Salvador Sostres, insistiendo en que “la vulgar gripe habrá matado a más personas cuando termine el año”. “La máxima transparencia y la pedagogía constante son clave para que el miedo, que es libre, no se propague como un virus más”, recogía, por su parte, el diario El Mundo en un editorial publicado una semana antes de la marcha.

Sólo en La Razón se podía leer alguna referencia al peligro que suponía la celebración de las marchas en los días previos al 8M.  Lo hacía la periodista Cristina López Schlichting en su artículo “8M, por qué no voy”, en el que a través de media docena de puntos explicaba los motivos por los que no saldría a la calle. La columnista empezaba por la “ideologización” de la reivindicación y continuaba con el “transgenerismo”, la prostitución o la gestación subrogada. Y en el último punto, en el sexto, ya mencionaba la crisis sanitaria: “Se está intentando contener un virus. ¿Alguien me puede explicar cómo un Gobierno puede alentar a la masificación de las calles en esta circunstancia?”.

“Importancia de mantener la tranquilidad”

Como en los medios, también se trasladaba calma a la ciudadanía desde las mismas formaciones políticas que ahora atizan con fuerza al Ejecutivo por no haber frenado la marea violeta. Esta misma semana, el presidente del PP, Pablo Casado, se ha apoyado en un informe aportado a la jueza Rodríguez-Medel para sostener que el Ejecutivo “subestimó la gravedad del covid” y actuó “tarde y mal”. Sin embargo, tampoco el líder de los conservadores parecía ser consciente durante la primera semana de marzo del terremoto que estaba a punto de sacudir con fuerza el sistema sanitario español. En sus redes sociales, dejaba entonces constancia de su participación en la campaña electoral para las autonómicas vascas y gallegas, de su visita a un colegio concertado madrileño o de su discurso de clausura en el acto central del PP por el Día Internacional de la Mujer. Si había que dar abrazos a los potenciales votantes, se hacía sin necesidad de guantes o mascarillas. Si era necesario posar en una fotografía bien pegado a los asistentes al evento, sonrisa amplia y ningún miedo a posibles contagios.

De hecho, entre el 2 y el 8 de marzo, la única referencia que aparece en la cuenta de Twitter de Casado a la crisis sanitaria es la relativa a una entrevista concedida a Ana Rosa Quintana. Y ni siquiera en esa distendida charla parecía alarmado. “La epidemia de coronavirus, ¿le preocupa?”, le planteó directamente la periodista en el programa. “Bueno, yo creo que nos ocupa. Hay que mandar un mensaje de tranquilidad. Tenemos el mejor sistema sanitario de toda Europa y unos grandísimos profesionales. Nosotros estamos siendo muy leales y responsables con el Gobierno […]. Es verdad que esto contrasta con lo que Pedro Sánchez hizo en otras crisis sanitarias. Ayer se rescataba un tuit en el que Sánchez responsabilizaba a Rajoy de la crisis del ébola, lo cual creo que es de una bajeza terrible que nosotros no vamos a hacer”, respondía Casado. En aquellas fechas, Casado trataba de no enturbiar mucho las aguas con una cuestión tan delicada. Ahora, no tiene reparos en acusar directamente al presidente del Ejecutivo de “ocultar” los muertos para “esconder su incompetencia”.

El mismo llamamiento a la calma, en un momento en el que se seguían llenando los estadios de fútbol, los transportes públicos o las ceremonias religiosas, se lanzaba desde cualquier región gobernada por el PP, en línea con los mensajes que también salían desde el Ministerio de Sanidad. Es el caso, por ejemplo, de la Comunidad de Madrid, cuya Consejería de Sanidad trasladó una nota el 5 de marzo en la que recordaba la “importancia de mantener la tranquilidad”, señalaba que las personas infectadas sin sintomatología “no transmiten la enfermedad” y recomendaba la “adopción de medidas especiales en algunos ámbitos, como los centros sanitarios”. “La población general puede continuar con su actividad con total normalidad”, insistían desde el Ejecutivo regional a tres días de la celebración de un 8-M en el que también participaron políticas conservadoras.

La propia presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, tampoco parecía ser consciente del peligro de la epidemia. Si a finales de febrero aseguraba en una entrevista televisiva que “el miedo” era “más peligroso” que un “virus” con “síntomas menores incluso que los de una gripe”, durante la primera semana de marzo no hizo ni un solo comentario en su cuenta de Twitter sobre la crisis sanitaria. Simplemente, se limitó a recoger algunas de sus intervenciones parlamentarias o a dar publicidad a las reuniones mantenidas con agricultores y la embajadora de Israel. Tampoco evitó, por supuesto, participar en actos multitudinarios. Al fin y al cabo, su Ejecutivo recomendaba continuar con la actividad con total normalidad. Eso explica, por ejemplo, que el 6 de marzo se encargase de clausurar el Liberty Con Europe, una conferencia internacional que reunió en la capital a más de un millar de estudiantes liberales. O que el mismo 8-M la administración madrileña celebrase unas oposiciones que concentraron a otro millar de personas en un recinto cerrado.

“Suspender el acto y contribuir a un alarmismo perjudicial”

Ahora, Ayuso se echa las manos a la cabeza por el mantenimiento de las marchas feministas. Al igual que la extrema derecha, que lleva semanas intentando a través de la judicialización del caso asentar el marco que relaciona directamente la marea violeta que tanto odian con el incremento de los contagios durante la pandemia. Se olvidan, sin embargo, de que tampoco ellos estaban muy pendientes de la crisis durante la primera semana de marzo. En aquellas fechas, la extrema derecha estaba más preocupada por la campaña electoral en Galicia y Euskadi o por dar cancha a las marchas celebradas a finales de febrero en apoyo a su ansiada propuesta del pin parental. Y, por supuesto, por la gira que habían preparado en suelo americano para establecer todos los contactos posibles con el trumpismo. A cuatro días del 8-M, el líder de Vox, Santiago Abascal, se reunía con los republicanos Ted Cruz, Ron Johnson y Chris Smith, con algunos think tanks como The Heritage Foundation y con decenas de militantes. Sonrisas y apretones de manos mediante, por supuesto.

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El 5 de marzo, regresó a España. Estaba todo preparado para la Asamblea General de Vox en Vistalegre. A pocas horas del cónclave, el secretario general del partido, Javier Ortega-Smith, se encargaba de arengar a las masas en un vídeo publicado en redes sociales: “Hoy estamos creando la alternativa frente al socialcomunismo, la alternativa frente a la derechita cobarde. Por eso necesitamos que este domingo vuelvas a estar aquí”. Es cierto que la extrema derecha pidió a sus militantes más vulnerables a última hora que siguieran el congreso desde casa ante la “falta de claridad” de un Gobierno que les había colocado ante la disyuntiva de “suspender el acto y contribuir a un alarmismo perjudicial” o “continuar con la agenda prevista tomando medidas de seguridad”. No obstante, esto no impidió que en un espacio cerrado se agolpasen miles de personas deseosas de escuchar las proclamas incendiarias que salieran del escenario.

Durante su discurso, Abascal ni siquiera hizo mención al coronavirus. Había otros temas más importantes para su formación. Al día siguiente de Vistalegre, el eurodiputado ultra Jorge Buxadé seguía insistiendo en que la celebración del mitin con 9.000 asistentes fue una decisión “responsable, correcta y adecuada”. Fue durante esa jornada posterior cuando La Razón ya se empezaba a preguntar si tenía que haberse restringido la marcha del 8M. Veinticuatro horas más tarde, el 10 de marzo, El Mundo daba la señal para el comienzo de la ofensiva. “Resultaría intolerable, que si ya se sabía antes del fin de semana que Madrid era un foco de transmisión, que el Ejecutivo antepusiera la ideología a la razón sanitaria autorizando la manifestación del 8M”, decía ahora.

Entonces, todas las piezas empezaron a moverse. Ayuso comenzó a hablar del mayor “infectódromo”. Y Casado no dudó en mentir señalando que en Alemania las manifestaciones se habían prohibido. De nuevo, no quiso que la realidad le estropease el titular. Aquel día, las mujeres tomaron las calles en todo el mundo. De Madrid a Londres o Berlín. Porque nadie era consciente entonces de la dureza de una pandemia convertida en la actualidad en arma política. Ni en España ni en Francia, donde durante aquel fin de semana se llegó a permitir hasta una concentración de más de tres millares de personas disfrazadas de pitufos bailando la conga. Ahora, a posteriori, todos aseguran que se veía venir el desastre que ya ha costado la vida a más de 27.000 ciudadanos.

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